Cuando todavía sentimos que no hemos salido totalmente de la gran crisis anterior y que no hemos recuperado nuestra situación de 2007, ya oímos tambores de recesión de fondo. Todos los organismos económicos internacionales están avisando del inicio de un nuevo ciclo económico de desaceleración a nivel global, aunque es verdad que no existe un consenso sobre la profundidad y los efectos que tendrá.

El BCE acaba de anunciar un nuevo retraso en la subida de tipos de interés y nuevas inyecciones de liquidez para la banca durante este año. No obstante, la industria española ya fue la primera actividad que ha completado esta fase de desaceleración cayendo en recesión en el último trimestre de 2018. Además, los mercados financieros también han avisado con un 2018 desastroso para las Bolsas. Las fuertes caídas reflejan las incertidumbres del mercado (i.e., la guerra comercial, la inestabilidad política, el final de las políticas monetarias de estímulo, etc.) pero también descuentan un nuevo ciclo económico recesivo.

¿Qué estamos haciendo tanto a nivel individual como empresarial para prepararnos para la “tormenta” que se anuncia? Aunque algunas empresas como Vodafone y Caixabank han empezado el año con anuncios de reestructuraciones y ajustes, no dejan de ser casos aislados. En general escuchamos la nueva música acercándose pero estamos haciendo entre poco y nada. Más aún, estamos actuando como si la situación existente no fuera a cambiar. El Gobierno está impulsando políticas expansivas de gasto, los bancos están inmersos en una guerra de créditos con tipos mínimos históricos y las empresas e inversores se enfocan en exprimir al máximo el momento actual del ciclo sin pensar en el medio y largo plazo.

Para muchas compañías este cambio de ciclo va a suponer un duro golpe. Por un lado están las empresas que vienen de restructuraciones fallidas que únicamente fueron “patadas hacia delante”. En muchos casos se mantienen altísimos niveles de deuda y aunque presenten resultados crecientes por los vientos de cola de los últimos años, la falta de cambios profundos hace que no se alcancen los niveles previstos en los planes de reestructuración. El nuevo ciclo, los calendarios crecientes de repago de deuda y el posible incrementos de tipos de interés harán que nuevamente el balance les asfixie y vuelvan a ser muertos vivientes, con menores posibilidades de una segunda resurrección.

Pero además, el nuevo escenario económico impactará en un segundo grupo de compañías: empresas con el problema aún más grave de contar con estrategias erróneas y modelos de negocios obsoletos y acabados. Este nuevo escenario económico acentuará el problema de muchas organizaciones que no han sabido adaptarse a los cambios, a los nuevos modelos de negocio impulsados por la digitalización y a la nueva situación competitiva de sus sectores. Si además tienen un elevado endeudamiento, la situación se volverá dramática.

Todos tenemos en mente los casos de Abengoa, Eroski, Duro Felguera, Día, El Ganso, Tubos Reunidos, etc. entre muchos otros. Ojalá estas reestructuraciones no sean únicamente una nueva refinanciación de su deuda sin acometer los necesarios cambios operativos y estratégicos. No obstante, en un tejido empresarial como el español, dominado por pymes, existen numerosas empresas que tienen poca relevancia a nivel individual pero mucha a nivel agregado. Y ahora mismo nadie está pensando en ellas.

Antes de la reestructuración, la etapa pre-reestructuración normalmente tiene tres fases. La primera es la negación, que es en la que estamos ahora y se caracteriza por pensar que nada va a pasar y que estamos preparados para el “frío” que pueda venir. La segunda es el voluntarismo, caracterizada por pensar “yo lo puedo arreglar” y que las cosas van a mejor pronto. El paso del tiempo en ningún caso arregla los problemas y en muchos, los agrava. Y la última fase es la de emergencia, la necesidad de actuar rápidamente o la empresa muere. Llegando a esta fase en la etapa pre, todos sabemos que la reestructuración posterior costará mucho dinero y destrucción de valor para accionistas y acreedores, además de pérdida de puestos de trabajo y tejido empresarial en el país.

Hoy y no mañana, cualquier accionista o acreedor con posiciones de valor en riesgo debería cuestionarse si su empresa está preparada para lo que pueda venir, que siempre es peor de lo que pensamos. Es necesario anticiparse para en su caso liderar, y no sufrir, una reestructuración calmada y profunda, tanto de deuda como operativa. Un proceso proactivo que se haga sin pánico para accionistas, acreedores, clientes, proveedores, trabajadores, etc. Y lo primero es preguntarse si se cuenta con el equipo gestor adecuado. Las personas no cambian y para hacer cosas distintas se necesitan equipos distintos. Muy pocas empresas perduran en el tiempo haciendo lo mismo. Hay muchos equipos gestores muy válidos pero que no pueden liderar la reestructuración de sus organizaciones porque están condicionados por su pasado y sus propias decisiones anteriores. En una reestructuración es necesario cuestionarse todo y no ir por la vía fácil y cortoplacista de recortar puestos de trabajo. No debemos olvidar la regla número 1 de las reestructuraciones, la que yo llamo regla Draghi con la crisis del euro: hacer todo lo que sea necesario y asegurarse de que será suficiente.

Muchas empresas tendrán que acometer profundos procesos de reestructuración en el corto plazo. Es mejor anticiparse ya que la reestructuración llegará antes o después y cuanto más se tarde más valor se perderá para todos los stakeholders. Más aún, tenemos que acostumbrarnos a que las reestructuraciones empresariales no sean situaciones temporales sino procedimientos que forman parte de la normalidad de las compañías. Citando a James Cameron, el famoso director de cine, no debemos olvidar que “la esperanza no es una estrategia; la suerte no es un factor; y el miedo no es una opción”.

Pablo Blanco Juárez es experto en reestructuraciones, managing director de Phoenix Recovery y profesor de Estrategia en ICADE

Fuente: Cinco Días