Cuando algún político suelta aquella máxima de Aristóteles según la cual la justicia consiste en tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales, jamás hay cerca un observador que le pregunte si el IVA es justo. Las máximas le pillan a uno desprevenido. Supongamos que usted es desigual y que se acerca al supermercado a comprar una lata de cangrejo ruso. ¿No sería lógico, según Aristóteles, que se la rebajaran de precio? ¿Cómo va a pagar lo mismo que un igual? Aristóteles viene a cuento de que el crecimiento económico de Guindos no hace más que generar desiguales. ¿Qué hacemos con ellos?, ¿los atendemos con cortesía o los repudiamos?

No sé cómo tratan a un ministro cuando llega a las urgencias de un hospital público, pero dudo que lo aparquen en un pasillo. Dudo incluso que se les muera en un rincón y que los médicos piensen que se ha ido porque lo han llamado por la megafonía sin obtener respuesta. Hace poco falleció de ese modo un desigual. En realidad, se había ido, pero al otro barrio. La cuestión es que lo trataron de forma desigual porque saltaba a la vista que pertenecía a esta categoría. Se podría decir que cumplieron los protocolos, así que no hay caso. Como no estamos por la labor de atenuar las fronteras entre la igualdad y la desigualdad, sino todo lo contrario, de aquí a poco nos darán carnés de una cosa u otra, de modo que, cuando usted solicite un servicio del Estado, sepan enseguida si darle una patada u ofrecerle un café.

Los aeropuertos tienen salas de autoridades para evitar estas confusiones. Si usted es igual (o político), lo acompañan a esta sala que lo aleja del ejército de repugnantes desiguales que vagan por los pasillos. Ahora no caigo si Aristóteles fue igual o desigual.

Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.

Fuente: El País