Las compañías tecnológicas más ambiciosas –Amazon, Facebook, Microsoft, Apple y Google– participan en una carrera por convertirse en nuestro asistente personal. Aspiran a guardar nuestros objetos valiosos privados, nuestra agenda y nuestros contactos, nuestras fotos y documentos. El periodista y escritor liberal Franklin Foer alerta del peligro de nuestra dependencia de ellas en su último libro, Un mundo sin ideas (Planeta, 2017), pero sobre todo de su control del conocimiento. “Este libro trata de las ideas que alimentan estas empresas así como del imperativo de resistirse a ellas”, escribe.

Franklin Foer

Google jerarquiza la información que circula por internet, Facebook clasifica las noticias y Amazon domina la producción de libros. “Confían en automatizar nuestras elecciones cotidianas. Sus algoritmos sugieren las noticias que leemos, los productos que adquirimos, las rutas por las que viajamos, los amigos a los que invitamos a nuestro círculo. Una vez que abandonamos la privacidad, no hay marcha atrás ni restauración de nuestra individualidad perdida”, alerta.

El mayor peligro de confiar nuestra información privada en estas empresas no es, para Foer, el posible robo de nuestra privacidad. Es el hecho de compartir más secretos con las máquinas que con los amigos lo que nos puede hacer vulnerables a la manipulación, a que utilicen la información para explotar nuestras debilidades, placeres y ansiedades. “No son solo máquinas; son máquinas que son administradas por compañías que quieren ganar dinero con nosotros”, explica por correo electrónico.

Desde el momento en que delegamos en Google Maps nuestra facultad de encontrar una dirección, Foer vaticina que la inteligencia artificial configurarán de forma imperceptible las elecciones cotidianas que hagamos cada día. “Me temo que estamos en el proceso de entregar el libre albedrío. Estaremos conversando con las máquinas desde el momento en que nos despertemos. Y esas máquinas inclinarán nuestras decisiones en la dirección que la compañía desee”.

Franklin Foer, hermano del conocido escritor Jonathan Safran Foer, no es un neófito en el entorno empresarial tecnológico. Se inició en el periodismo en la revista digital Slate, creada en 1996 como parte del contenido que Microsoft ofrecía a los internautas en el portal MSN. Su siguiente contacto, en este caso desfavorable, con los magnates de la tecnología fue durante su etapa como editor de la revista impresa The New Republic. Chris Hughes, uno de los fundadores de Facebook, adquirió en 2012 esta publicación y destituyó a Foer dos años después, como él mismo cuenta en el libro.

Si la ciberantropóloga Amber Case reinvidica la “tecnología calmada”, Foer aboga por la moderación en el uso de la tecnología. “Mi preocupación es la adicción”, reconoce. Según el Estudio de Redes Sociales elaborado anualmente por IAB, los españoles pasamos de media más de tres horas diarias en Facebook y Youtube, casi tres en Instagram y una hora y media en Twitter. “Cuando se trata de comida y bebida, hemos aprendido a moderarnos. Necesitamos hacer lo mismo con la tecnología. Necesitamos proteger nuestras vidas para que no sean invadidas. Esto no significa tirar nuestros teléfonos al mar o abandonar los motores de búsqueda. Pero implica restaurar el equilibrio en nuestras vidas, no distraernos constantemente con bips, zumbidos y notificaciones incesantes”, añade.

  • Una golosina visual

¿Por qué nos atrae tanto lo que nos ofrecen las empresas tecnológicas? “Por una simple razón: sus productos son mágicos. El motor de búsqueda de Google es una maravilla de la ingeniería humana. Cuando era niño, me habría reído de la posibilidad de tener un dispositivo tan poderoso como el iPhone. Pero el hecho de que estas creaciones sean mágicas no significa que debamos suspender nuestro escepticismo. Desafortunadamente, tratamos a los creadores como si fueran dioses. Les dimos demasiado prestigio y respeto. Su poder exige que los hagamos rendir cuentas”, especifica Foer.

Según cuenta Foer en el libro, Mark Zuckerberg admitió que Facebook se parece más a un gobierno que a una empresa. Y lo argumenta explicando que Facebook o Google toman decisiones tan importantes como qué información merece la mayor relevancia o cuál es falsa o verídica. “Están moldeando el curso de nuestras democracias”, alerta, y recuerda de paso cómo empleados de empresas ayudaron a Obama y Trump a ganar las elecciones. “La gran pregunta a la que nos enfrentamos es si estas compañías formarán una alianza con los gobiernos, como han hecho históricamente los monopolios. Para preservarse, aceptan la regulación a cambio de la protección de su posición dominante”.

  •  La contracultura aplicada a la tecnología

Un mundo sin ideas detalla cómo la filosofía que subyace en la lógica empresarial de estos genios de garaje, y que se puede rastrear en las apariciones públicas de Steve Jobs, tiene su origen en los principios de la contracultura hippy de los años sesenta: en la aldea global de McLuhan y las comunidades virtuales de Stewart Brand. El fanzine Whole Earth Catalog publicado entre 1968 y 1972 por Brand es el texto fundacional que ayuda a comprender la cultura de Silicon Valley. Sus fundadores creyeron que “allí donde la política no había logrado transformar a la humanidad, los ordenadores podían hacerlo”, resume Foer. Pero alerta de que lo que comenzó siendo un sueño conmovedor, la humanidad unida en una sola red extraordinaria, se ha convertido en la base del monopolio. En manos de Facebook y Google, la visión de Stewart Brand, que trasladó a la tecnología los valores de la contracultura y, por ejemplo, acuñó el término PC, es un pretexto para la dominación del mercado. Y el subsiguiente peligro de la concentración en manos de pocas empresas dominantes del conocimiento es la homogeneización.

  • El autor VS la comunidad

Entre 2006 y 2012 la producción mundial de información se multiplicó por diez. Nunca antes había sido posible aprender tanto sin coste. Aunque para Foer “internet es una fotocopiadora” y el papel de Google o Facebook no es producir conocimiento, sino tamizarlo y organizarlo. “Al igual que Donald Trump, Silicon Valley forma parte de la gran tradición estadounidense del populismo farsante. Los titanes de la tecnología pueden demostrar una originalidad imponente y un genio solitario, el resto del mundo, no”. Su pecado, hundir el valor del conocimiento y, en consecuencia, su calidad. Al fomentar el amateurismo y la colaboración masiva, convierten la originalidad en un ideal sobrevalorado y debilitan las leyes de la propiedad intelectual.

“Las grandes compañías tecnológicas no solo se beneficiaron del colapso económico del conocimiento. Maniobraron para triturar su valor, con el fin de que los viejos medios llegaran a depender sin remedio de sus plataformas”, denuncia Foer. “Jobs empujó el negocio de la música hasta el borde del abismo, pues su dispositivo [el iPod] hacía posible la piratería para después salvarlo abriendo una tienda. Al fijar Amazon el precio de un libro electrónico más bajo que el de papel, lanza el mensaje de que el coste de un libro no es el capital intelectual, sino su impresión”.

  • Dependencia de los medios de comunicación

Además, Foer acusa a Google y Facebook de penalizar a las empresas que no comparten su visión de la propiedad intelectual, que no ofrecen gratuitamente todos sus contenidos, como algunos medios de comunicación. “El periodismo ha desarrollado una dependencia malsana de Facebook y Google. Cuando cambian el algoritmo trastocan el tráfico que fluye hacia los medios. Han convertido el periodismo es un concurso de popularidad junto con la analítica web y los trending topics. Una publicación es ahora el editor de artículos con los que traficar en redes sociales”, se lamenta. “El periodismo hace concesiones al clickbait para sobrevivir. Pero se está destruyendo a sí mismo mientras se salva”. Por ello, se ha felicitado del anuncio de Facebook de priorizar en el muro de los perfiles personales las publicaciones personales frente a las noticias, decisión que Foer denomina “asumir las responsabilidades que su poder implica”.

Fuente: El País