No es atrevido imaginar que aparezca en la población una división creciente debida a un grupo humano al que la tecnología digital haya transformado su forma de vida mucho más profundamente que al resto de la gente. Habrá sido para ellos más determinante la experiencia que aporta la Red, ya que posibilita estar en conexión continua con un espacio sin lugares, como un Aleph borgiano. Vivirán de manera más intensa —y tensa— la dualidad entre un espacio físico —con distancias, recorridos, transportes, lugares, disipación de tiempo— y el espacio virtual —sin lugares, sin distancias, sin demoras—.

No hay que minusvalorar la aplicación de la palanca de la tecnología en la dura y resistente realidad de un mundo tan desigual, la clave está en las ideas y valores transformadores que se coloquen en el otro brazo

Si la civilización ha creado y mantenido la tensión entre la ciudad y el campo, y ha conformado al urbanita y al habitante rural, el mundo en red podemos imaginar que dará paso a la emergencia del alefita. Personas que por su profesión reinterpreten la figura del artesano preindustrial —pero como artesanos digitales—, con una disposición del espacio, del tiempo y de los medios para el trabajo que la industrialización había privado a los trabajadores.

El cambio ya iniciado en las condiciones de trabajo y en su consideración puede ser la compuerta abierta para un derrame que afectará a un modo de vida distinta, provocará una reorganización de los lugares, profundos cambios de mentalidad… y, quizá, nuevas brechas.

Estas personas valorarán, por tanto, y principalmente, el tiempo no alienado por los horarios impuestos, y rechazarán la disipación escandalosa de tiempo por desplazamientos abusivos —cual sea el motivo— de lugar a lugar. Cuidarán su tiempo como atienden su salud, ya que su falta arruina la vida. Mantendrán una forma de higiene que prevenga de la confusión entre actividad y agitación. Se considerará de muy mal gusto, inapropiada, la expresión «matar el tiempo». Preferirán hablar de tiempo liberado que de tiempo libre. Y se resistirán a que el ocio, al no ser vacío, se ocupe solo con productos de entretenimiento. Por eso la educación no será para preparar operarios que sirvan al sistema, sino para el ocio, para una vida. Esta mentalidad y estos hábitos harán que el tiempo y el espacio del hogar se replanteen.

Sobre esta base de cambios iniciales se puede levantar un escenario posible de una población con otra consideración de la calidad de vida, no exenta de nuevos problemas. Y, sobre todo, queda pendiente si esta sociedad digital en busca del tiempo perdido será un proceso extensivo a todos sus habitantes o se mantendrá como privilegio de una minoría. Si va a abrirse una brecha o irá calando paulatinamente a toda la sociedad.

Un hombre, de Alberto Labad

Es difícil apostar por una evolución homogénea del mundo digital. La tecnología es como un fino mantel de seda que se extiende sobre un suelo pedregoso: tomará las irregularidades del terreno. Aunque es cierto que también es una palanca con la que poder remover una a una muchas desigualdades heredadas. No hay, por tanto, que minusvalorar la aplicación de la palanca de la tecnología en la dura y resistente realidad de un mundo tan desigual, la clave está en las ideas y valores transformadores que se coloquen en el otro brazo. Y ahí está la lucha por hacerse con él: es una cuestión, mucho más de lo que se cree, de pensamiento, de ideas. Por eso quienes dominan ahora este forcejeo prefieren reducir la tecnología para los usuarios a cuestión de destrezas, a ergonomía, fácil uso, satisfacción, emociones, y que no se piense sobre ella.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País