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La idea de un presupuesto para la zona euro nació como un potente antídoto para cuando vuelva otra gran crisis financiera. Buscaba orquestar un gran bazuca con el que reavivar las economías sometidas a shocks asimétricos: los que afectan de forma distinta a los socios del club del euro. Normalmente, con una intensidad más grave sobre los países vulnerables.

No era el fondo de rescate, o Mecanismo de Estabilización Financiera ya existente. Que es eso, un fondo de rescate con el que actuar de urgencia en el salvamento de una economía que se desploma: la respiración asistida.

Era (y será) un instrumento complementario, una herramienta presupuestaria que ofrece la estabilización menos súbita, más sostenida, propia del presupuesto. Por ejemplo, atendiendo con recursos comunes las inversiones nacionales que se abandonan como primer efecto instantáneo de los recortes inmediatos.

¿Cuál es la importancia de las líneas maestras del nuevo presupuestario? Justamente esa: la de que constituye un segundo clavo al que agarrarse si sobreviene otra Gran Recesión.

En realidad, un tercer clavo, si se cuenta con los programas de liquidez monetaria disponibles desde el BCE: en el supuesto de que el banco central siga siéndolo, tal como lo ha refundado Mario Draghi. Y que no lo esterilice un asalto al puesto de presidente —el italiano cesa en breve— a cargo de la nefanda facción de los halcones.

Pongamos por caso Grecia. Si se repitiese el desastre de 2010, el MEDE le serviría igualmente un gran paquete para sanear su banca, atender sus pagos amenazados por la crisis de confianza internacional y estabilizar la situación de ahogo, contrarrestando el aumento exponencial de la prima de riesgo de su deuda.

El presupuesto de la eurozona le permitiría además financiar —de forma automática y por ende menos precaria— todo aquello que ha debido financiarse por la puerta de atrás: reperiodificando los fondos estructurales que recibe de la Unión, eximiendo al país de la cuota de cofinanciación con que debe contribuir a ellos, direccionando hacia Atenas inversiones del plan Juncker.

Por ello, la mejor noticia de la noticia de este viernes es que se haya producido: aunque falten detalles trascendentes.

Como su cuantía, el calendario del despliegue, y sus ramificaciones: si de ese presupuesto colgará por ejemplo un seguro (o reaseguro) de desempleo europeo, como han propugnando los más europeístas y como España viene impulsando. Que nazca, el presupuesto, ya se rellenarán.
Hace aproximadamente un año, los países de militancia austeritaria de la nueva liga hanseática, capitaneados por Holanda, casi enterraron el proyecto. Resucitó, gracias al esfuerzo triangular de Berlín, París y Madrid.

Y ahora se concreta: con inversiones (y no solo reformas estructurales), sin condicionalidades añadidas, con el recurso estabilizador de excepcionar las cuotas de cofinanciación. Será modesto. Pero será.

Fuente: El País