Hace unos meses, Sergi López (Barcelona, 1965) habría compartido en su Instagram imágenes del rodaje de Rifkin’s Festival, la última película de Woody Allen, en la que interpreta a “un pintor algo excéntrico, un poco marciano”. Pero el prolífico actor, cuyo último filme ha sido El viaje de Marta (Staff Only), de Neus Ballús, decidió cerrar sus redes sociales. “Facebook, sobre todo, me servía para promocionar mis obras de teatro, ya que la mayoría de la gente no se enteraba de cuándo actuaba”, explica.

“Luego, comencé a utilizar Instagram, animado por un amigo que me hizo ver que podía compartir mucho material. Pero, como siempre estoy trabajando en algo, que si un rodaje en Francia, un festival, una promoción, un ensayo, pruebas de vestuario…, acababa pendiente, perdiendo el tiempo pensando qué subir para actualizar el contenido. Lo hice durante un año, pero me dije: ¿Para qué sirve esto de verdad?”.

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A lo sumo, ahora usa el móvil para quedar con los amigos. “Comparto un Whatsapp para ponernos de acuerdo en una cena que hacemos cada tres meses, que luego resultan ser siempre seis. Al final, al que siempre falla le acabamos bombardeando a mensajes. Luego está el que sube vídeos continuamente cuando se siente muy solo y le tenemos que decir: ‘Para ya, por favor”.

Por lo tanto, se pregunta si las redes sociales tienen sentido. “No sé quién está al otro lado. ¿Fans? Yo soy fan de Camarón, de mucha gente que es number one, pero seguir a un tío que no conoces de nada es muy raro, muy nocivo”. Eso aplica especialmente a los jóvenes. “No sé si sabremos usar la tecnología correctamente o acabará desbordándonos. Me da miedo, no ya las redes sociales sino el aspecto social y antropológico del asunto. La imagen que tú tienes, cómo te construyes desde joven esa imagen en un colectivo. Algunas de las chicas de la clase de mi hijo, que tiene 21 años, salen en bikini y tienen más seguidores que yo. Esa es la parte que me parece más inquietante: asociar tu éxito a los likes que obtienes”.

No sé si sabremos usar la tecnología correctamente o acabará desbordándonos. Me da miedo el aspecto antropológico del asunto»·.

Hay algo que tiene claro: “Si la gente dentro de cientos de años va a ser mitad humano mitad robot yo elijo ser el humano normal, el que está encerrado en una jaula. Sería el hombre al que señalan diciendo antes eran así, comían huevos fritos».

Del futuro en la ficción recuerda el rodaje de un corto, El primer contacto, en el que “era el piloto de una nave espacial, que estaba hecha con papel de aluminio, algo muy cutre”. Pero si hay algo que le fascina es el pasado. “Ojalá poder viajar a tiempos de la Revolución Francesa. ¿Podríamos sobrevivir al olor de entonces? Estoy convencido de que no. ¿Es cierto que iban vestidos con pantaloncitos bombachos? No me lo creo. Tenía que ser algo más abrupto, más animal, mucho más feo de lo que nos lo han pintado. Para entendernos: prefiero viajar a la prehistoria que a La guerra de las galaxias”. 

Un proyector para ver clásicos

Reconoce no ser muy cinéfi lo, aunque en su casa no falta un proyector. “Como no tengo televisor, hace tres años decidí comprarme un modelo de la marca Epson para ver películas, como ‘Encuentros en la tercera fase’, que me impactó de chaval. Muchas de ellas las busco en plataformas como Filmin y Movistar+”.

Fuente: El País