Los que se autoproclaman más patriotas son los que más catastrofistas se muestran sobre la economía. Ocurre en las filas políticas, repletas de profetas de la ruina. Pero también entre los agentes económicos. El presidente del Círculo de Empresarios, John de Zulueta –que en realidad no es empresario, sino un ejecutivo por cuenta ajena–, ha sido el más aguerrido. Postuló celebrar «terceras elecciones» si no se producía un pacto del PSOE con PP y Ciudadanos. Y cuando lo tejió con U-Podemos, se confesó «consternado» y negó que el acuerdo llevase «a un Gobierno estable».

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La CEOE también arrugó la nariz, pero cuando el Ejecutivo se abrió paso, Antonio Garamendi le ofreció el día 8 «lealtad institucional y sentido de Estado«, ahora ya sí dispuesto a «trabajar y ayudar»: es lo bueno de las victorias, atraen amigos leales de toda la vida atentos a la oportunidad.

Desde fuera las cosas se ven de otra manera, menos militante y más profesional. El banco de inversión por antonomasia, Goldman Sachs, pronosticó que el primer presupuesto será un «reto», y que incluso siendo de izquierdas se encaminará a la consolidación fiscal. Y Barclays, que estará en línea con los objetivos marcados por la Comisión Europea, aunque mantenga dudas sobre las tentaciones de «confrontación» de Podemos.

Las agencias de rating han mostrado preocupación, pero en tono menor, discreta. S&P calificó de «frágil» al Gobierno y cuestionó que llegue a cumplir el objetivo de déficit, pero descartó que tenga el efecto de empeorar las calificaciones del crédito soberano. Fitch se interrogó sobre la duración del Ejecutivo, previendo que pueda agudizar la «desaceleración cíclica». Y Moody’s aconsejó no revertir la reforma laboral. Como se ve, lo menos que se despacha. Ni un movimiento, ni un dato, ni un indicio de que vayan a empeorar sus calificaciones, lo que sin duda ocurriría si estuvieran «consternadas».

En el frente ultraconservador mediático-económico -el político/ideológico ya es de alucine- se escribe de «hachazos fiscales», de «déficit desbocado», de «programa inquietante» y de que «lo mejor que puede sucedernos es que las discusiones internas y las inasumibles exigencias de los independentistas nos aboquen a unas elecciones pronto». Mientras que el Financial Times (del día 9) gasta otro tono: «el Gobierno deberá demostrar que está comprometido con la disciplina fiscal» y que «el pragmatismo en el poder, incluso con la extrema izquierda como socia, ayudaría a restaurar la ecuanimidad política por la que la España moderna fue renombrada».

A quienes cueste apuntarse a la fría óptica internacional y sigan tentados por la tórrida agresividad doméstica, una sugerencia, relean el punto 10.7 del programa de Gobierno de coalición. El que propugna «una política fiscal responsable, que garantice la estabilidad presupuestaria y la reducción del déficit y de la deuda pública, en una senda compatible con el crecimiento económico y la creación de empleo, y con niveles adecuados de protección social». Y aprieten para que así sea, en vez de seguir acariciando la pesadilla de unas terceras elecciones.

Fuente: El País