Argentina sufrió en 2019 una inflación del 53,8%, la más alta del continente latinoamericano si se descuenta la hiperinflación venezolana y la mayor del país en los últimos 28 años. Diciembre, el mes en que el peronista Alberto Fernández sustituyó al liberal Mauricio Macri en la presidencia, registró una subida de precios del 3,7%. Los controles sobre algunos precios han ayudado a contener el alza en el coste de la vida. Sin ellos, la inflación del pasado año habría ascendido hasta el 56,7%.

Los datos publicados el miércoles por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) revelan que los precios de la sanidad y los medicamentos (con una subida del 72,1%) y de las comunicaciones (63,9%) fueron los factores más inflacionarios en 2019. También los alimentos y las bebidas en los últimos meses del año, debido a que las empresas subieron precios de forma preventiva para anticiparse a posibles congelaciones impuestas por el nuevo gobierno peronista que, finalmente, no ocurrieron.

Las perspectivas para este año no son alentadoras. El nuevo presidente del Banco Central, Miguel Pesce, se niega a hacer pronósticos, aunque la semana pasada aseguró que la inflación de 2020 sería «más baja que la de 2019». Pero la reducción, según los analistas privados, resultará poco significativa: los cálculos oscilan entre el 43% y el 50%, siempre que no se produzca una nueva crisis monetaria que empuje a la enésima devaluación del peso y dé nuevo aliento a la inflación.

Las grandes devaluaciones del peso en los primeros meses de 2018 (antes de que el entonces presidente Macri se viera obligado a pedir auxilio al Fondo Monetario Internacional) y en agosto de 2019 (cuando los resultados de las primarias hicieron evidente el retorno del peronismo al poder y los mercados reaccionaron con pánico) fueron factores decisivos para que la inflación siguiera incontrolada. Otro elemento esencial, sin embargo, es la inercia. Habituadas a una inflación alta, las empresas suben precios anticipadamente para mantener su margen de beneficios. Eso se traduce en reclamos de alzas salariales de nivel similar por parte de los sindicatos, lo cual cierra el círculo vicioso.

La inflación fue uno de los grandes fracasos del mandato de Mauricio Macri. El ex presidente llegó a la Casa Rosada asegurando que el problema era «fácil de resolver». No lo resolvió: lo agravó. En cuanto los precios empezaron a dispararse, acompañados de una rápida devaluación del peso, su gobierno pactó con el Fondo Monetario Internacional un programa basado en una reducción drástica de la emisión monetaria y en una reducción paralela del gasto público. El plan no frenó la inflación, sino la economía: condujo a una grave recesión que está ya en su tercer año.

Alberto Fernández ha suprimido el mecanismo de revisión automática de las pensiones implantado por Mauricio Macri y las ha congelado por seis meses (salvo las más bajas) a la espera de pergeñar un nuevo mecanismo menos inflacionario. Ese sacrificio impuesto a las clases pasivas puede tener un cierto efecto de contención en el primer tramo de 2020. El ministro de Hacienda, Martín Guzmán, aseguró en cuanto asumió el cargo que mantendría en el menor nivel posible la emisión de dinero: Argentina tiene un largo historial de explosiones inflacionarias a causa de la impresión de billetes. Sin embargo, la necesidad de afrontar numerosos vencimientos de deuda en pesos mientras se renegocia el conjunto del endeudamiento público obligará, probablemente, a recurrir con más frecuencia de la deseable a la imprenta de dinero.

Fuente: El País