La fuerte caída de los precios del aceite de oliva en los últimos meses, hasta menos de dos euros por kilo en origen —muy por debajo de los costes medios de producción— frente a los casi cuatro de hace dos campañas, ha sido el detonante de una crisis. Pero no se trata de una crisis que se ha producido de la noche a la mañana, sino que se arrastra desde hace tiempo por una oferta histórica en el campo y escasamente organizada, con pocas industrias compradoras, un mercado en los últimos años sin mecanismos de regulación, una distribución a precios de oferta y un consumidor que muchas veces no está dispuesto a pagar más por una mayor calidad del producto.

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Esta situación coyuntural se asocia fundamentalmente a las altas existencias en los mercados tras una campaña abundante, pero a las puertas de otra a la baja, por lo que no habría razones objetivas para este comportamiento de los precios. Sin embargo, la realidad es que bajadas de precios a dos euros cuando hay cosechas elevadas, y subidas a casi los cuatro euros el kilo en años de carencias, responden también a viejos desajustes a lo largo de toda la cadena, desde la producción al consumo, que nunca se han abordado o se han tratado de forma insuficiente. No hay razones objetivas para esta crisis solo por los excedentes.

Los problemas en el sector del aceite de oliva arrancan desde la producción, con unas 1.800 almazaras de las que 900 son cooperativas que controlan el grueso de la producción, pero donde domina la dispersión a la hora de la comercialización. Aunque en los últimos años se han constituido o potenciado varios grupos cooperativos —como Dcoop, Oleoestepa, Jaencoop-Olivar de Segura, Subbética, Interoleo, Oleotoledo, Unió—, con una producción en conjunto superior a las 500.000 toneladas, su peso no es el mismo en los mercados al operar individualmente.

A la dispersión en la oferta ha seguido la alta concentración en la industria que reduce las ventas del sector productor a media docena de grandes grupos como Sovena, Deoleo, Migasa, Aceites del Sur, Maeva o Borges.

El aceite, a pesar de los compromisos suscritos en su día entre la Administración y la gran distribución, se mantiene como un producto reclamo, con precios de oferta en muchos casos por debajo de coste que el sector denuncia como venta a pérdidas, todo ello sumado al fuerte peso de la marca blanca barata con una cuota en el entorno del 60%.

Desde la perspectiva de los mercados, la práctica eliminación de los sistemas de regulación comunitarios, sin apoyos para el almacenamiento al exigirse unos precios altos para desencadenar las ayudas, han dejado al sector en manos de los grandes operadores y sin mecanismos de defensa.

En los últimos años han fracasado los esfuerzos e inventos de la interprofesional para aumentar la demanda y destacar ante el consumidor la imagen del aceite de oliva como un producto de calidad que tiene un precio. Con la ayuda de la gran distribución, la imagen del aceite se ha mantenido como la de un producto baratero en el mercado interior y para la exportación. Hay subida de la demanda con precios hundidos y caída a la inversa. Al consumidor medio español, a diferencia del italiano, le parece caro un litro de aceite a más de cuatro euros y se cambia al girasol como sucedió hace dos años.

La interprofesional, en base a las cuotas de producción e industria, manejará 39 millones de euros entre 2019 a 2024, de los que unos 31 serán para promoción. De ellos, 20 para las campañas en el exterior y el resto para el mercado interior. A diferencia de los ingentes fondos de sectores como la soja, las posibilidades de la promoción del aceite con esas cantidades son como una gota en el océano, por lo que se sigue exportando o comercializando en España fundamentalmente en función de los precios.

A la hora de referirse a la crisis de sector no se puede generalizar y se impone hablar también de dos tipos de sectores en el olivar muy diferentes y con problemas distintos: el tradicional intensivo o superintensivo nuevo en espaldera, con elevados rendimientos, y el olivar de secano y en pendiente, con bajas producciones y de una gran calidad por el cual no pagan las industrias ni la gran distribución metida en su guerra de ofertas. Frente a unos costes medios de producción de 2,75 euros el kilo, en un olivar intensivo los precios en origen bajan a poco más de dos euros, mientras en el olivar en pendiente esa cifra no es inferior a los 3,50 euros por kilo.

Finalmente, al hablar de rentabilidad en el sector, se deben tener en cuenta también las ayudas comunitarias que se fijaron en su día en función de sus rendimientos. Así, mientras un olivar intensivo puede superar los 700 euros por hectárea, el olivar de pendiente recibe una sexta parte, sin que ninguna Administración haya decidido compensar a ese tipo de cultivo por su peso a la hora de sostener el medio rural y defender el medio ambiente. 

Fuente: El País