Donde algunos observan un comedor diáfano, otros se adentran en un remanso de paz. Donde algunos sienten la nada absoluta ante una claraboya, otros disparan su segregación de melatonina. Cabe pensar que son sensaciones subjetivas, algo que sucede con un arte –sino con todos– como es la arquitectura. No nos dejemos llevar por las intuiciones porque esta disciplina ha comenzado a darle vueltas a la ciencia y la tecnología para sustentar las construcciones. Estas vigas maestras se denominan neuroarquitectura. Una tendencia que comenzó en Estados Unidos, en el Instituto Salk de San Diego, de la mano de Louis Kahn a mitad del siglo pasado y hace cerca de 25 años ha comenzado a crecer en las universidades y en los estudios de arquitectura.

Que el cerebro tome las riendas de los edificios parte de una buena razón de ser. Como explica Juan Luis Higuera, arquitecto e investigador de neuroarquitectura del instituto i3B en la Universitat Politècnica de Valencia, pasamos el 90% de nuestro tiempo en espacios construidos. “De una forma u otra todo es arquitectura. Podemos beneficiarnos de un buen diseño que genere unas emociones determinadas”, añade. Y es que hablamos del cerebro, neuronas, el sistema nervioso central, hormonas, sentimientos… demasiados elementos como para dejar de lado a la neurociencia. En palabras de Antonio Ruiz, especialista en neuroarquitectura en AKR Arquitectos, todo el mundo sabe que el entorno donde vivimos influye en nuestro comportamiento.

La instalación de un futbolín, una mesa de ping-pong o un jardín de dos hectáreas nada tiene que ver con este enfoque. Solamente valdría si la ciencia y la tecnología determinaron que era la mejor opción para trabajar. Como sostiene Higuera, su instituto emplea registros neurofisiológicos, como electrocardiogramas y electroencefalogramas, para medir cómo reacciona el cerebro en tiempo real ante diferentes estímulos. En su caso, siempre relacionados con la arquitectura. “El problema de imaginar, porque a veces se trata de aplicar nuestra disciplina a espacios por construir, lo abordamos con realidad virtual. No hace falta pensar en un despacho con un suelo determinado. Con esta herramienta estás inmerso en el espacio”, sugiere.

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Acudir a la compra de una vivienda y encontrarnos en el estudio de arquitectos con máquinas clínicas puede no encajar a primera vista, pero aquí son totalmente necesarias. La ciencia busca certezas irrefutables, algo que no casa muy bien con las intuiciones. “Explicar la parte científica a un cliente resulta complicado. Hablarles de sensores en la piel para medir la sudoración o encefalogramas, no es muy habitual. Buscamos dar objetividad con las emociones que les provoca, por ejemplo, un material. Ir más allá de sus gustos personales”, razona Ruiz. Gracias a todas las mediciones, los usuarios viajan por los diferentes espacios a través de las sensaciones. La ventaja radica en que son las que ellos han querido. Mejor dicho, las que su cerebro ha expresado. 

El decálogo de las emociones

Todavía nadie ha escrito un decálogo indiscutible de la neuroarquitectura. Sin embargo, gracias a toda la investigación previa, los neuroarquitectos han detectado ciertos patrones comunes de comportamiento ante determinados estímulos. Ruiz comenta que el equilibrio térmico resulta indispensable para mantener el bienestar. “Los cambios bruscos generan hostilidad en las personas”, precisa. Igualmente, la iluminación natural y la presencia de plantas influye en la melatonina y en la calidad del sueño. “Las fragancias naturales, como de cítricos, reducen el estrés. Con los colores azulados y marinos sucede algo parecido. Incluso el uso de curvas ayuda a relajarse mucho más que los espacios angulosos”, asegura Higuera.

La puesta en práctica de la neuroarquitectura genera una cantidad de datos rayana con lo ingobernable. Con la intención de no caer en la arbitrariedad, tanto el big data como el machine learning se han convertido en dos herramientas cruciales. Aparte de ayudar a identificar emociones entre líneas y números, sirve para facilitar la interpretación de los resultados. “Las señales que registramos eran muy complejas de interpretar por parte de los arquitectos. Con estas nuevas tecnologías, hacemos inteligible las métricas que empleamos habitualmente”, afirma Higuera. Sin ir más lejos, ya detecta estadios emocionales de los sujetos en entornos virtuales sin tener que preguntarles directamente.

España, poco a poco, ha comenzado a interesarse por la disciplina. Los estudios de arquitectura, como es el caso de AKR Arquitectos, han abrazado la neurociencia como pilar de su trabajo. Lejos queda Estados Unidos, donde las universidades incluyen la neuroarquitectura en su curriculum académico. “Esto es tremendamente innovador. Podemos medir con herramientas neurocientíficas. Es un gran salto cualitativo”, zanja Ruiz. La psicología y el feng shui contribuyen también al crecimiento de esta disciplina. Al igual que apuesta por que sintamos, su cerebro tampoco se detiene. Buscan más y más. “Podemos tener un abanico muy amplio de emociones que solo pueden conseguir que la arquitectura cada vez sea mejor”, concluye Higuera.

Exposición de cromosomas en el Museo de Ciencias en Londres.

Fuente: El País