La última edición de ARCO Madrid, la más importante feria española de arte contemporáneo y una de las más reconocidas en el mundo, se destacó porque sus tres exposiciones comisariadas habían estado gestionadas sólo por mujeres. Ocho mujeres de relevancia internacional, la primera vez que estos proyectos estaban en manos exclusivamente femeninas. Sin embargo, el informe facilitado por Mujeres en las Artes Visuales (MAV), un importante observatorio de desigualdades en el sector, mostraba que las obras de artistas mujeres expuestas en la feria representaban sólo el 25% del total, y únicamente el 5% eran artistas españolas. En el comité ejecutivo de la feria, las mujeres suponían sólo el 21,1%. El evidente desequilibrio también es habitual en las galerías de arte, donde se expone masivamente más hombres que mujeres.

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La paradoja reside en el hecho de que, desde los años 90, las facultades de Bellas Artes están pobladas por mujeres en más de un 70%. En el caso de la Universidad Nebrija, la presencia de jóvenes mujeres en nuestras aulas de Bellas Artes es masiva, llegando a superar esta proporción en algunas promociones. Si esto es así, si la nueva generación de artistas en el ecosistema del arte será mayoritariamente femenina, ¿por qué hoy en día son tan poco visibles las artistas en exposiciones, en ferias y galerías?

La lucha de las mujeres por conquistar la visibilidad y el reconocimiento que merecen y se les escatima es una constante desde hace décadas. Se trata de una lucha del feminismo que se inició a principios de los años 70 con Linda Nochlin y el artículo “Why have there been no great women artists?” y que en los 80 sacudió las estructuras del sistema del arte con la aparición de las Guerrilla Girls y aquel “Do women have to be naked to get into the Met Museum?”. Estos 30 años de lucha feminista en el arte han permitido que se conozcan cientos de nombres de mujeres que habían sido borradas de una historia del arte patriarcal y sectaria, y nos han obligado a pensar más allá de los cánones establecidos en los que la calidad y el valor de la obra de arte estaban asociados al hombre-blanco-occidental.

No podemos entender un mundo ajeno al arte producido por la mujer, en el que la voz de la artista no se escuche

Las historiadoras Rozsina Parker y Griselda Pollock, en su libro Old mistresses: women, art and ideology, nos han permitido comprobar cómo ha cambiado la perspectiva de inclusión y reconocimiento del trabajo artístico de la mujer —y reflexionar sobre la influencia que se genera en la identidad social, en la herencia cultural y en el legado que dejaremos a las nuevas generaciones— el hecho de que lo que se muestre en museos e instituciones y el tema de investigación en universidades sea un arte inclusivo, variado, afirmativo, reflejo de la sociedad multifacética de nuestros días, un arte que reconozca a la mujer y al hombre al mismo nivel.

Los resultados de esta lucha empiezan tímidamente a verse: los museos emprenden campañas para adquirir y exponer obra de mujeres, las ferias de arte se plantean como objetivo, como hemos visto, la visibilidad de la obra de las artistas o el trabajo curatorial de las comisarias. España es país de grandes mujeres artistas: actualmente, Dora García expone en el Museo Reina Sofía, Alicia Framis en la Galería Juana de Aizpuru, Isabel Muñoz en Tabacalera… y son sólo un ejemplo. Las galerías de reciente creación son más susceptibles de seleccionar y exponer obra de mujeres, especialmente las galerías gestionadas por mujeres, como indicaba Artsy Magazine en diciembre de 2017, pero el desequilibrio sigue siendo todavía un problema generalizado.

A nivel laboral, la equiparación entre el trabajo de hombre y mujer es aún un escollo a salvar, y lo es también en el arte a tenor de los datos que el estudio La actividad económica de los/las artistas en España —publicado en 2017 por la Fundación Antonio de Nebrija en coautoría mía con el profesor Isidro López-Aparicio— da a conocer. La brecha salarial se traduce en el mercado del arte en precios inferiores en la obra vendida por unos y otras y las mujeres artistas muestran en general aún más precariedad en su trabajo, menor tiempo de cotización a la Seguridad Social, más inseguridad ante futuras prestaciones y más dependencia de los ingresos de otras personas, mientras que, a la vez, son más numerosas las que soportan el peso de hogares monoparentales. Hay menos mujeres que mantienen relaciones estables con galerías de arte, pero las artistas siguen activas creando y exponiendo aún en espacios alternativos, y es el momento de revertir esta tendencia a la desigualdad. Las reivindicaciones de las artistas españolas están también reflejadas en el borrador del Estatuto del Artista que se redacta en el Congreso de los Diputados, porque su papel en este sector es fundamental.

Hoy en día no podemos entender un mundo ajeno al arte producido por la mujer, en el que la voz de la artista no se escuche, porque la mujer es el 50% de nuestra sociedad, y en ella recae la mayor parte de la formación de las nuevas generaciones. Hoy más que nunca, también en el arte, la voz de la mujer exige ser escuchada y atendida.

Marta Pérez Ibáñez es profesora en la Universidad Nebrija.

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Fuente: El País