La vida de la economista Kristalina Georgieva (Sofía, 1953) dio un giro radical en 1989. Ejercía como profesora universitaria y podía vislumbrar lo que iba a ser el resto de su carrera cuando el régimen comunista comenzó a caer y, de golpe, la Bulgaria que conocía desapareció. En 1993 comenzó a trabajar para el Banco Mundial y años después volvió a Europa, donde ha sido vicepresidenta de la Comisión Europea y comisaria de Cooperación Internacional y Ayuda. También fue una de las candidatas mejor posicionadas para llegar a la secretaría general de Naciones Unidas en 2016, aunque fue designado Antonio Guterres. Siendo muy joven, antes de graduarse, trabajó como vendedora en un puesto del mercado de Sofía. Hoy otros mercados le ocupan. Como directora general del Banco Mundial desde 2017, es la responsable del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento y de la Asociación Internacional de Fomento, dos instituciones del organismo que brindan financiación a los países en vías de desarrollo.

Pregunta. El fortalecimiento económico de las mujeres es uno de los pilares de su misión. ¿Percibe el efecto de la reciente ola de feminismo cuando va a los países en desarrollo?

Respuesta. A veces, de hecho, lo veo con más fuerza en esos países porque las mujeres se llevan la peor parte de las presiones económicas. Si va a África verá mujeres muy fuertes lidiando con muchas dificultades económicas, son las que cuidan de los niños. En Oriente Medio, por ejemplo, hay una demanda de ayuda muy fuerte por parte de mujeres emprendedoras para acceder a financiación. Hay partes del mundo donde la desigualdad es mayor, pero el deseo de igualdad es el mismo.

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P. La presencia de la mujer en puestos de poder creció mucho durante las últimas décadas, pero parece haber un estancamientos en los últimos años, en ciertos casos, incluso retroceso. ¿Cree que ha habido un freno?

R. Pertenezco a una generación que durante mucho tiempo fue ciega en cuestión de género. Yo rechazaba llamarme a mí misma feminista, rechazaba verme distinta de mis colegas, pero me di cuenta de que estaba equivocada, que había un grado de desigualdad, que debía trabajar más duro que mis colegas hombres para ser igual que ellos. Ahora soy una feminista sin complejos y no vacilo en hablar de la brecha salarial o de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. En el Banco nos hemos comprometido en que el 50% de las posiciones más altas estén ocupadas por mujeres en 2020. Ahora estamos, creo, en el 45%-55% y lo iremos logrando con los nuevos fichajes. No vamos a nombrar una mujer solo por el hecho de serlo, pero nos aseguraremos de que tienen una oportunidad justa.

P. Usted misma fue una candidata muy fuerte para la secretaria general de la ONU. Después de 70 años de historia, se intentaba que fuera designada una mujer, pero optaron por Guterres.

R. Él es un gran secretario general. Dicho esto, tiene que haber un momento en la historia en que sea una mujer quien ocupa ese puesto. No fue esta vez, claramente el Consejo de Seguridad [el organismo de la ONU que lo decide] no estaba preparado para ello. Fíjese en que el Consejo está formado por 14 hombres y una mujer. Pero acabará ocurriendo.

P. La doctrina evangélica está viviendo un impulso importante en la política en América Latina. ¿Cree que es un riesgo para este avance del feminismo?

R. No había pensado mucho en eso. Lo que vemos es que el mundo está cambiando muy rápido y es más propenso a los shocks. Hay más crisis, más desastres repentinos y eso ha creado ansiedad en todas partes. A la hora de ver cómo las sociedades y los individuos lidian con esa ansiedad, en algunos países hemos visto un auge del populismo. Posiblemente el repunte de la dependencia en la religión tiene los mismos orígenes que este auge del populismo. Lo que hemos visto aquí en el Banco es que es necesario un cambio de mentalidad hacia una mayor agilidad y adaptabilidad, que debemos crear comunidades más resistentes a estos shocks. Ha habido esa creencia tradicional de invertir en activos físicos, infraestructuras o industrias, lo que vemos en el Banco Mundial es la gran necesidad de invertir más en la gente.

P. ¿Diría que la ayuda internacional se ha estado destinando a los objetivos equivocados?

R. Lo que ha pasado en las últimas décadas es espectacular. En 1981 había 1.900 millones de personas pobres en el mundo y ahora hay 800 millones, cuando la población es de 7.500 millones y entonces eran 4.500 millones. Así que ha habido una increíble éxito en reducción de pobreza, mejora de la esperanza de vida o escolarización, entre otros. La cuestión cómo hacemos, con una velocidad de cambio mayor que antes, para preparar a los países para los problemas del futuro, no los problema de ayer. Por ejemplo, si se empieza a imprimir zapatos en 3D, ¿cómo afectará a Vietnam? ¿Cómo preparamos a estos países para los cambios radicales que están ocurriendo?

P. Las condiciones financieras son aún suaves en el mundo. La Asociación Internacional del Fomento acaba de emitir su primer bono y ha superado las expectativas. ¿Teme que el endurecimiento de la situación crediticia haga su trabajo más difícil?

R. El bono ha superado completamente nuestras expectativas. Pensamos en emitir 1.000 millones, pero hubo una sobredemanda de 4,6 veces y se acabaron colocando 1.500 millones. La economía está fuerte y prevemos que habrá más presión en los tipos de interés, pero seguiremos financiándonos por debajo de mercado porque tenemos un perfil crediticio muy fuerte y servimos a los países a un coste muy bajo.

P. Como exvicepresidenta la Comisión Europea, y también responsable de Ayuda Humanitaria, ¿qué siente al ver el auge nacionalista en países como Italia o Hungría?

R. Es muy preocupante. En Europa aún recordamos lo que una ola de nacionalismo fue en la región, lo devastador que fue. Un motivo de esta ola es la gente que se está quedando atrás. En Europa el 10% de los más pobre se ha empobrecido un 7%. Eso no podemos ignorarlo. Hacen falta políticas para adaptar a los países. No podemos tampoco parar el cambio, la última revolución industrial, pero debemos pensar en los perjudicados. Eso es lo que aprendí como comisaria de Ayuda Humanitaria.

P. ¿Y qué aprendió de su juventud, cuando empezó trabajando en un mercado de Sofía?

R. Independencia. Aprendí que uno debe confiar en sí mismo, en que puede enfrentarse a cualquier dificultad. También aprendí que el cambio es imparable. Mire, viví años 14 de mi vida profesional como profesora en Bulgaria convencida de que subiría en el escalafón de mi universidad, que me retiraría a los 55… Mi vida era predecible. Y entonces, bum, llega el 89. La transición. La economía y el país que yo conocía se derrumbaron por completo. Entonces me fui a Estados Unidos, cambié varias veces de profesión. Ahora tengo 65 y no tengo ninguna intención de retirarme, para pena de mi familia, que es lo que querrían. No hace falta decir que pasé por momentos muy duros, pero tengo mucha suerte porque soy una optimista.

Episodio con el espía Steele

Hace alrededor de un año algunos medios publicaron que Christopher Steele, el exagente británico del MI6 que elaboró el informe incendiario de Donald Trump, había sido contratado previamente para investigar a Kristalina Georgieva cuando era candidata la secretaría general de Naciones Unidas. “No sé de dónde sale, no sé si es cierto o no, y no puedo imaginar qué podría ser tan interesante para investigar”, afirma Georgieva.

La información, publicada en exclusiva por el portal EurActiv y difundida luego por otros medios, señalaba que la investigación trataba de buscar algún vínculo entre Georgieva y el crimen organizado en Bulgaria. Pese a la investigación, nunca se ha encontrado indicio alguno a este respecto, según publicó la agencia Efe, socia de EurActiv.

“Todo esto no tiene ningún valor”, prosigue la consejera delegada del Banco Mundial. “Mi historia es muy simple, mis padres eran gente común, mi madre era vendedora en una tienda y mi padre ingeniero de caminos. Tuve un hermano muy rebelde que causó tanto trastorno en mi familia que yo tuve que ser muy buena niña, me gradué, saqué mi doctorado… Bulgaria ha tenido su dosis de servicios secretos y cosas así, pero no en mi familia”.

Fuente: El País