Juego, set y partido para Rafa Nadal. Mabel Capital, la compañía de inversión fundada por Abel Matutes hijo y en la que participa el tenista mallorquín, ha adquirido uno de los edificios más emblemáticos de Lisboa, el que alberga la cafetería Suíça, en la misma plaza del Rossio.

La Suíça es en sí misma Lisboa. Abierta en 1922, es punto de encuentro de turistas y lisboetas, gracias a su ubicación en la plaza del Rossio, corazón de la capital portuguesa. Tanto esta plaza como su vecina, Figueira, se encuentran, desde el boom turístico que comenzó en 2014, en un proceso de completa rehabilitación de sus edificios, algunos de ellos abandonados y otros medio derruidos a la espera de inversores. Para la manzana donde se ubica la Suíça ya han llegado y, como en la mayoría de los casos, es capital extranjero.

Todo el edificio de La Suíça, 12.000 metros cuadrados con cinco pisos sobre el suelo y dos más en el subsuelo, ha sido adquirido por la empresa española Mabel Capital por 62 millones de euros, según ha informado el semanario Expresso. Un precio que sale a 5.000 euros el metro cuadrado, aunque los trabajos de rehabilitación lo subirán hasta cerca de los 8.000 euros. Mabel Capital está participada por el tenista español Rafael Nadal, aunque su principal accionista es la familia Matutes, todos ellos mallorquines.

De momento se ignora el destino del edificio. Su anterior propietario, la Sociedade Hoteleira Seoane, que adquirió la casa en 2003, había presentado al Ayuntamiento de Lisboa un proyecto de hotel de lujo que levantó muchas reticencias entre el vecindario y la misma cámara municipal.

En los actuales planes de rehabilitación del barrio, la Baixa, la mayoría de los proyectos son para hoteles y apartamentos que, por su alto precio, son comprados principalmente por extranjeros. El pasado año, uno de cada cinco pisos vendidos en Portugal fueron comprados por extranjeros, pero la cifra se dispara en ciudades como Lisboa y Oporto, donde las compras por foráneos, sobre todo franceses y brasileños, rozan la mayoría.

Fuente: El País