Todo el mundo habla de datos. Aparecen por todas partes y adquieren protagonismo, porque son útiles, porque resulta que la digitalización consiste precisamente en sacarles partido: cambiar el modelo de negocio a partir del procesamiento de los datos de una organización.

Una confluencia de posibilidades de automatización y de globalización nos ponen en alerta como sociedad. Sabemos que muchos puestos de trabajo desaparecerán y serán sustituidos por otros en los lugares donde se haya producido la riqueza suficiente al aumentar la eficiencia de las empresas. El bienestar y el progreso de nuestro país depende en una buena parte de la manera en que afrontemos el reto de los datos.

Siempre hubo datos. Las técnicas matemáticas y estadísticas que fundamentan la ciencia de datos son centenarias, pero la explosión en su efectividad se produce cuando la informática facilita construir aplicaciones que permiten automatizar actividades y mejorar drásticamente la toma de decisiones. El comportamiento de estas aplicaciones, a veces, si fuese adoptado por una persona no dudaríamos en calificarlo como inteligente.

Los profesionales que necesitamos son ingenieros informáticos con una especialización. Ingenieros e ingenieras capaces de llevar más allá la búsqueda de regularidades en cantidades ingentes (o no) de registros de actividades o de fenómenos. Solo la computación puede indagar racionalmente en un campo de exploración que, junto con los números, incluye imágenes, sonidos, textos o rastros digitales de usuarios.

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La informática es diversa y abarca muchos campos que en buena medida no son conocidos por el público en general. El tratamiento de datos no consiste solo en su análisis y evaluación, sino que precisa también abordar tareas de selección, preprocesamiento y transformación. Los datos deben ser organizados en bases de datos adecuadas, con arquitecturas que optimicen el rendimiento en su gestión. El procesamiento descansa en el aprendizaje automático y en la elaboración de software de calidad que garantice la comunicación con los sistemas informáticos de una organización. Precisamente, estas son labores que dan nombre a las áreas de ingeniería informática en el ámbito académico.

Países de nuestro entorno como Francia y Alemania han establecido planes para poder disponer de ingenieros informáticos especializados en datos. Es evidente que España no puede estar ajena a esta corriente. A nuestro juicio las medidas deben abarcar varios frentes.

La formación de un ingeniero informático especialista en datos (el nombre es poco relevante) no puede hacerse con unas pocas horas sobre una formación de base diferente a la informática. La Universidad necesitará adaptarse a los nuevos retos; no solo en informática, desde luego. No podemos permitirnos sucumbir a la poderosa inercia o nos quedaremos atrás. Tenemos que abrir las ventanas y respirar en los nuevos aires, adelantarnos a ellos si es posible. Las normas internas de toma de decisiones y asunción de responsabilidades desdibujan en exceso estos procesos.

La elaboración y actualización de los planes de estudio debe responder a criterios académicos objetivos, establecidos por los expertos y en consonancia con las necesidades de la industria, pero nunca a intereses internos de las propias instituciones y tampoco debe sucumbir a modas efímeras.

Además, una tediosa burocracia alarga los procesos de manera desesperante. Es urgente también la aplicación de fórmulas imaginativas para compartir expertos (necesarios en especialidades recientes) y para utilizar técnicas pedagógicas diferentes.

Por otra parte, la profesión (¡y la industria!) necesitan establecer una clara diferencia entre la Formación Profesional y los títulos universitarios (y entre ellos también). En España las ingenierías tienen una regulación que lleva décadas pendiente para la Informática. Cada país tiene su modelo de regulación para las ingenierías, pero ninguno comete el error de penalizar a la informática. Se dice que el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años, pero el segundo mejor momento es hoy.

Todo lo anterior, con algún pequeño matiz, es común a otras especialidades de la ingeniería informática. Por ejemplo, la ciberseguridad, los juegos, o la inteligencia artificial entre otras. La sociedad española necesita abordar estas reformas para aprovechar el enorme potencial de estos retos y oportunidades, no podemos permitirnos dejarlas pendientes para otro momento.

Fuente: El País