Los consejeros delegados ejercen un poder enorme, y en ninguna parte más que en Estados Unidos. La Mesa Redonda de los Negocios presentó el lunes un compromiso de 181 líderes corporativos para dirigir sus empresas en beneficio de sus clientes, empleados y proveedores, además de para los accionistas, como si fuera el comienzo de una nueva era. Lo cierto es que solo refleja la realidad: La primacía de los accionistas ha alcanzado un límite natural. La primacía del CEO podría ser la siguiente en sufrir el golpe.

La idea de que el accionista es el rey, que se convirtió en la forma de pensar habitual en los años setenta gracias a economistas como Milton Friedman, tiene cierto sentido. Después de todo, los accionistas eligen a los consejeros y teóricamente son los dueños de la compañía.

Pero la crisis financiera, junto con los escándalos corporativos, desde el derrame de petróleo en el Golfo de México de BP hasta los fatales errores de Boeing en el desarrollo de su avión 737 MAX, muestran que los inversores no siempre son los mejores árbitros de lo que es bueno para la creación de valor a largo plazo.

El deber de los ejecutivos hacia los inversores es exagerado, de todos modos. Mientras que algunos casos legales famosos como Dodge contra Ford Motor (1919) apoyan la primacía del accionista, la ley corporativa da una discreción considerable a los directivos de las compañías para pensar también en otras partes interesadas. JP Morgan, cuyo jefe, Jamie Dimon, firma la carta de la Mesa Redonda, va a asignar 200 millones de dólares a la regeneración de la ciudad de Detroit entre 2014 y 2022. Tales inversiones crean también clientes leales y políticos agradecidos.

Hay razones para el escepticismo, sin embargo, hasta que las palabras vayan acompañadas de acción. Una prueba sería que las empresas adoptaran políticas que claramente pusieran a los accionistas en segundo lugar. Podrían comprometerse a nombrar a un representante de los empleados para el consejo. Podrían prometer evitar la subcontratación de trabajos a mercados laborales más baratos, o donar cantidades considerables a organizaciones benéficas.

Otro paso sería reducir el poder de los CEO. Las promesas de cuidar a los empleados suenan vacías cuando los jefes de las grandes empresas estadounidenses suelen ganar 278 veces el salario medio de los empleados, según un informe del think tank Economic Policy Institute de la semana pasada. Los consejos también podrían garantizar que haya un presidente independiente que responda ante todas las partes interesadas. De los ejecutivos que firmaron la carta de la Mesa Redonda de los Negocios, más de la mitad ocupan cargos de consejero delegado y presidente.

Las promesas de priorizar el bien común pueden ser un intento de las compañías de evitar que se les impongan ajustes más onerosos, por ejemplo, mediante una administración demócrata en 2021. Hasta ahora, sin embargo, los CEO están solo a medio camino de la iluminación.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

Fuente: Cinco Días