Los ambientalistas la llamaron “la alianza del diablo”, pero la compra de Monsanto por parte de Bayer no ha ido tan mal como se esperaba en los primeros meses de vida, a la luz de los resultados que el gigante alemán presentó hace una semana. Las ventas totales en 2018, que desde el verano pasado suman ambos negocios, llegaron a los 39.600 millones, un 4,5% más (datos comparados), y el ebitda fue de 9.547 millones (2,8% más). Aunque todavía queda mucho camino para digerir una compra que al padre de la aspirina le ha costado 55.400 millones de euros —y que ha hecho crecer la deuda de 3.500 a 35.000 millones—, parece que la poco popular división de pesticidas, herbicidas y semillas Crop Science ha sido clave para que el consejero delegado, Werner Baumann, se mostrase moderadamente satisfecho ante los analistas el pasado 27 de febrero: “Este ha sido un año importante, nuestros resultados han sido mejores de lo esperado”, aseguró a Bloomberg.

Con unos ingresos de 14.300 millones (un 6,1% más), Crop Science aportó al resultado de explotación 2.700 millones e impulsó la cuenta de resultados, según varios análisis, por encima de otras divisiones, como la de productos de cuidado personal o salud animal. JP Morgan analiza en una nota a inversores que los insecticidas y fungicidas se comportaron muy bien en el último trimestre del año, en especial en Latinoamérica. “Han pasado muchísimas cosas buenas en estos seis meses de trabajo conjunto”, resume el responsable de agricultura y sostenibilidad de Crop Science, el mexicano Jesús Madrazo, en una breve visita a Madrid. “Vamos a invertir 2.500 millones en I+D este año, estamos presentes en todos los cultivos [de grano, hortalizas, frutas] en todos los continentes, tenemos la responsabilidad de innovar más y más rápido que lo que hacíamos por separado”, prosigue. También han sumado problemas. Cuando Bayer adquirió Monsanto el año pasado, los esfuerzos de ambas compañías se centraron en combinar el impulso a sus productos con la reducción de costes (anunciaron 12.000 despidos). Lo que quizá no esperaban es que creciesen exponencialmente las demandas ante los tribunales.

Tras una sentencia el pasado verano que dio la razón a un jardinero, unos 11.200 agricultores y particulares en EE UU culpan ahora al herbicida estrella de Monsanto, RoundUp, de dañar la salud por su ingrediente activo, el glifosato, que supuestamente ataca una enzima que se encuentra en las bacterias intestinales y que es beneficiosa para los humanos y algunos animales. Sólo las ventas de RoundUp en EE UU rondan los 300 millones anuales, según Euromonitor, y el químico es uno de los más populares entre los productos para la agricultura, también en Europa. Aquí el Tribunal de Justicia de la UE ha dictaminado esta semana que los estudios sobre su posible toxicidad, vetados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, deben hacerse públicos. Según Jonas Oxgaard, analista de Sanford C. Bernstein, Bayer podría hacer frente a “pérdidas multimillonarias” en costes legales.

Madrazo, un ejecutivo que procedía de Monsanto, responde que todos los estudios científicos respaldan su seguridad y añade que el glifosato es una molécula “superdócil comparada con otros productos de protección de cultivos”. “Si los agricultores no tienen acceso a esa herramienta, buscarán una alternativa, y probablemente será peor desde el punto de vista ambiental y de seguridad”, vaticina. Mientras los juicios avanzan, las acciones de Bayer, que perdían en el último año un 30%, han remontado un 7% desde la semana pasada porque el mercado empieza a pensar que las proyecciones de crecimiento del 4% en 2019 se cumplirán. Y buena parte de las expectativas están puestas en la división de agricultura, que Madrazo enfoca desde varios frentes: la innovación, la conservación del medio ambiente y la transformación digital. “Aquí no es distinto que en otras industrias, necesitamos conectar innovación y sostenibilidad, y convertir ambas cosas en soluciones para el agricultor”.

El desafío es mayúsculo por varios motivos. Bayer sabe que sus actuales mercados principales (EE UU, Brasil, Argentina, México, Canadá) van a perder peso en las próximas décadas frente a la explosión de población y demanda de alimentos en Asia y África. A la vez, como reconoce Madrazo, la competencia “es más intensa que nunca”, ya que se están generando “espacios para jugadores locales” al tiempo que los grandes se fortalecen: solo en los dos últimos años los movimientos tectónicos de la química han unido a Dow Chemical Company con Du Pont, Chemchina con Syngenta y hasta Basf compró activos de Bayer. “Hay una asimetría sobre los problemas y los desafíos que nos esperan: alimentar a una población de casi 10.000 millones de personas para 2050 requerirá entre un 30% y un 50% más de alimentos. Todo eso tenemos que conseguirlo preservando los recursos, con un nivel de innovación sin precedentes. Cuando ves esos problemas y lo que están invirtiendo las compañías… Si juntas toda la I+D que emplean los grandes grupos de mi sector, no llega ni la mitad de lo que invierte Google”.

Hay otra derivada, y es el reto de poner esa innovación en manos del pequeño agricultor. Según el Índice de Acceso a las Semillas, un estudio publicado en febrero por la fundación Access to Seeds, con sede en Ámsterdam, el 90% de los 500 millones de pequeños agricultores del planeta, que representan el 80% de la producción mundial, no pueden acceder a las últimas variedades desarrolladas por las principales compañías para combatir el cambio climático o mejorar los cultivos. “La agricultura está en el centro de muchas necesidades sociales, durante mucho tiempo hemos trabajado de forma fragmentada, pero integrando esfuerzos podremos lograr hacer más que por separado. Nuestro negocio a largo plazo depende de eso”, fía Madrazo.

Adiós a Monsanto

Transgénicos, contaminación, demandas multimillonarias, despiadada defensa de la propiedad industrial… La reputación de Monsanto, reconoce Madrazo, “no era la ideal. Lo vivíamos en carne propia, no era un secreto. Más allá de si era merecida o no, siempre pensé que si dejar el nombre de Monsanto nos ayudaba a avanzar de manera más resuelta para conseguir una agricultura sostenible, era un buen precio a pagar. Yo me siento orgulloso de lo que hicimos, hemos dejado un legado, pero la receta no está en mirar hacia atrás”. Bayer ha sacrificado Monsanto pero no sus marcas: Roundup, Adengo, Asgrow, Flint y una larga lista de productos seguirán con esa denominación en el mercado.

Fuente: El País