La Gran Recesión ha alumbrado una nueva narrativa: si antes de la crisis el mundo entero pecaba de optimista, la moda pasa hoy por un pesimismo irredento. Se consideran escenarios negativos que nunca antes estuvieron sobre la mesa y todo son riesgos, desafíos, amenazas y peligros. Cuesta encontrar expertos que vayan a contracorriente de esa economía del miedo: Ángel Ubide (Zaragoza, 1968) es uno de ellos.
Ubide se forjó como economista en el FMI. Estuvo 15 años en hedge funds antes de llegar al todopoderoso Goldman Sachs. Ha sido también un fecundo articulista en este diario, investigador en el Peterson Institute y acaba de publicar un libro fascinante —La paradoja del riesgo— sobre los bancos centrales, esos extraños animales pseudopolíticos que se han convertido en los grandes protagonistas de la salida de crisis. Ubide cree que Europa es la gran sorpresa positiva del mundo, y que el banquero central europeo, Mario Draghi, es quizá la gran figura de esta crisis. Y no parece un gran fan de la candidatura de Luis de Guindos a la vicepresidencia del BCE: «Guindos es un buen candidato para muchos puestos, pero quizá menos para el BCE por su condición de ministro«.
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Un BCE politizado. Ubide dedica muchas páginas a los aciertos del Eurobanco, pero también pasajes muy jugosos a los errores, y especialmente a la politización de Fráncfort, que ha presionado al Sur para hacer reformas y en ocasiones ha llegado a tumbar Gobiernos y a empujar a los países hacia rescates con duras condiciones. «El BCE es héroe y villano: es el banco central más independiente del mundo y ha contribuido decisivamente a que Europa salga de la crisis. Pero también se ha politizado, en episodios como las cartas a Italia y España, los rescates y la presión para obligar a hacer reformas. Y llegó tarde a las medidas extraordinarias por las tensiones con Alemania, pero después ha sabido mantener el pie en el acelerador. Incumple su mandato (un 2% de inflación) por ese retraso. Pero la labor de Draghi, su profundo conocimiento de la política económica combinado con un extraordinario instinto político, ha sido formidable».
El legado de Draghi (I). El presidente del BCE se va en noviembre de 2019 y su legado está aún por escribir. “Draghi ha dejado su sello y tiene una autoridad casi sin igual en Europa. Pero su herencia depende de los tres próximos años: si sigue siendo agresivo y consigue llevar la inflación al 2% habrá hecho un gran trabajo; si diseña una salida prematura y se conforma con una inflación el 1,5%, la situación sería preocupante. Se enfrenta a un dilema complicado: si la economía mejora tiene sentido ajustar la política monetaria, levantar algo el pie del acelerador. Debe graduar con suavidad. Desde Sintra, el verano pasado, la palabra clave de sus discursos es acompañar: ir a remolque de la recuperación para no ralentizar el crecimiento. Pero ya se verá si frena con tanta finura como supo acelerar». «Y sin embargo aquel haré todo lo necesario y aquella determinación en la activación de las compras de bonos asumiendo un enorme riesgo político quedarán para la historia», asegura.
El legado de Draghi (y II). Una parte de la herencia, además, depende del relevo en el BCE: Draghi se jubila en 2019, y el vicepresidente Vitor Constâncio en mayo; la próxima cúpula del Eurobanco deberá lidiar con la siguiente crisis, que llegará. Luis de Guindos es favorito para suceder a Constancio. Pese a que los astros no terminan de alinearse: es hombre cuando hay presión por la falta de mujeres en Fráncfort; pertenece a un país grande y eso dificulta sus posibilidades si Alemania y Francia pujan por la presidencia, y es ministro en una institución que no quiere ver políticos ni en pintura. «Guindos es un buen candidato para muchos puestos, pero quizá menos para el BCE por su condición de ministro. Se van a liberar otras sillas: el puesto de economista jefe o de responsable de mercados podrían ser mejores opciones para España».
El euro, ese pato cojo. Ubide critica el liderazgo de Berlín. «Alemania llegó a la crisis mejor que el resto: tuvo antes su burbuja, con la reunificación, y llegó en otra fase del ciclo, tras hacer reformas. Aprovechó la ventaja para ganar poder. Pero no siempre ha acertado: llegó a poner en riesgo el euro al dudar de la viabilidad de varios países y abusar de la disciplina fiscal y la disciplina de mercado. Tiene responsabilidad en la recaída en la recesión y en el retraso de la recuperación, con pifias tremendas como Deauville, que disparó los intereses de la deuda periférica. Y enfatiza en la reducción de riesgos, pero se resiste a hacer lo que la eurozona necesita: compartir riesgos».
«Ahora a Berlín se le acaban las excusas: Europa crece, ha hecho los deberes y es el momento de reforzar el euro con una capacidad fiscal que sea capaz de apoyar las políticas del BCE. Al euro le falta munición para hacer políticas fiscales contracíclicas: por eso el dólar es el dólar. Hay diversas fórmulas, desde los eurobonos a una facilidad de apoyo a la inversión y el mercado de trabajo». El agujero negro de Europa es la «falta de unidad política cuando llegan las crisis». En ese momento «resurgen los intereses nacionales, y los de Alemania se han visto con claridad». «Draghi», concluye, «supo poner los intereses del euro por encima de todo. Pero tuvo que ir muy lejos. Hay que reformar el euro para que no todo recaiga sobre los hombros de Draghi. La casa está a medio hacer: si la próxima recesión llega con tipos bajos y sin inflación, la política monetaria no será suficiente. Hay que despertar a Alemania y exigirle ambición».
España, sorpresa positiva (y tres grandes riesgos)
Ubide considera que Europa “es la sorpresa positiva del mundo”, y España “la sorpresa positiva de Europa”. Pero subraya tres desafíos: “España no puede permitirse más errores porque tiene un triple problema de paro estructural, de excesiva deuda y de enorme desigualdad”. Para resolverlo, pide “innovaciones políticas”. Apunta dos: un impuesto negativo sobre la renta para luchar contra la desigualdad, y el contrato único contra el desempleo. “Es una pena que haya conceptos tabú que no permitan experimentar”, cierra.
Fuente: El País