Europa está impaciente. Todos esperan a Angela Merkel. Alemania, por lo demás tan de fiar, todavía no tiene Gobierno, y después de 13 años, las capitales del continente parecen haberse acostumbrado hasta tal punto a la canciller que da la impresión de que, sin ella, la estabilidad no es posible. Se diría que lo único que sigue siendo importante es que en Alemania las cosas se resuelvan rápidamente.
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La canciller alemana tiene que liderar y —en una Europa rota— mediar. Pero Europa es víctima de una ilusión. Angela Merkel es más débil que antes. Y lo que es más importante, después del papel que desempeñó en las crisis de los últimos años, es la peor mediadora imaginable.
La división de Europa es doble. La primera brecha sigue la línea del antiguo Telón de Acero. Los Estados miembros del Este tienen una visión propia del futuro de la Unión Europea. Quieren que sea más nacional, más liberal, y también más autoritaria. La segunda brecha corre a lo largo de los Alpes. Con la crisis del euro, los países del sur se distanciaron de los del norte. También ellos tienen su propia visión de la futura UE: más redistributiva, con más margen para el endeudamiento y menos competencia.
Las dos fosas son profundas. Salvarlas será la tarea del próximo decenio. Pero, ¿por qué espera Europa que sea Angela Merkel quien lo haga? Precisamente ella, una política que es símbolo de la división. La canciller resolvió las dos grandes crisis del continente a su manera. La Unión Europea se enfrentó tanto a la crisis del euro como a la de los refugiados tal como ella quiso.
En la crisis del euro, Merkel se ocupó de que los países del sur recibiesen ayuda, pero con la condición de que aplicasen duras medidas de ahorro. En consecuencia, se convirtió —a menudo con el aguijón de una demagogia sucia e interesada en los países afectados— en un personaje odiado por muchos griegos, italianos y españoles. Y todavía sigue siéndolo.
En Bruselas, forzó que el reparto de refugiados por cuotas se aprobase por mayoría
La experiencia de la mandataria en la crisis del euro trajo consigo la segunda brecha que divide la UE. En verano de 2015, cundió por la cancillería el temor de que, a consecuencia de la crisis, la primera ministra proyectase una imagen fría y tecnocrática. Sin este antecedente no se puede entender la posterior reacción de la canciller a la crisis de los refugiados. En otoño de 2015, Merkel anunció de repente el fin de la austeridad y la disciplina presupuestaria. La canciller apostó entonces por la benevolencia y la humanidad. El Estado perdió temporalmente el control. Junto con las víctimas de la guerra civil llegaron muchos emigrantes ilegales. Sin embargo, la primera ministra declaró que los miles de millones que costó su política eran una insignificancia. Se acabó la disciplina presupuestaria.
Ahora bien, desde el punto de vista de la política europea, hubo otro factor de consecuencias más graves. En la crisis de los refugiados, Merkel prescindió de la cautela que Alemania había practicado durante décadas en la Unión Europea. En Bruselas, forzó que el reparto de refugiados por cuotas se aprobase por mayoría. Hasta entonces, este instrumento se había considerado tabú. Lo normal era tomar las decisiones por unanimidad, lo cual incluía hacer todo lo posible por llegar a acuerdos. En un asunto tan crucial para ellos como la acogida de emigrantes, los europeos del Este se encontraron en minoría. Los que habían sufrido como nadie la feroz brutalidad de Alemania tenían que plegarse a ese país. Este es el fondo de la segunda brecha. Y no se ha curado.
Para que cicatricen las heridas abiertas en la última década, Merkel no es una buena elección. Haría falta un nuevo o una nueva canciller que pudiese resolver libremente los conflictos heredados de ella. Mientras Alemania apueste por una gran coalición personal e ideológicamente desgastada, encabezada por Merkel, eso será imposible. Es necesario —y así sucederá— que otros asuman el liderazgo de la Unión Europea. El mismo día en que en Alemania concluyeron las conversaciones para sondear la posibilidad de la coalición, Emmanuel Macron y Sebastian Kurz, el canciller austriaco, se reunieron en París. Con ello transmitieron el mensaje de que no tienen la intención de esperar precisamente a Angela Merkel.
Klaus Geiger es redactor jefe de Internacional de Die Welt.
Traducción de News Clips.
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Fuente: El País