Dos devotos creyentes en el capitalismo libre de mercado, Rupert Younger y Frank Partnoy, se mostraban sorprendidos en el Financial Times de la relevancia que tiene hoy el Manifiesto comunista de Marx y Engels, publicado hace 170 años. A escasas semanas del bicentenario del nacimiento de Karl Marx se multiplican los balances sobre la vida y obra del pensador alemán, máximo teórico de la crítica al capitalismo. Younger y Partnoy no se hubieran sentido tan sorprendidos si hubieran revisitado hace una década los textos del barbudo de Tréveris, cuando comenzó la Gran Recesión. El Manifiesto comunista tiene probablemente más vigor ahora, en plena oleada globalizadora del siglo XXI, que cuando fue editado, en 1848.

Lo dice el director de la película El joven Karl Marx, estrenada hace pocas semanas, el haitiano Raoul Peck: “Tomemos, por ejemplo, el Manifiesto comunista, algunos de cuyos párrafos describen con detalle la crisis de 2008. Es casi un libro para niños sobre la historia y la evolución del capitalismo hasta hoy (…). Estamos exactamente en el mismo tipo de capitalismo donde el dinero y la riqueza se concentran cada vez más en manos de unos pocos, mientras que una inmensa mayoría quedará cada vez más pobre. Lo que Marx nos proporcionó fue un instrumento científico para comprender y analizar cada momento de esta sociedad”.

Si en vez de analizar el Manifiesto comunista se estudia El Capital, la obra magna de Marx, habrá más disenso. El objetivo de ese libro era demostrar “con exactitud matemática” que el régimen de propiedad privada y la libre competencia no podían funcionar y, por tanto, “la revolución debe llegar”. Cuando apareció, hace 151 años, El Capital fue recibido con un silencio sepulcral, roto —entre otros— por Keynes que, unos años después, lo calificó, con esa arrogancia que le caracterizaba, como un libro de texto económico obsoleto que no era sólo científicamente erróneo, sino sin interés o aplicación para el mundo moderno. “Mis sentimientos hacia Das Kapital”, escribe en los Ensayos de persuasión, son los mismos que hacia el Corán. Sé que es históricamente importante y sé que mucha gente de la cual toda no es idiota lo considera una especie de Roca de la Humanidad. Aún así, cuando miro dentro de él, me resulta inexplicable que pueda tener este efecto (…). ¿Cómo pudieron cualquiera de estos dos libros llevar el fuego y la espada a medio mundo. Me supera”.

Y sin embargo, cuando se ven las consecuencias de la Gran Recesión y se comparan con algunas de las conclusiones del complejo libro, éstas últimas no estaban desencaminadas: la ley de acumulación capitalista exige el descenso de los salarios (plusvalía absoluta), el incremento de la duración e intensidad de la jornada laboral (plusvalía relativa), el deterioro de las condiciones del mercado de trabajo, la disminución de la calidad de los productos consumidos, el acortamiento de la vida laboral de los obreros, etcétera.

La cuestión es qué queda del marxismo después de la Gran Recesión. Una doctrina que ha competido desde mediados del siglo XIX con la economía clásica (en la que se fundamentó, reformulándola), la neoclásica y la keynesiana, que son las raíces de las que nacen todas las demás.

Fuente: El País