En un célebre y muy citado poema, Jaime Gil de Biedma dejó escrito que “de todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal”. Flagelarse y recrearse en el sentido trágico de este “país de todos los demonios” son dos pasiones muy arraigadas en España. Entre 2008 y 2012, la economía española estuvo bordeando el desastre y se quedó a un paso de cumplir todos los augurios fatalistas. Sin embargo, contra pronóstico, está saliendo de la crisis y con bases que permiten un cierto optimismo. Aunque perviven muchos fantasmas y riesgos que deberían evitar cualquier asomo de complacencia, la otra cara de la moneda, muy española también.

La deuda empresarial baja del 100% del PIB por primera vez desde 2005

El proceso de recuperación no está siendo fácil ni inocuo. Por el camino se han quedado muchos empleos. Y los trabajadores que han logrado sortear el paro han sufrido ajustes duros, en forma de rebajas salariales y subidas de impuestos. Las empresas que no han echado el cierre también han tenido que expiar los pecados de un pasado marcado por el sobreendeudamiento. Tras un ajuste doloroso, la deuda empresarial hoy es inferior a la media de la zona euro y ha bajado del nivel del 100% del PIBpor primera vez desde el año 2005. Una corrección sin precedentes.

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La excesiva deuda privada se vislumbró como la principal debilidad de la economía española cuando la crisis global golpeó. El elevado pasivo dejó un nulo margen de maniobra a familias y empresas.

Y las dos principales víctimas de la crisis fueron el mercado laboral y las cuentas públicas. Para entender la magnitud del tsunami que arrasó España basta recordar que las cuentas públicas pasaron de tener un superávit público de 20.792 millones en 2007 a registrar 24 meses más tarde números rojos por 119.000 millones, un 11% del PIB. Supuso el mayor déficit de la historia y disparó la deuda pública por encima del 100% del PIB, el nivel más elevado en más de un siglo.

En el mercado laboral, la tasa de paro pasó de situarse por debajo del 7% en 2007 a escalar hasta el 27% en 2013. España perdió 3,8 millones de empleos entre el tercer trimestre de 2007 y el primero de 2014. Un reguero de ERE, rebajas salariales y despidos asoló una economía que había vivido feliz con una baja productividad y endeudándose con el exterior.

Parecía que España estaba condenada a seguir los pasos de Grecia, Irlanda y Portugal y recibir un rescate del conjunto de la economía. En 2012 hubo rescate, pero se limitó al sector financiero. En el ámbito de las cuentas públicas, entre 2010 y 2016 se aprobaron las mayores subidas fiscales de la democracia. Prácticamente se elevaron todos los impuestos para evitar la bancarrota. Entre otros, aumentaron IRPF, IVA, impuesto sobre sociedades, IBI e impuestos especiales. Las diversas reformas laborales flexibilizaron el mercado laboral, que significa que facilitaron las rebajas salariales. La política expansiva del Banco Central Europeo (BCE) y los bajos precios del petróleo generaron un entorno favorable para que España iniciara una recuperación que ha sido más robusta de lo que nadie había previsto. El propio FMI habló de una “recuperación impresionante”.

El INE avanzó ayer el cierre de contabilidad nacional e informó de que España creció el año pasado un 3,1%. Suma cuatro ejercicios con tasas positivas. Y crece con una inflación bajo control y con superávit por cuenta corriente. Una evolución virtuosa. Sin embargo, basta echar una mirada a las dramáticas estadísticas de paro juvenil para evitar ningún tipo de complacencia. España ha mejorado su competitividad, pero lo ha hecho sobre todo con bajos salarios, cuyo recorrido es limitado. La baja productividad, la precariedad laboral y la desigualdad económica son tres elementos sobre los que España debe actuar para afianzar el futuro. El crecimiento económico es positivo, pero la actividad se está ralentizando, un fenómeno que se extenderá a este año y el siguiente.

El consenso de analistas de Funcas estima que España crecerá un 2,6% este ejercicio, un avance inferior al año pasado, pero que superará a las principales economías europeas.
En este contexto, España debe seguir con una política presupuestaria responsable para bajar definitivamente el déficit público del nivel del 3% del PIB. España mantiene una deuda pública desorbitada que ronda el 100% del PIB. Ello deja a la economía muy expuesta ante cualquier shock. Solo registrando superávits primarios será posible rebajar la deuda pública. Hoy por hoy, ello parece más factible que encauzar la crisis en Cataluña, el otro gran factor de riesgo.

Fuente: El País