Cuando hablamos de automatización y destrucción de empleo, la pregunta más frecuente es si seremos capaces de crear trabajo para todos y a la velocidad necesaria. Sin embargo, reducir el planteamiento únicamente a esto puede ser un obstáculo. Supone una mirada miope al problema y las soluciones que se proporcionen tal vez no sean más que parches temporales que no sirvan a largo plazo, que no den respuesta a las preguntas adecuadas y no afronten el asunto en su complejidad. De ahí que un creciente número de intelectuales y estudiosos se empeñen en poner el foco en otra parte.

“El problema crucial no es crear nuevos trabajos sino crear nuevos empleos que los humanos desempeñen mejor que las máquinas. De otro modo, para 2050 podría surgir una nueva clase de personas: la clase inútil. Gente que no solo está desempleada, sino que no puede ser empleada”, asegura en The Guardian Yuval Noah Harari, autor de Sapiens: De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad (Debate, 2014) y Homo Deus: Breve historia del mañana (Debate, 2016).

El tema vuelve de nuevo a la actualidad con la publicación reciente de libros El mundo sin trabajo. Pensando con Zygmunt Bauman (Icaria, 2017), de Rudy Gnutti, que se presenta mañana en Barcelona y a mediados de febrero en Madrid.

Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco, retratado en las calles de Burgos en noviembre de 2015.

Gnutti parte de las reflexiones de los expertos consultados para su documental In the same boat para analizar en profundidad “la problemática más preocupante de nuestro siglo: cómo el cambio tecnológico que, según las predicciones del economista más importante del siglo XX, John Maynard Keynes, «nos iba a procurar una riqueza inmensa y la solución a todos los problemas económicos», nos está llevando, por el contrario, a una dramática desigualdad, injusticia y a una vía sin retorno”.

El libro aborda la problemática de la automatización, plantea preguntas y recoge posibles soluciones y propuestas “para poder adaptarnos a nuevos trabajos, nuevas reglas económicas y sociales y, sobre todo, y quizás lo más complicado, a una nueva forma de vivir”. Compartimos aquí algunas de sus aportaciones.

  • Globalización y desigualdad

Gnutti recoge en su libro extractos de sus conversaciones con el célebre sociólogo polaco Zygmunt Bauman antes de que este falleciera en 2017. Bauman tenía claro que “la globalización es un fenómeno irreversible” y que “sería muy peligroso querer volver al estadio anterior”. También que ha desembocado en lo que él llama “el divorcio entre el poder y la política”, con “poderes que están liberados de las restricciones, del control de las instituciones políticas”, y que esto ha desembocado en la crisis actual de las instituciones políticas.

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Otra consecuencia de la globalización que Bauman remarcaba es “el cambio de reglas en el fenómeno de la desigualdad”. Los datos muestran que los ricos cada vez lo son más: entre 2006 y 2015, la riqueza de la élite económica creció a un ritmo medio de un 13% anual, seis veces más rápido que los salarios de las personas trabajadoras (2%), según datos de Oxfam Intermón dados a conocer en su informe de 2018, Premiar el trabajo, no la riqueza.

Sin embargo, la desigualdad entre países ha disminuido. En opinión de Bauman, el motivo es el propio empuje del capitalismo, que ha llevado a buscar lugares más baratos donde producir y donde ampliar mercado. “Hay muchos países en los que la población local está encantada de hacer el mismo trabajo por una décima parte del salario que un trabajador alemán, francés o sueco”.

  • El fin del trabajo

Otro de los entrevistados por Gnutti es Erik Brynjolfsson, autor de La carrera contra la máquina (2011) y director de la Iniciativa del MIT para la Economía Digital (IDE). Este sostiene que “cada vez que la tecnología ha desplazado el trabajo humano, el hombre ha sabido reinventarse y de una forma u otra ha vuelto a crear nuevos trabajos, pero lo que está ocurriendo hoy en día es que la innovación y la destrucción del trabajo va mucho más rápida que la reinvención de trabajos nuevos”. También aporta datos sobre la correlación entre aumento de productividad y el aumento de paro.

Bauman señalaba que esta situación “ya hace décadas que también afecta al trabajo intelectual, que está empezando a trasladarse a los ordenadores cada vez más”. También que “los sindicatos no lo han podido asimilar” y que “su posición ha quedado completamente desligada de la realidad actual y global”.

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  • Tecnología y reparto de riqueza

El autor constata que si bien la tecnología aumenta la riqueza, esta no se reparte de forma equitativa. Es decir, que no todo el mundo se beneficia del progreso tecnológico. Y cita las palabras de otro de sus entrevistados, el emprendedor e inversor Nick Hanauer. Aporta la perspectiva de un multimillonario cuyo discurso “es importantísimo -dice Gnutti- para comprender cuán nocivo es para todos vivir en una sociedad radicalmente desigual”.

“Me duele estar y andar en una ciudad llena de gente sin techo sabiendo que yo viajo a diario en mi propio jet. Hay una razón por la que vivo en Seattle, Washington; y esa razón es que la gente aquí gana más dinero, Y cuanto más dinero gane la gente, mayor será mi oportunidad”, afirma Hanauer. También reconoce que no le importaría pagar más impuestos o tener menos beneficios si su base de consumidores sigue creciendo. Y critica que otras personas de su posición, “la élite de los empresarios”, no puedan ver esto, que para él “es de sentido común.”

  • Renta Básica

Precisamente sobre impuestos habla Mariana Mazzucato, catedrática de Economía de la Innovación y directora del Instituto para la Innovación y el Propósito Público del University College London (UCL), y otra de las entrevistadas por Gnutti. Mazzucato afirma que “algunas personas están preocupadas por el hecho de que, si los impuestos son demasiado altos, habrá poca inversión, pero no existe ninguna evidencia científica que lo demuestre”. Y cita al inversor Warren Buffet cuando dijo que ni siquiera un impuesto sobre el 40% de las beneficios afectó a sus inversiones.

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La explicación de Mazzucato, en línea con lo expresado por Hanauer, es que lo que impulsa las inversiones del sector privado es la percepción del dónde estarán las oportunidades en el futuro, independientemente de los impuestos. Estos serían una posible vía para planificar una política fiscal que ayude a redistribuir más equitativamente los beneficios de la tecnología. Otra cuestión es cómo hacerlo, porque “a través del empleo probablemente ya no será posible”, sostiene Gnutti.

El autor cita de nuevo a Bauman, quien señaló que “tenemos que repensar incluso las presunciones más fundamentales sobre las que basamos nuestro modelo de vida”. Se refiere, entre otras cosas, a la conexión entre supervivencia y empleo. Y cree que la elección pasa bien por dejar que todos los que se queden sin empleo mueran de hambre, o bien por romper la conexión entre el trabajo y el derecho a seguir con vida.

Bauman apoya la propuesta de una renta básica universal, solución sobre la mesa que algunos países –como Finlandia– ya están probando. El economista de la Universidad de Barcelona defiende esta medida como vía para asegurar la existencia material de toda la población, que a su juicio es “el primer derecho que debe verse garantizado” y que es imprescindible para poder hablar de libertad. En esta línea, el historiador y periodista Rutger Bregman sostiene sobre la RBU que nadie puede decidir quién la merece o no. “Es un derecho, no un favor”, afirma.

  • Decrecimiento y modelos alternativos

Por último, Gnutti plantea, de la mano del economista francés y profesor emérito Serge Latouche, la idea de decrecimiento. Asegura que “en treinta años, si todo va como ahora, necesitaremos cuatro planetas para satisfacer nuestras necesidades”. Por eso apunta a nuevas guerras en el siglo XXI causadas por la distribución de recursos.

El también economista Mauro Gallegati -que ejerce en la Universidad Politécnica de Le Marche (Italia), critica la forma de vida actual: “Trabajamos, producimos, consumimos…únicamente porque hemos creado un sistema que funciona solo cuando el motor va a toda marcha (…) Es necesario crear nueva demanda y nuevos trabajos para que el sistema se perpetúe”. De no ser así, ¿trabajaríamos? Y aquí volvemos a la reflexión inicial: ¿Es posible un mundo sin trabajo? ¿Lo deseamos?

Bauman apuntaba hacia la presencia de un “instinto del trabajo” en cada cual pero del que pocos pueden disfrutar: “El placer de ver el resultado final del esfuerzo es un privilegio reservado a una minoría. Lo disfruta un escritor con su obra, un músico con su composición, pero no todos los trabajos lo permiten”. Por eso creía que sería más gratificante apostar por formas de trabajo más cooperativas o colaborativas. Gnutti habla de “economía colaborativa del procomún” como modelo basado en la colaboración de personas que, a partir de plataformas digitales, desarrollan recursos comunes y comparten la propiedad.

Hablaríamos de un mundo sin trabajo -no tal y como lo conocemos- pero no de un mundo de “no hacer nada”. ¿Son estos modelos, unidos a la propuesta de una RBU, la vía para afrontar los problemas de destrucción de empleo y desigualdad acelerados por la globalización y el avance de la tecnología? ¿Cuál es la propuesta final de Gnutti al respecto? Habrá que leer el libro para saberlo.

Fuente: El País