A medida que se acerca el Black Friday, los consumidores se van colocando en la línea de salida, los comerciantes cruzan los dedos y, como cada año, todo el mundo se prepara y está expectante ante este fenómeno. Pero, ¿debemos entusiasmarnos de verdad tanto por esta fiesta del consumismo, reveladora de la ceguera complaciente de la que se beneficia la alta tecnología?

Originaria de Estados Unidos, donde el día siguiente a Acción de Gracias se convierte tradicionalmente en el pistoletazo de salida para las compras de Navidad, el Viernes Negro ya es una fecha comercial decisiva en todo el mundo. En España, se espera que ocho de cada diez consumidores hagan compras durante ese día.

Resulta sorprendente que la opinión pública, tan alerta cuando se trata de otros sectores como la alimentación o la energía, esté tan callada respecto a la incitación al consumo”

Junto con la presentación del nuevo iPhone, el Black Friday es el otro gran momento comercial del año para el sector de la alta tecnología. A pocas semanas de Navidad, el momento es, de hecho, ideal, para presentar sus últimas innovaciones y hacer descuentos todavía más atractivos, los cuales son más bien raros en este ámbito. Una vez captada toda la atención, los productos tecnológicos se convierten en las estrellas indiscutibles del Viernes Negro, pero también de la Semana Loca y del Ciberlunes, que representan una cuarta parte de las ventas.

Esta celebración consumista debería constituir la ocasión ideal para abrir el debate sobre el grave impacto social y medioambiental de nuestra bulimia digital. Y no faltarían temas de discusión como: ¿qué hay de los minerales originarios de zonas de conflictos, como el coltán de África central, que se encuentran en nuestros smartphones? ¿Qué hay de las condiciones laborales de los trabajadores del sector, puestas de relieve por los suicidios que tuvieron lugar en Foxconn? ¿Qué hay de la trampa de la obsolescencia programada y de la imposibilidad de reparación de los aparatos? ¿Qué hay del crecimiento incontrolado de la basura electrónica (RAEE), que ascenderá a 50 millones de toneladas en el mundo en 2018?

Naturalmente, la industria no tiene ningún interés en dejar que se desarrolle un discurso crítico susceptible de poner en entredicho un modelo fundado en los volúmenes (más de 7.000 millones de productos iPhone en diez años) y una carrera desenfrenada por la innovación. Pero resulta sorprendente que la opinión pública, por regla general tan alerta cuando se trata de otros sectores como la alimentación, los productos cosméticos, los automóviles, o la energía, esté tan callada al respecto. Con la tecnología, el consumidor parece adoptar la actitud de los tres monos sabios —«no ver el mal, no escuchar el mal y no decir el mal»— y busca la satisfacción del momento, basados en unos principios “marketinianos”, ligeramente más sofisticados que aquellos de la industria automovilística de hace 50 años. La frecuencia del procesador ha sustituido al número de revoluciones por minuto, pero nos seguimos contentando igualmente con un argumento técnico vagamente comprensible a cambio de una promesa de rendimiento, de evasión y de símbolo de éxito social.

Estos aparatos tan atractivos, simples, herméticos (tanto en sentido literal como figurado) y capaces de tantas proezas escapan a nuestra comprensión. ¿Vidrio? ¿Metal? ¿Plástico? Incluso están fabricados a partir de materiales que no somos capaces de identificar. Tienen tal autoridad sobre nosotros y toman tanta importancia que no nos atrevemos a cuestionarlos. Tal y como sucedió en los gloriosos tiempos del coche, sus inconvenientes quedan demasiado lejanos y de momento son (aparentemente) mínimos como para resistirnos a la satisfacción de “vivir el tiempo que nos ha tocado” y de la tranquilizadora certeza de no perdernos nada.

Dicho esto, ¿cómo no sentir algo de cansancio entre toda esta ceguera voluntaria? El engaño, la duda y el riesgo son universales. Todo es sospechoso, todo está contaminado… ¿Alguien soñó alguna vez con llegar a ver un aparato tan brillante como un Smartphone? No se invita al consumidor a desmitificar este artilugio, sino el deseo irracional que nos despierta. Si no abrimos un espacio crítico, ningún modelo alternativo, más sólido y ejemplar que el que tenemos, podrá ver la luz del día en la era digital. Independientemente del ámbito, el cambio solo interviene bajo la presión de las multitudes de consumidores o de votantes. Mientras que las personas no deseen mirar de frente al impacto social y medioambiental dramático del sobreconsumo de productos tecnológicos, la situación seguirá igual. Y este es, sin duda, el aspecto más sombrío del Viernes Negro.

Vianney Vaute es cofundador de la epecializada en productos reacondicionados Back Market.

Fuente: El País