Está por ver si Alemania acepta el diseño propuesto por Bruselas del Fondo Monetario Europeo y el superministro de Economía. Pero Berlín presiona para rebajar la ambición del presupuesto anticrisis del euro. La Comisión ultima una propuesta para que esa “función de estabilización” permita mantener la inversión en plena crisis e incluirá la posibilidad de adoptar la forma de un seguro de desempleo común o un fondo para aliviar los efectos de un shock asimétrico en un solo país. Su dotación económica está en el aire; la luz verde de Berlín, también.

La propuesta del nuevo Fondo Monetario Europeo (FME), que sustituirá al Mecanismo de ayuda (Mede) para rescatar a países y actuar como cortafuegos en el cierre de bancos, está ya lista, tal como adelantó ayer EL PAÍS. A la espera del visto bueno de los líderes y la Eurocámara, la Comisión Europea también tiene ya definidas las funciones del nuevo superministro económico de la UE. Pero la tercera pata del plan de Bruselas para completar el euro está aún en el alero: Berlín y los países acreedores presionan para rebajar el nivel de ambición del presupuesto anticrisis, un instrumento esencial que aparece en todas las propuestas del presidente francés, Emmanuel Macron, e incluso en la contribución del Gobierno español de cara al futuro del euro.

Bruselas está cocinando esa propuesta, pero el tiempo apremia: debe presentarse el próximo 6 de diciembre. Las fuentes consultadas admiten que la dotación presupuestaria se dejará para más adelante: probablemente para mayo, cuando se adopten las nuevas perspectivas financieras (el presupuesto de la UE para los años 2021-2027). Lo único que está claro es que Berlín pretende que ese nuevo presupuesto tenga un impacto fiscal limitado. Alemania exige que en su diseño quede claro que no supondrá “transferencias permanentes” para los países que lo usen, tal como adelantó ya Bruselas cuando esbozó sus planes la pasada primavera.

Ese nuevo instrumento será triple: constituirá una función de estabilización fiscal, dará apoyo financiero a los países que hagan reformas —algo que ya existe pero cuya dotación presupuestaria aumentará— y dará incentivos a los países de la UE que quieran formar parte del euro, según las fuentes consultadas. Esas tres funciones se materializarán a través de un esquema de protección de inversiones, un seguro de garantía de depósitos común y un rainy day fund (un fondo de reserva para luchar contra shocks en un solo país).

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Inversión pública en crisis

La protección de inversiones es la propuesta más consolidada a día de hoy: se trata de una línea de crédito a través del nuevo FME para que el nivel de inversión pública no caiga cuando un país entra en crisis. Se combinará con una menor cofinanciación de los Estados miembros con problemas que accedan a fondos europeos. El nuevo superministro de Economía controlará ese mecanismo, que estará dentro del presupuesto de la UE. Uno de los objetivos “específicos” de ese nuevo cargo, según un borrador, será velar porque la inversión vuelva a crecer: a pesar de la recuperación, ese capítulo no ha recuperado aún los niveles precrisis.

En la Comisión conviven dos escuelas de pensamiento: una parte del brazo ejecutivo de la UE prefiere propuestas más ambiciosas, que permitan aprovechar la ventana de oportunidad que ofrece la sólida recuperación para reformar la eurozona. Hay otro flanco que se inclina por posibilidades más realistas, que cuenten con el máximo consenso entre los socios, con Berlín a la cabeza.

En medio de esa lucha, la Comisión apostaba hace unos meses por una capacidad fiscal potente, de entre 30.000 y 50.000 millones de euros. Esas cifras están completamente en el aire, a la espera del Gobierno en Berlín, aunque Bruselas asume ya que el calibre definitivo será más frugal. La música que procede de Alemania está clara: nada de unión de transferencias, nada de grandes números; y máxima presión para vincular los fondos con las reformas estructurales y la corrección de desequilibrios excesivos.

Bruselas, en fin, pretende que la nueva arquitectura del euro le otorgue capacidad de reacción en tiempos de crisis. Y de paso quiere simplificar la miríada de reglas y organismos creados al albur de la Gran Recesión, para meter todo lo posible dentro del método comunitario frente a la respuesta intergubernamental que dominó la respuesta europea a la crisis. Para ello cuenta con Macron. Queda por ver qué piensa Merkel.

Fuente: El País