A los primeros business angels de la España de hace 15 años no les hizo falta formación financiera para invertir en el proceloso mundillo del emprendimiento tecnológico. Eran exemprendedores que habían vendido su compañía y manejaban bien las claves del nuevo sector. Luego, la aparición de start-ups que acabaron valiendo centenares de millones de euros —como BuyVip, Social Point, Cabify, Rakuten…— disparó el interés y la irrupción de una nueva generación de business angels, exalumnos de escuelas de negocios, ejecutivos e inversores convencionales.

El problema es que, si bien estos nuevos inversores acumulaban habilidades financieras —trabajaban en bancos, compañías del Ibex o familiy offices—, les costaba entender la lógica de las start-ups tecnológicas. “Muchos de estos profesionales no entienden las finanzas de las start-ups ni saben cómo invertir en ellas, por lo que acaban aplicando la lógica de las finanzas tradicionales; un error”, reconoce Iñaki Ortega, director de Deusto Business School en Madrid.

Dada esta disfuncionalidad, las propias escuelas (de las que han salido compañías como MásMóvil, Ulabox o Wallapop) que tienen sus foros de inversores vieron la necesidad de dar esa formación a sus business angels, básicamente para acercarlos a los emprendedores, que parecían de otra galaxia. Ese gap creaba muchos problemas y paralizaba ideas. “Ocurría que a los inversores les faltaban criterios de análisis y tenían, además, dificultades para mantener una relación fluida con los emprendedores”, apunta Vicente Arregui, director de ESIC Emprendedores.
La primera en lanzar estos cursos fue IESE, en 2002. Lo hizo antes incluso de que sus inversores empezaran a actuar. “Nos encargaron formar un grupo de empresarios catalanes que querían fundar start-ups”, explica Amparo de San José, responsable del IESE Angel Network. Otra de las pioneras fue ESADE, que, según Xavier Sánchez, director de su Escuela de Business Angels, lanzó la primera edición del curso “hace 10 años”. Luego vendría IE, con los cursos Venture Capital: Investing in High-Growth Companies, de 2013.

Los programas son cortos, cuestan de 1.800 a 3.900 euros y tratan de acercar a emprendedores y ‘business ­angels’

Dar seguridad

El objetivo de estos cursos es transmitir a los inversores noveles las especificidades de las start-ups y generar una serie de habilidades específicas. “Tratamos de darles cierta seguridad ante el hecho de que es muy difícil proyectar el futuro de una empresa que acaba de nacer y opera en mercados o sectores en cambio constante”, dice IE. Vicente Arregui lo explica: “Buscamos definir las formas de entrar en un proyecto de inversión, qué y cómo evaluar proyectos de nueva creación, qué tipos de acuerdos hay y la negociación con los emprendedores”. San José aclara que “no se trata de enseñarles a dar en el clavo, que es difícil, sino de transmitir unos criterios para seleccionar inversiones y ayudarlos a desarrollar una estrategia propia, de selección, diversificación y salida”. Además de desterrar las actitudes oportunistas y la tendencia a decidir por olfato, agrega.

Se busca también que los inversores aprendan a entender la lógica de la start-up, hacer el seguimiento de la inversión, participar en el consejo, evaluar los resultados, tratar con el equipo emprendedor y adaptar las expectativas de unos y otros. ¿Cuáles son las materias más habituales? Según Sánchez, “en nuestro caso la estrategia del business angel, el análisis financiero, la valoración de start-ups, herramientas legales, pacto de socios y cláusulas de la negociación, análisis de métricas y desinversión”.

Adquirir capital como profesión

Según el informe de 2018 de AEBAN (Asociación Española de Business Angels), el inversor español en start-ups tiene entre 35 y 54 años (el 76%) e invierte con moderación, ya que el 69% dispone de menos de 100.000 euros al año para nuevos proyectos. El 35% de ellos son antiguos emprendedores y otro 30% son profesionales de la alta dirección. La mayoría de los business angels españoles son recién llegados. Un 44% tiene entre uno y cinco años de experiencia y solo un 15% lleva más de 15 años invirtiendo en firmas tecnológicas de nueva creación. Las mujeres se están incorporando al colectivo, pero siguen siendo muy minoritarias: componen solo el 8% de todos los business angels. Quizá por eso el IESE ha puesto en marcha Women Angels 4 Entrepreneurs (WA4E), un proyecto que va por su segundo año y busca aumentar la participación de mujeres en el ecosistema inversor.

La mayoría de la oferta es de cursos cortos. En ESIC suelen durar entre 12 y 18 horas, en IE se extienden por tres días y en ESADE son dos días completos. Lo habitual es que haya varios al año, que terminan con los alumnos yendo a alguno de los foros de inversores del centro. En Deusto la asistencia es obligatoria para recibir el diploma. “No les pedimos que inviertan”, aclara Ortega, “solo que asistan”. En IESE, entre la Red de Inversores y los clubes de inversión, hay más de 500 business angels, dice San José.

Su éxito ha sido total. IE explica que “desde su lanzamiento los participantes se han duplicado”. Eso sí, aquí no hay multitudes. Los business angels son un grupo exclusivo. En Deusto atienden, dice Ortega, “a unas 50 personas al año”. En ­IESE, entre 35 y 40, y en ESADE, en torno a 60. ¿Los precios? En IE están sobre 3.900 euros e incluyen, indican, “las tasas académicas, el material didáctico, los desayunos, los almuerzos y un evento de networking”. En ESADE son 1.800 euros, con un 25% de descuento para exalumnos.

Los alumnos suelen ser inversores individuales, pero en los últimos años hay más presencia de ejecutivos de bancos y compañías. Es el llamado venture capital corporativo, que se abre paso de la mano de empresas del Ibex a la caza de start-ups que envían a sus directivos a aprender cómo se hace. “Hemos tenido alumno s de Ferrovial, Enagás o El Corte Inglés”, indica Ortega. Por las aulas de IE han pasado Repsol, Iberdrola o Siemens. ¿Por qué lo hacen? “Buscan incorporar tecnología pionera. Los bancos invierten en fintech y las farmacéuticas en biotecnología”, explican en IE. Y para lograrlo, no tienen otra salida que cambiar el chip y ponerse el sombrero de business angel.

Fuente: El País