Eduardo Mendoza ha sido investido este jueves doctor honoris causa por la Universidad Internacional Valenciana (VIU). El autor de la La verdad sobre el caso Savolta, cuya laudatio ha correspondido a su amigo y poeta Pere Gimferrer, ha dedicado buena parte de su discurso a advertir de los cuatro peligros que, en su opinión, acechan a los escritores y él se esfuerza por evitar: «La vanidad, la jactancia, la pereza y la desidia». «Parecen sinónimos», ha comentado, «pero no lo son».

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«La vanidad es creerse muy importante y que lo que uno hace está muy bien. La pereza es lo contrario a lo que me dijo una noche uno de mis referentes literarios, Juan Benet: ‘No empieces un libro si el resultado no es incierto’; es emprender un camino trillado, hacer lo que uno cree que ya sabe hacer. La desidia es dar por bueno lo que uno ha terminado; hay que volver, repasar y rescribir continuamente. La jactancia es dar lecciones a los demás, y es un defecto al que no solo se llega por la profesión, sino también por la edad; si juntas la profesión y la edad uno siempre está al borde de decirle a los demás lo que tienen que hacer», ha explicado con humor el novelista, dramaturgo y ensayista barcelonés, cuya obra ha sido traducida a una veintena de idiomas y en 2016 recibió el Premio Cervantes.

Mendoza ha descrito a los escritores como «arquitectos del lenguaje; construimos un habitáculo en el cual confiamos en que alguien pueda entrar y hacerlo parte de su vida». Y ha afirmado que por la forma en que realiza su trabajo, «a solas, casi a oscuras», para un autor son muy importantes los reconocimientos públicos; «el riesgo de hacerlo mal o muy mal siempre existe, y estas cosas sirven para tranquilizar». Al mismo tiempo —»y por eso somos unos neuróticos»—, recibirlos desbarata el objetivo de todo escritor: lograr que sus personajes adquieran vida propia mientras él se vuelve invisible.

El intento de desvanecerse detrás de sus creaciones resulta muchas veces evidente, ha proseguido: incluso cumbres literarias como Cervantes o Pío Baroja incurren a veces para hacerlo en fórmulas facilonas como la de empezar un relato afirmando que lo que van a contar les fue a su vez contado. A otro nivel, ese fue también el método utilizado por el norteamericano Edgar Rice Burroughs en Tarzán de los monos. Un libro cuya cita abre su última obra y que hoy, ha dicho, no recomendaría a nadie, entre otros motivos porque incurre en una «incorrección política verdaderamente extraordinaria». Pero que fue la novela con la que despertó «al mundo de la literatura y la fantasía» y que, además, le leyó su padre: «Una de las pocas funciones de un padre es leer un poco cada día a sus hijos cuando todavía no tienen la costumbre para inculcarles el vicio incurable de la lectura».

Estilo terso

La intervención de Mendoza en la VIU —una universidad especializada en educación a distancia fundada por la Generalitat valenciana que fue comprada hace seis años por Planeta, la editorial que la semana que viene publicará el nuevo libro del escritor, El negociado del Yin y el Yang—, ha estado precedida por la de Gimferrer. El poeta, cuya amistad con el novelista se forjó cuando ambos estudiaban Derecho en Barcelona, ha comparado los libros de Mendoza con espirales y juegos de espejos cóncavos y convexos. Y ha dicho que su estilo, «cada vez más depurado, que evita copiarse incluso a sí mismo, ha llegado a un punto terso y de escritura casi imperceptible», que lo eleva a la máxima maestría.

Fuente: El País