El politólogo Jacint Jordana tiene una hipótesis interesante sobre el aumento del independentismo catalán. En un momento de interconectividad global parece contradictorio que muchos catalanes cosmopolitas, cuyo tablero de juego es el mundo, apoyen un nacionalismo que, por definición, aspira a un repliegue interior.

Sin embargo, el mundo globalizado es una contienda entre áreas metropolitanas. Madrid, con 6,5 millones de habitantes, y Barcelona, con cinco, compiten entre ellas, y con otras metrópolis europeas, por atraer inversiones.

Los gobiernos estatales intervienen en esta lucha global, favoreciendo a unas ciudades con, por ejemplo, unas infraestructuras ferroviarias o aeroportuarias. Y las élites económicas, culturales y sociales de Barcelona perciben que el Estado español ha elegido Madrid como su ciudad global. Con lo que algunos miembros de estas élites han llegado a la conclusión de que, para que Barcelona sea una ciudad global en pie de igualdad con la capital, necesita un Estado propio que la proteja.

¿Tienen motivos las élites barcelonesas para sentirse abandonadas por el Gobierno central? No hay respuesta fácil, porque la atracción que las capitales políticas ejercen sobre el capital económico es un fenómeno planetario. Que no sólo se da en países donde impera el capitalismo de amiguetes y los grandes negocios se cierran en los despachos de los ministros, sino también en los entornos más imparciales y limpios del mundo. Por ejemplo, Gotemburgo, la antigua capital industrial de Suecia, languidece ahora tras la estela de la refulgente Estocolmo. Y no se les ocurriría a los gotemburgueses culpar a una sibilina élite capitalina.

Además, si el objetivo de los independentistas cosmopolitas es ayudar a Barcelona, están fracasando. La intensificación del procés durante los últimos meses ha dañado la imagen de Barcelona y provocado un éxodo de empresas, muchas de ellas a Madrid.

Ya sucedió en Canadá. Con el crecimiento del independentismo quebequés, Montreal perdió la capitalidad económica frente a Toronto. Y es que algunos cosmopolitas pueden ser muy provincianos. @VictorLapuente

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Fuente: El País