Las tendencias políticas que dominaron la segunda mitad del siglo XX se revierten. Donde hubo regulación financiera para evitar excesos como los que dieron pie a la Gran Depresión hay ahora desregulación, a pesar de la Gran Crisis. Frente al bipartidismo de centroizquierda y centroderecha dominante durante décadas emergen hoy extremismos de baja intensidad mal bautizados como populismos. Si la globalización multiplicó los flujos comerciales desde la II Guerra Mundial bajo el influjo de EE UU, Washington patrocina hoy un conato de guerra comercial contra sus aliados. Preocupado por Italia —donde el populismo suma más del 50% de los votos—, Draghi se mordió la lengua políticamente, pero lanzó una seria advertencia: “Los mayores riesgos para la economía son hoy el proteccionismo y la desregulación financiera”.

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 “Si se imponen aranceles a los aliados, me pregunto quiénes son hoy los enemigos”, ironizó, para después subrayar que no prevé un “gran impacto” ante las medidas que prepara EE UU. “Lo grave sería una escalada que afecte a la confianza global”, destacó.

La manipulación del tipo de cambio del dólar es el gran quebradero de cabeza de Draghi, que en las últimas semanas ha cargado varias veces contra Estados Unidos. Porque en Europa las aguas bajan más tranquilas que de costumbre. El BCE está en un impasse de espera. La eurozona crece y la recuperación está llegando hasta el empleo, pero la inflación no termina de subir y Draghi no quiere precipitarse en la retirada de estímulos. Así que ayer jugó al empate. Al 0-0, al más puro estilo catenaccio: echó unas migajas a los halcones —los partidarios de una mayor ortodoxia— y retiró del tradicional comunicado posterior a las reuniones del BCE la posibilidad de aumentar las compras de activos si las cosas se tuercen. Pero nada ha cambiado: el BCE seguirá comprando 30.000 millones de euros al mes al menos hasta septiembre de 2018, y las subidas de los tipos de interés no llegarán hasta bien entrado 2019.

Evitar sobresaltos

Aun así, Draghi se vio obligado a señalizar la salida de la compra de activos, en una decisión que se tomó de forma unánime. Se trata de guiar a los mercados para evitar sobresaltos, eso es todo. Por lo demás, la vida sigue igual: “La recuperación se asienta a pesar de los riesgos globales que incluyen el proteccionismo y la volatilidad en los mercados de divisas”, dijo el italiano, “pero la eurozona necesita aún un amplio nivel de estímulo monetario”. El mantra de Draghi sigue siendo “confianza, paciencia y persistencia”. Pero ese sutil cambio de tono —eliminar la posibilidad de volver a aumentar el tamaño del QE— demuestra que el péndulo se mueve lentamente hacia la retirada de estímulos.

Eso si nada se tuerce, porque Draghi tiene la mosca detrás de oreja. El BCE cargó en diciembre contra las declaraciones interesadas en Washington a favor de un dólar débil, algo terminantemente prohibido en las procelosas aguas de la política monetaria. Washington ha ido aún más lejos y amenaza con una guerra comercial, que de momento es más propaganda que otra cosa: los mercados han reaccionado con nuevas bajadas del dólar que se explican por la pérdida de confianza en la política económica estadounidense, en manos de la cuenta de Twitter de Donald Trump.

Hay tensión en Fráncfort: las palomas (partidarios de los estímulos) ganan por abrumadora mayoría, pero los gañidos de los halcones (los más ortodoxos) suenan cada vez más fuerte. El jefe de todos ellos es Jens Weidmann, presidente del BCE, que está en campaña para suceder a Draghi aunque aún no está claro si puede contar con el apoyo de Berlín. “No me pregunten por mi sucesor: me queda aún mucho tiempo aquí”, zanjó Draghi a preguntas de la prensa.

Fuente: El País