Carl Benedikt Frey (Malmoe, Suecia; 1984) muestra tanto una extensa formación económica como capacidad para adentrarse en las consecuencias de la revolución tecnológica en la que llevamos inmersos cerca de dos décadas. Fundador del programa de tecnología y empleo en la Oxford Martin School, algunas conclusiones de sus estudios, como que el 47% de los trabajos puede cambiar a manos de los robots, han levantado una gran polvareda; aun sin definirse a sí mismo como crítico con la innovación -“soy muy positivo sobre el largo plazo del cambio tecnológico”, argumenta-.

Pero solo es la carta de presentación de un docente de verbo fácil, afincado en Londres, que en las primeras palabras deja claro su mensaje. “Si la gente no ve en sus bolsillos los beneficios de la disrupción, va a rebelarse contra ella”, sostiene.

No anticipemos todavía cómo conseguir que la innovación llegue a todas las personas. Frey quiere adentrarse primero en el impacto de la automatización del empleo -“una tendencia por la que deberíamos preocuparnos más”, precisa-. En su opinión, si las cajeras desaparecen, como han puesto en práctica desde Amazon hasta Carrefour, o el sistema laboral es incapaz de dar cobijo y transformar a los trabajadores expuestos a tareas repetitivas, sucederá exactamente la misma reacción que con la globalización. Ahí están los ejemplos de Donald Trump, el Brexit y el auge de partidos nacionalistas. “Soy optimista acerca del cambio tecnológico actual, pero a corto plazo puede provocar traumas sociales muy desalentadores”, razona.

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Parte del progreso técnico ha venido de la mano de las llamadas grandes tecnológicas, como Facebook, Google, Apple y Amazon. Parece que se anticipen a todo y gocen de un poder incontrolable por los Gobiernos. Frey prefiere hablar de influencia más que de poder. Incluso le resta valor, pese a que existan ciertas preocupaciones sociales y políticas. “En China, Google no tiene ningún peso y la Unión Europea ha adoptado una legislación más restrictiva, como con la protección de datos”, matiza.

Hasta se atreve a lanzar una advertencia para quienes piensan que su posición dominante permanecerá inamovible: “Creo que estas compañías no tendrán tanto poder en largo plazo como la gente piensa. Es más una cuestión de monopolios temporales que permanentes”. Un elemento que pasa desapercibido en el desarrollo tecnológico, en muchas ocasiones centrado en la solución y no en el contexto, es la localización de estos grandes nombres empresariales. Para el docente de Oxford, aquí radica uno de los grandes focos de desigualdad. Las zonas manufactureras no dejan de perder empleos y poder adquisitivo y las nuevas áreas de progreso, en cambio, disparan los precios de todos los sectores económicos. “Fíjate en la vivienda, ya sea en Silicon Valley o Madrid. Son áreas que aumentan la productividad y la innovación del tejido empresarial, pero donde la gente no puede casi ni pagar un alquiler Esto es un elemento de exclusión muy relevante”, asegura.

Carl Benedikt Frey

Movilidad para afrontar el futuro del trabajo

Ante la evidente deslocalización empresarial, el trabajador no ha de permanecer de brazos cruzados en su entorno de siempre. Si la tecnología se mueve, las personas han de estar dispuestas a emprender el viaje también Como mantiene Frey, las comunidades, los lugares de arraigo de la gente, son muy importantes para el desarrollo personal, al igual que contar con un buen sueldo. Es más, esta movilidad puede tener un gran impacto en localidades relativamente pequeñas.

Así ocurrió en su Malmoe natal. En los noventa, la industria naval cayó en picado y sus habitantes tuvieron que ir y venir de la innovadora Copenhague diariamente para seguir hacia adelante. “Trajimos tecnología y dinero que gastábamos localmente. Impulsó otro tipo de economía y creó un círculo virtuoso que mantenemos hoy en día”, explica. Frey no vive ajeno a las tendencias tecnológicas y sus posibles repercusiones económicas. La inteligencia artificial cumple aparentemente estos requisitos. No duda del impacto que está llamado a marcar.

Imponer impuestos a los robots no es la solución

Uno de los debates más recientes sobre el futuro de la robótica es la introducción de impuestos a su mano de obra. Ponerlos a cotizar a las arcas públicas como un trabajador más. Para Carl Benedikt Frey, fundador del programa de tecnología y empleo en la Oxford Martin School, la solución poco tiene que ver con este tipo de propuestas. “Gravar el trabajo de un androide no tiene por qué reducir la automatización que sufre el mercado laboral. ¿Por qué no poner un impuesto a los algoritmos u otras innovaciones tecnológicas?”, se pregunta el docente. En su opinión, la fiscalidad, en aras de mejorar el sistema laboral, debe enfocarse más a redistribuir la riqueza entre trabajadores y empresas. “Las tasas a las grandes empresas son muy bajas en comparación con las de un empleado. Hay que reequilibrar las diferencias entre capital y trabajo”, concluye.

Como plantea, tiene el potencial de transformar cualquier industria al ser fácilmente programables con código informático. “El machine learning tiene una ventaja comparativa con los seres humanos porque siempre sigue las reglas, tiene continuidad y no necesitas estar encima de su trabajo”, zanja. Para evitar que el trabajo vuele hacia los brazos de las máquinas, creatividad y interacción humana son dos conceptos que juegan a nuestro favor. “Es lo que provoca que nuestros trabajos sean interesantes y sean difícilmente reemplazables por un robot”, concluye.

Aunque dice odiar las generalizaciones -tampoco considera que exista una solución única-, deja algún consejo sobre cómo afrontar las cambios del mercado laboral. Aparte de mantenerse actualizado con la tecnología que nos rodea, apela a la curiosidad y aprender más allá de nuestro desempeño rutinario. Soluciones aparte, por aquello de hacer gala de su proclamado carácter poco polémico, Frey aporta su trozo de optimismo ante tanto robot y disrupción: “Puedes decir mañana que el traductor de Google es perfecto, pero esto no reemplazará a todos los intérpretes porque necesitarás, por ejemplo, certificar traducciones. Todas las necesidades no están solventadas por una máquina”.

Fuente: El País