Samsang, Nekia, MTC, Panasamig. Hace una década, en los albores de la era de los smartphones, estas efímeras marcas chinas de móviles hacían furor entre las clases menos favorecidas del gigante asiático. Y el parecido más que razonable con otras compañías extranjeras de mucha mejor reputación no quedaba limitado al nombre, también era evidente en el diseño. Estos calcos, que se diferenciaban de las copias exactas por esas denominaciones con aparentes faltas de ortografía que les permitían dar esquinazo a las leyes de propiedad intelectual, eran tan habituales que incluso propiciaron el nacimiento de una palabra para referirse a ellos: shanzhai.

No obstante, con el auge del comercio electrónico y el boom de fabricantes económicos como Xiaomi, las copias fueron perdiendo fuelle. Y las empresas que las fabricaban, casi todas ellas ubicadas en los alrededores de Shenzhen, conocida ahora como el Silicon Valley de China, se vieron obligadas a elegir entre dos opciones: cerrar, o crear su propia marca. Así nacieron nombres como Doogee, Elephone o Umidigi. Han cosechado un éxito casi nulo en China, pero la crisis económica que estalló en 2008 y la aparición de plataformas online de importación paralela como Aliexpress o Gearbest les abrió las puertas de Occidente.

Pero, una vez más, los aparatos de dudosa calidad que comercializan están siendo relegados a la insignificancia por reputadas marcas chinas que se van estableciendo de forma oficial por todo el mundo. Huawei y Xiaomi lideran una ofensiva a la que se van sumando nombres como OPPO, Honor o Nubia. Es un proceso de consolidación que amenaza con provocar una nueva oleada de cierres, y en esta ocasión peligran incluso marcas bien establecidas como Meizu, que se está replegando después de una oleada de despidos.

Sin embargo, hay un par de compañías chinas totalmente desconocidas para el público occidental que, a pesar de no haber vendido ni un solo terminal en su país de origen, han logrado prosperar y fortalecerse en el mercado menos pensado: África. La principal es Transsion, que, según los datos ofrecidos por IDC, lidera el mercado africano con una sólida cuota de mercado del 34,3%. Y su marca principal, Tecno, es considerada por la revista African Business como la quinta más admirada en los 54 países del continente, dos puestos por encima de Apple. Las otras dos marcas del grupo, Itel e Infinix, aparecen en los puestos 17 y 26, respectivamente. Solo hay otra empresa china en esos puestos del ranking: Huawei, que sube ocho peldaños y se queda en el 18.

La relación calidad-precio es clave. La mayoría de sus dispositivos se venden en países como Nigeria por menos de 100 euros, en línea con una característica clave: el 70% de todos los aparatos comercializados en el continente africano cuestan menos de 150 dólares. El más caro de Tecno, el Phantom 9, se vende por el equivalente a 235 euros, a pesar de que viene equipado con una pantalla que cubre todo el frontal del aparato y esconde un lector de huellas, tres cámaras en la parte trasera, un procesador Mediatek Helio P35 y 6GB de memoria RAM.

Pero no todo el atractivo está en la factura. «Nuestras cámaras adaptan la luminosidad para captar mejor la piel oscura, de forma que los retratos son más bellos. Esa es una de las razones de nuestro éxito», explicó el vicepresidente de Transsion, Arif Chowdhury, en declaraciones a CNN. «Cuando empezamos a hacer negocios en África, nos dimos cuenta de que la gente tenía varias tarjetas SIM en la cartera —para cambiarlas y lograr así llamadas más baratas—. No pueden permitirse dos teléfonos, así que introdujimos la doble SIM», añadió Arif. Ahora, algunos teléfonos cuentan hasta con cuatro ranuras para otras tantas tarjetas.

Esta optimización para el mercado local siempre se le ha resistido a los fabricantes chinos, que han tenido dificultades para comprender y adaptarse a las particularidades de los diferentes países en los que comercializan sus aparatos. Buena muestra de ello son los filtros de belleza que blanquean la piel, agrandan los ojos y afilan el mentón, siguiendo el canon de belleza chino y que algunas marcas continúan instalando en móviles destinados a culturas con estándares diferentes.

No obstante, el éxito de Transsion ha abierto el camino para otras empresas que, ante la congestión y la competencia suicida del mercado chino, prefieren probar suerte en mercados menos explorados. Simi es una de las que ha llegado más lejos, en gran medida gracias a que hace unos años decidió seguir los pasos de Transsion también en el establecimiento de una fábrica propia en Etiopía, una decisión que le permite saltarse las barreras que el país impone a los productos importados. Así logró ingresar el año pasado 39 millones de dólares. «Los tres factores que los consumidores africanos tienen en cuenta a la hora de comprar un móvil son el precio, que la batería sea duradera, y que tenga una señal potente», enumeró al diario South China Morning Post el fundador de Simi, Chow Yuqing.

Puede que los fabricantes chinos de móviles low cost inaugurasen esta estrategia, pero, ahora, gigantes de la talla de Xiaomi u OPPO se han subido al carro. La primera fabrica tanto en Brasil como en India, donde ya cuenta con siete instalaciones manufactureras que le han dado el liderato del país, y la segunda ha hecho lo propio en Indonesia, otro prometedor mercado asiático.

«Aunque no damos la espalda a mercados desarrollados como Europa, donde estamos invirtiendo más recursos, lo cierto es que vemos más oportunidades de crecimiento en el mundo menos desarrollado, sobre todo en Asia», comenta una empleada de OPPO que pide mantenerse en el anonimato porque no tiene permiso para hablar con la prensa. «Nuestros productos se ajustan bien a las necesidades de esos mercados, y están sirviendo para democratizar el acceso a la tecnología», señala. Según IDC, cuatro de las seis principales marcas de smartphones del mundo ya son chinas, y su peso continúa creciendo a pesar de que las ventas globales caen. Sin duda, el apetito del mundo en vías de desarrollo por los productos chinos es clave para explicar esta tendencia.

Fuente: El País