Más decisivo que vivir en la ciudad será vivir en conexión continua con la Red. La ciudad ha supuesto el motor civilizador, durante miles de años, por su capacidad de concentración de seres humanos en lugares con una densidad imposible para la supervivencia en medios naturales. Pero esta aproximación de las personas es mucho menor que la que proporciona la Red, ya que la Red es un espacio sin lugares —una contracción del espacio y del tiempo, Aleph— , donde no hay distancias ni demoras, por lo que las posibilidades de interrelaciones de todo tipo empequeñecen las que se alcanzan en una ciudad.

Es difícil imaginar las transformaciones que se van a producir a partir de ahora, después de este recorrido milenario de la civilización. Cómo será la vida en digital de los alefitas, en comparación con la que han tenido los urbanitas. Pero lo que parece seguro es que tendrán una interpretación del espacio y del tiempo bien distinta, y así actuarán en consecuencia.

Una de las riquezas evolutivas que va a proporcionar un mundo en red es la diversidad, pese a la uniformidad catastrófica que ahora se pueda temer.

Una de las riquezas evolutivas que va a proporcionar un mundo en red es la diversidad, pese a la uniformidad catastrófica que ahora se pueda temer. Así que entre los alefitas aparecerá el grupo de los estilitas (permítanme estas denominaciones para iluminar el escenario imaginario). Los estilitas es la población (¿favorecida por las condiciones de desigualdad de la que se parte?) que podrá tener una visión y uso más radicales del espacio y del tiempo. El nombre proviene de los eremitas que vivían encima de una columna; no necesitaban el espacio terreno para su vida ascética, y el tiempo, despegado de la actividad que corre por el suelo, era aprovechado de otra manera.

Son estilitas porque han reaccionado al espejismo que hoy se vive. La sociedad de consumo ha hecho que la adquisición de un objeto se mida por lo que hay que pagar al mes, no por su valor total. Así que para el consumidor le queda margen para comprometerse con otras compras que el precio real de cada una de ellas le haría desistir. El endeudamiento ya no es una inquietud. Pues de igual modo, la revolución de los transportes en la sociedad industrial ha traído otra visión del espacio y del tiempo: ya no son los bienes los que se aproximan y se hacen adquiribles, sino accesibles los lugares. Los lugares están a media hora de coche —piensa el urbanita—, así que se siente cerca del centro de la ciudad o del lugar de trabajo, pero el espejismo hace que se calcule solo la ida, no la vuelta, y que se tiene que hacer todos los días, por lo que la acumulación de tiempo encerrado sobre unas ruedas se convierte en un despilfarro vital.

Todo parece más cerca, lo que anima, dado el poco tiempo que ilusoriamente hay que emplear, a ir a más lugares (como sucede con la compra a plazos). Y, paradójicamente, después de una semana laboral, el desahogo es seguir desplazándose a otros lugares. Alcanzar más lugares, como adquirir más objetos, es lo que produce la satisfacción.

Los estilitas son principalmente artesanos digitales: disponen de sus medios de producción, trabajan en el hogar y organizan su tiempo; desempeñan muchas de las nuevas profesiones que han surgido. No entienden que el hogar se vacíe a primera hora de la mañana y sea lugar de recogida (a veces ni siquiera de reencuentro) al finalizar la jornada, para pasar la noche. No confunden la actividad con la agitación. Y el hogar será el centro, y no un retiro. Para los bienes que se necesitan se ha cambiado el sentido actual del desplazamiento: no se encuentran en lugares relativamente cerca, pero a los que hay que ir, sino que llegan al hogar por tierra y aire (para los estilitas, la autonomía del trasporte y de los servicios de distribución serán uno de los efectos más liberadores de la robotización).

Los estilitas son muy sensibles a la disipación del tiempo. Sus actividades de trabajo, ocio, educación, comunicación… las ponderan teniendo muy en cuenta el tiempo que disipan. Y de igual modo que hay ya sensibilización ante el despilfarro energético, el del agua, alimentos… de la sociedad industrial, en el mundo en red prenderá una sensibilidad ante ese bien escaso e irrecuperable que tenemos los humanos, y que es el tiempo. Queda por ver a qué población alcanzará este estilo de vida y el concepto de calidad de vida, los cambios de mentalidad, su influencia en el resto de la sociedad digital, y la formación necesaria para saber vivir de otra manera en un espacio y un tiempo alterados por un mundo en red.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País