El impuesto del 3% sobre las ventas que Bruselas pretende imponer a las tecnológicas afecta a todas, pero apunta sobre todo a las norteamericanas gafa’s (Google, Apple Facebook, Amazon) porque estas son las que se llevan la parte del león del mercado.

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El enfado de los europeos con las gafa’s es antiguo y triple. Porque eluden impuestos en todos los países de la UE, por cuyas ventas y beneficios tributan ridiculeces. Algo muy incómodo cuando las poblaciones se rebelan por el reparto de la factura de la lucha contra los déficits fiscales: si ellas pagan menos impuestos, a nosotros nos crujen con más recortes.

Porque lo hacen además mediante triangulaciones que se aprovechan de la debilidad del viejo continente a la hora de controlar a sus limbos, paraísos y semiparaísos fiscales: sobre todo, pero no solo, las islas del Canal, Luxemburgo, Irlanda y Holanda.

Y porque cunde la impresión de que esta agresividad fiscal se ha traducido en un fuerte dumping a costes basura (competencia ventajista) que ayudó a desencajar compañías ayer primorosas como la finlandesa Nokia; o a rebanarles espacio, como a la sueca Ericsson.

Este problema no se lo ha inventado el Tío Gilito, sino que viene de lejos. Pero Donald Trump ha acentuado la discriminación contra las empresas competidoras de las estadounidenses en una doble vertiente.

Por un lado, su (contra) reforma fiscal ha reducido el impuesto de sociedades desde el 35% hasta el 21%, con lo que aumenta artificialmente las ventajas competitivas regulatorias de las sociedades norteamericanas, como testifica el rally bursátil.

Aunque eso beneficia especialmente a los sectores ferroviario, bancario y a las aerolíneas, se proyecta también sobre el resto. Y así ya vemos cómo algunas de las hightech californianas y postmodernas se doblegan ante el patán que tanto las despreció.

Asimismo, la reforma de Trump beneficia a sus multinaciones mediante mayores deducciones por sus pérdidas operativas netas en el extranjero: eso es también, ay, american first.

Esas y otras discriminaciones menores son las que provocaron, el pasado 11 de diciembre, que los cinco grandes países de la UE (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España) se irritaran. Enviaron una carta de protesta al secretario del Tesoro, Steve Mnuchin. Le advertían de que con ellas dinamitaban los tratados de doble imposición y distorsionaban el comercio internacional.

El impuesto del 3% sobre la facturación (no sobre los beneficios) de las tecnológicas es la plasmación técnica de esa irritación, ejecutada con presteza por Bruselas.

No será empeño fácil, entre otras razones porque las cuestiones de la fiscalidad se deciden por unanimidad de los 28: la primera armonización (mínima) del tratamiento común de la información/inspección sobre el ahorro tardó en concretarse ¡14 años! Pero debemos creer que los tiempos cambian. Y que los limbos fiscales concitan un apoyo declinante… también entre sus propios ciudadanos.

Fuente: El País