Jeremy Rifkin (Denver, Colorado, 1945) se inició en el activismo medioambiental organizando una protesta en Boston contra las petroleras en plena crisis del 1973. Quién le iba a decir a aquel joven idealista que, casi medio siglo más tarde, publicaría un libro en el que le pondría fecha a la desaparición de la industria de los combustibles fósiles: 2028. Y, más difícil todavía, que los gobernantes de los países desarrollados se lo tomarían en serio: China, Francia, Alemania, Corea del Sur o España (con José Luis Rodríguez Zapatero) son algunos de los países a los que ha asesorado. 

Empezó a hablar de los dilemas éticos a los que nos enfrentaría la medicina genómica en Who should play God (1977), tema que actualizó posteriormente en La era de la biotecnología (1999). Exploró el potencial disruptor de internet con La era del acceso (2000) cuando el resto del mundo estaba todavía ajustando su módem. Retomó el tema una década más tarde en La tercera revolución industrial (2011), acaso su obra más celebrada, donde analiza el impacto de la Red en la organización económica de la sociedad y aboga por una transición a un modelo sostenible. Actualizó esa tesis con el surgimiento de la economía colaborativa en La sociedad del coste marginal cero (2014) y, este año, con el desarrollo de las infraestructuras verdes en El Green New Deal global.

Tienen motivos para acudir a él. Autor de una veintena de ensayos, Rifkin ha dado en el clavo en más de una ocasión, anticipándose o hasta sentando las bases de debates que más tarde serían clave. Advirtió sobre los dilemas que traería la medicina genómica en La era de la biotecnología (1999), entendió el potencial disruptor de internet cuando todavía parecía una commodity en La era del acceso (2000). Pero el pensador es conocido ante todo por haber sido el primero en abordar el fantasma de la automatización en El fin del trabajo (1995), donde defendió la reducción de la jornada laboral y habló de la creación de una renta básica universal, temas hoy de actualidad. “Las tecnologías de software más sofisticadas van a llevar la civilización a un mundo con cada vez menos trabajo. Surgirá una nueva clase de paro estructural. El proceso ya ha comenzado”, alertó entonces.

“No fui el primero en hablar de la renta mínima, también estaba Milton Friedman. Yo argumentaba que no se entregaría a cambio de nada, sino de trabajar en la economía social. La gente quiere trabajar, contribuir a la sociedad. Bien, porque les necesitaremos a todos. El mundo no puede cambiar solo con la inteligencia artificial o los robots”. La autocrítica de la obra que le encumbró prosigue: “Me equivoqué en algo, entonces era demasiado pronto. Sabíamos que íbamos hacia la automatización casi total del trabajo, lo que no anticipamos es que internet daría lugar a la sharing economy, la economía del compartir. Tampoco supe ver que se necesitarían millones de trabajadores para desarrollar las infraestructuras del futuro hacia el que vamos”, explica el sociólogo y economista. Recogió esos temas en La tercera revolución industrial (2011), su otra obra emblemática, en la que describe la profundidad de los cambios que han traído a la sociedad y a la economía las nuevas tecnologías.

Habla en tono pausado y con un hilo de voz, el que le queda tras una intensa semana por Europa promocionando su último libro, El Green New Deal global (Paidós). Se trata de un manual de instrucciones para transformar completamente el sistema, desde el modelo económico hasta las infraestructuras, y salvar la vida en la Tierra. “Estamos ante la sexta extinción masiva, este siglo perderemos el 50% de todas las formas de vida conocidas.El panel del cambio climático de la ONU dijo en 2018 que teníamos 12 años para reducir las emisiones en un 45% respecto a los niveles de 1990. Ya hemos aumentado la temperatura global en un grado; si superamos el grado y medio se producirán una serie de consecuencias en cadena que ni siquiera podemos anticipar. Hay que actuar”, nos urge con fuego en la mirada.

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Empezar de nuevo

Rifkin tiene un plan. El mundo debe apostar masivamente por las energías renovables y gestionarlas con herramientas digitales, lo que las hará más accesibles, eficientes y distribuidas. Los edificios y las viviendas generarán su propia energía limpia, que los ciudadanos intercambiarán a través de redes inteligentes de distribución. Para llegar a ello hará falta una especie de plan Marshall o New Deal, un gran programa de inversiones que estimulará de paso el empleo y que, en este caso, vendrá apoyado por el propio sector privado. Por lo pronto, la Unión Europea y China le han contratado para que les asesore en la transición.

¿Es posible reinventar el mundo en una o dos décadas? “En mi país hicimos la revolución industrial entera en 30 años. Se desarrolló una red ferroviaria, un sistema de telégrafos… Luego, a principios del siglo XX, lo hicimos otra vez en la segunda revolución industrial: se construyó una red de carreteras nacional, se electrificó el país y se le conectó telefónicamente en poco más de dos décadas. Ahora necesitamos hacerlo más rápido y es perfectamente factible”, espeta el profesor de la Wharton School.

Esta vez será más sencillo porque el mercado, asegura Rifkin, está por la labor. “El precio de producción de la energía solar cayó este año por debajo del del gas. Los costes fijos seguirán bajando exponencialmente, como pasó con los chips. Las energías fósiles, mucho más caras de explotar, están de capa caída. Los inversores de todo el mundo ya han retirado de esa industria 11 billones de dólares en cuatro años. Estimamos unas pérdidas potenciales de unos tres billones de dólares por activos que quedarán obsoletos, de los que nadie querrá saber nada: los derechos de explotación dejarán de tener valor, porque no se ejercerán; los combustibles no se extraerán, porque será demasiado caro hacerlo; los oleoductos caerán en desuso”, sentencia. “Hablo con frecuencia con banqueros. No es exagerado decir que la mitad del sector se ha dormido y la otra está entrando en pánico. Todos están ahora revisando sus inversiones. La burbuja del petróleo estallará pronto, se lo aseguro”. Estima que lo hará en 2028 porque es cuando se espera que el 14% de la energía consumida en el planeta sea solar y eólica. Cuando Alemania alcanzó esa cifra, dice Rifkin, la inversión en energía nuclear y combustibles fósiles empezó a caer con fuerza.

La industria del petróleo y de los combustibles fósiles dejarán unas pérdidas de unos tres billones de dólares por activos que quedarán obsoletos”.

Bonos verdes

La tarea de los gobiernos será entonces invitar a los inversores a que compren bonos verdes para financiar la gran transformación. “El dinero busca la rentabilidad, y ahora mismo no tiene a dónde ir. En una situación de bajos tipos de interés, el Green New Deal será una apuesta segura”, defiende.

Rifkin encara con optimismo la metamorfosis sistémica que propugna. A sus 74 años, el espíritu combativo de la juventud le llena de esperanza. “Millones de jóvenes pararon las clases en 130 países para protestar por la crisis climática. Es la primera revuelta planetaria de la historia. La humanidad se está percibiendo por primera vez a sí misma como una especie amenazada”. Algo de eso detecta también en la política. “Alexandria Ocasio-Cortez tiene 30 años, y detrás de ella vendrán muchos más. Los candidatos demócratas a la presidencia de Estados Unidos están a favor del Green New Deal”, exclama el Rifkin más activista.

La tercera revolución industrial

Las energías renovables son cada vez más baratas y al mundo le irá bien si las abraza en masa. ¿Pero por qué tanta insistencia en la conectividad? ¿Qué tiene eso que ver con el porvenir de la humanidad? La respuesta se halla en su otro gran bestseller. Si El fin del trabajo le situó en el mapa desde el punto de vista académico, La tercera revolución industrial (2011) le convirtió en gurú e impulsó su carrera como consultor. Según cuenta, el primer ministro chino, Li Keqiang, le contrató tras leerlo para que le ayudara a transformar al gigante asiático. La UE y la agencia de Desarrollo Industrial de la ONU (ONUDI) hicieron lo propio.

Rifkin recogió en ese libro varias ideas recurrentes en su obra (apuesta por las renovables, el poder disruptivo de internet, el cambio de modelo económico) y las unificó en una teoría que ofrece una respuesta para el triple reto de la crisis económica, energética y climática. “Los grandes cambios de paradigma de la historia surgieron de la combinación de tres grandes componentes: nuevas formas de comunicación para unir a grandes colectivos, nuevas formas de movilidad para hacer eso posible y nuevas fuentes de energía que alimentasen lo anterior”, explica con maneras de profesor universitario. “Cuando cambian a la vez esos tres elementos, cambia todo: el hábitat, el sistema económico, la estructura y organización social y las infraestructuras”.

Jeremy Rifkin publica ahora un libro en el que pormenoriza cómo dar el salto definitivo a las energías renovables. Hablamos con el hombre que entendió y anticipó los grandes cambios tecnológicos de nuestra era

Cambio de sistema económico

En La primera revolución industrial (siglo XIX) confluyeron la imprenta, el telégrafo y los trenes de vapor alimentados por carbón. La segunda (siglo XX) surgió con la electricidad, el teléfono, la radio y televisión, los motores de combustión y el petróleo barato. En la tercera, la que vivimos hoy, las tres palancas de cambio conviven en un mismo elemento: la Red. “El internet de la comunicación converge con el internet de la energía renovable y el internet de la movilidad y de la logística, que conecta vehículos eléctricos que pronto serán autónomos alimentados por energías renovables”. Todo ello convive en un espacio moldeado por el internet de las cosas (IoT), en el que los edificios inteligentes actúan como nodos de recolección de datos para el sistema y como miniplantas de generación de energía.

El cambio de paradigma que aporta la tercera revolución industrial, cuyas consecuencias económicas exploró Rifkin en La sociedad de coste marginal cero (2014), es rompedor. Tanto es así que cree que el capitalismo tal y como lo conocemos puede tener los días contados. “El mercado óptimo es aquel en el que vendes al coste marginal porque colocas productos y servicios baratos y los accionistas consiguen un retorno. El problema es que nunca imaginamos que la revolución digital fuera a ser tan eficiente. Millones de personas comparten música, conocimiento, software… Todo eso es gratuito, solo necesitas conexión a internet. La economía del compartir es el primer sistema económico propiamente dicho desde el nacimiento del capitalismo en el siglo XVIII y del socialismo en el siglo XIX”, sentencia. “Estamos pasando de la propiedad al acceso, de los mercados a las redes, de los vendedores y compradores a proveedores y usuarios, de productividad a regeneración, de externalidades a circularidad, del PIB a indicadores de calidad de vida”, sintetiza.

Nadie imaginó que la revolución digital fuera a ser tan eficiente. Millones de personas comparten música, software…

La amenaza de la ‘darknet’

Los nativos digitales tienen muy interiorizada esta nueva realidad. Están acostumbrados a colaborar en red, a intercambiar los diseños que imprimen en 3D, etcétera. “El gran problema”, opina, “es la red oscura (darknet). Cómo mantener las redes a salvo, cómo asegurarse de que los gobiernos no tomen el control o las usen para vigilar, cómo cerciorarse de que las empresas no vulneren nuestra privacidad, cómo combatir la creciente amenaza del ciberterrorismo… Una de las ventajas de contar con una infraestructura distribuida, como la que propongo en el Green New Deal, es que será menos vulnerable”, remata.

El fin del trabajo, el poder de internet, los dilemas de la biotecnología, las energías verdes… ¿Cuál será el siguiente tema que capte su atención? “He trabajado siete años en el siguiente libro, pero mi mujer me dijo en diciembre que lo parase y me centrara en el Green New Deal, que es lo más urgente ahora. Solo le puedo decir que mi próximo ensayo tratará sobre cómo podemos prepararnos en todas las facetas de la vida para lo que está por venir”.

Fuente: El País