A pesar de los buenos augurios de los últimos días, Theresa May no pudo cerrar esta semana un compromiso con la Unión Europea (UE) sobre el Brexit. Eso significa que, a estas alturas, ni los británicos ni el resto del mundo saben si Reino Unido se encamina hacia un suave pero inevitable declive (eso sí, macerado en patriotismo), o si acabará cayendo en el abismo al que parecen querer abocarlo los más encendidos partidarios de un Brexit que separe de cuajo al país del demonio continental.

Reino Unido, entre el declive y el abismo

Paradójicamente, el fantasma de una desconexión sin acuerdo no es solo responsabilidad del sector más antieuropeo de la sociedad británica. La semilla del Brexit duro la empezaron a sembrar los más fanáticos remainers (por el verbo inglés remain, permanecer), que durante la campaña del referéndum de 2016 presentaron el abandono de la UE, cualquier abandono, poco más o menos como un viaje al infierno. El Tesoro británico, con el conservador George Osborne como canciller del Exchequer, vaticinó que si los británicos votaban leave (marcharse), el país entraría en recesión, la economía caería entre un 3,6% y un 6% en dos años y se irían al paro entre 500.000 y 800.000 trabajadores.

Los británicos votaron por marcharse pero no se cumplieron los augurios de cataclismo inmediato: la economía siguió creciendo y no solo no aumentó el paro, sino que cayó en 250.000 personas. Todo eso ha consolidado entre muchos británicos la idea (muy cuestionable) de que el Brexit no es peligroso y ha reforzado a quienes incluso quieren romper por completo con la UE. El problema es que sí ha pasado algo desde el referéndum: el país no se ha hundido, pero la economía británica ha crecido entre 2 y 2,5 puntos porcentuales menos de lo que hubiera crecido sin Brexit. No son cifras pequeñas.

No es la economía, estúpido

John Springford, director adjunto del Centro para la Reforma Europea, cree que los defensores del Brexit “no están tan preocupados por cuestiones económicas como por cuestiones como la identidad, la democracia, la autodeterminación de la nación o la inmigración”. “También hay que tener en cuenta que acabamos de pasar un periodo de debilidad económica en el que los salarios no han crecido y lo que se plantean es que si el país se va de la UE tendrán un sistema político más próximo, que se adapta mejor a sus necesidades, y no les importa que eso vaya a producir problemas económicos, o lo dan por descontado”, subraya.

Graham Gudgin (Cambridge) admite que está a favor del Brexit “por dos razones”. “Una es que el destino político de Europa a largo plazo es formar unos Estados Unidos de Europa, y Reino Unido tiene la opción de quedar al margen de eso porque está fuera del euro y eso lo facilita. Eso no va a pasar hasta dentro de 20 o 40 años, es un proceso lento, pero mi preferencia, y la de la mayoría en Reino Unido, es seguir siendo un país independiente y soberano, y no una provincia de una Europa unida”, aclara. “Le deseo lo mejor a Europa, le deseo lo mejor a España, pero Reino Unido nunca ha estado muy a gusto como socio de la UE y quizá esta sea la última oportunidad de marcharse. Y debemos aprovecharla”, añade.

“La segunda razón es la inmigración. Hemos creado cuatro millones de empleos en los últimos 15 años y tres cuartos de ellos se los han llevado gente nacida fuera de Reino Unido. Gente trabajadora que ha sido un activo para nuestra economía, pero significa que las compañías, y también el Gobierno, están gastando menos en formación. No creo que esa sea una forma de gestionar un país. Deberíamos tener más control sobre inmigración”, concluye.

“Yo no esperaba que la economía se desplomara inmediatamente después del referéndum”, subraya Thomas Sampson, profesor asociado de la London School of Economics. “La gente suele equiparar el voto en el referéndum con una crisis financiera. Pero el Brexit serán cambios en las políticas comerciales, y esos cambios tienden a emerger de forma mucho más lenta que los efectos de las crisis financieras o el hundimiento de la banca”, añade.

Jonathan Portes, profesor de Economía y Políticas Públicas del King’s College de Londres, coincide en que “nada cambió en términos de políticas”. “Sí, la confianza se vio afectada, pero durante muy poco tiempo. Por supuesto, la libra cayó de forma bastante sustancial, los mercados reaccionaron un poco pero sin pánico, los negocios concluyeron que no iba a pasar nada al menos en un par de años y por lo tanto no tenían que hacer nada de forma inmediata, y las cosas siguieron más o menos como siempre”, añade.

Graham Gudgin, investigador de la Escuela de Negocios de la Universidad de Cambridge y partidario del Brexit, carga las tintas contra el Tesoro. “Los efectos negativos vaticinados por el Tesoro se basaban sobre todo en predicciones de una caída de la confianza, tanto por parte de las inversiones de las empresas como por parte de los consumidores, que no ocurrió”, sostiene.

“Mucha gente, muchos consumidores, no se creyeron las predicciones a largo plazo del Tesoro. Pudo haber un pequeño efecto negativo en la confianza de las empresas, pero en absoluto en los consumidores. Quizás algún efecto en el mercado de la vivienda, en decisiones de inversión a largo plazo de las empresas. Pero no demasiado”, desarrolla. “Me gustaría añadir de paso que el Tesoro no tenía que haber opinado en absoluto desde el momento en que tenían un ministro que estaba haciendo campaña por la permanencia y eso hacía imposible que los funcionarios hicieran nada que no fuera mostrarse pesimistas”, advierte Gudgin.

Que no pasara nada tras el referéndum no significa que no haya pasado nada desde entonces. Un estudio del profesor John Springfold, director adjunto del Centro para la Reforma Europea (CER, en sus siglas en inglés), sostiene que la economía británica ha crecido un 2,5% menos de lo que habría crecido si no hubiera ganado el Brexit en el referéndum de 2016. El trabajo estudia la evolución de 57 economías que se comportaron de forma casi igual que la británica entre 2009 y 2016. La curva de crecimiento de este grupo (Doppelgänger, le llama) es gemela a la británica pero se despega después del referéndum y, sobre todo, a partir de 2017.

Impacto sustancial

A su juicio, esa reducción es muy grande. Y pone un ejemplo por pasiva para enfatizar el calibre del dato: “¿Es imaginable una política del Gobierno cuya consecuencia inmediata sea impulsar un 2,5% de crecimiento del PIB en dos años? Lo único que se me ocurre es o bien un programa gigante de construcción de vivienda o inmigración masiva que obviamente haría crecer el PIB. Si lo vemos desde ese contexto, es mucho”, subraya.

“En términos políticos, mucha gente no percibe que la economía está mal porque el paro está a niveles muy bajos, es fácil encontrar trabajo, no ha habido ningún crecimiento de los salarios en términos reales debido a la inflación, pero en realidad hace decenios que la economía británica no deriva en una subida de los salarios y la gente en esencia cree que todo está igual. Pero si comparamos Reino Unido con otras economías vemos cómo se ha acelerado el crecimiento en las otras economías a niveles muy aceptables, y está claro que Reino Unido debería estar comportándose mucho mejor”, concluye Springfold.

Otra forma de comparar la importancia de ese dato es tener en cuenta que el Tesoro calculó hace unos meses que el coste de abandonar la UE sin ningún acuerdo sería de unos ocho puntos de PIB en 15 años. En lugar de crecer un 25% en ese periodo, crecería un 17%. Es decir, una reducción de en torno a medio punto por año.

¿Puede realmente Reino Unido salir sin acuerdo? Y ¿sería una catástrofe? “Depende de lo que entendamos por irse sin un acuerdo”, matiza Thomas Sampson, de la LSE. “Hay un escenario de no acuerdo en el que las negociaciones se rompen y no hay tiempo para poner en marcha nada que sustituya la actual estructura que une a Reino Unido y la UE. En esas circunstancias, con aviones que no pueden volar, bloqueos en la frontera en Dover y Calais, todo eso tendría un efecto negativo muy agudo en la economía de Reino Unido. Alternativamente, si Reino Unido y la UE no logran un acuerdo ahora pero deciden seguir hablando y mantener las fronteras abiertas, eso tendría unas consecuencias mucho más pequeñas”, sostiene

El fantasma de la recesión

Jonathan Portes ha estudiado a fondo las consecuencias de una salida sin acuerdo en un trabajo junto a una veintena de especialistas para The UK in a Changing Europe, una iniciativa financiada por el Consejo de Investigación Económica y Social (ESRC, en sus siglas en inglés). El estudio concluye que si Londres y Bruselas acabaran las negociaciones sin acuerdo podría haber una recesión, aunque advierte que no es en absoluto seguro.

“Todo depende de lo que se haga para limitar los daños”, matiza Portes. “Una ruptura entre Reino Unido y la UE sería desastrosa, pero no me atrevería a hacer un pronóstico en términos de PIB y creo que hay demasiado alarmismo, gente diciendo que nos quedaremos sin alimentos, que nos quedaremos completamente aislados, que tendrá que salir el Ejército a la calle, que no habrá medicinas en los hospitales. No creo en absoluto que ese sea el escenario más probable”.

Portes descarta el abismo, pero no el declive. “El escenario más probable es el de un largo periodo de incertidumbre que acabe con algún tipo de compromiso extraño por el que seguiremos vinculados al conjunto del sistema europeo pero no dentro del mercado interior. ¿Quién sabe? ¿Va a ser un desastre para Reino Unido a largo plazo? No creo. Va a ser perjudicial, sí, y por lo tanto entraremos en declive, atraeremos menos inversión para crear nuevas empresas y negocios. Sí, habrá un gran impacto negativo en la economía, eso es verdad. Y ese es el escenario más probable”, concluye.

Fuente: El País