Corría el año 2000, la psicosis colectiva sobre el efecto 2000 se había apaciguado, en las tiendas españolas aún se veía el euro con recelo y la economía occidental estaba inmersa en una enorme burbuja económica a punto de estallar: la burbuja de las puntocom. Las empresas peleaban con uñas y dientes, gracias a la ayuda de inversores cegados por la conocida como nueva economía, por alcanzar una gran cuota de mercado en Internet a cualquier precio. Esperaban conseguir una gran fama que les permitiera rentabilizar sus servicios. Era la hora de hacerse grande rápido. Internet era un nuevo mundo en el que hacer dinero y las empresas se financiaban a través de capital de riesgo y ofertas públicas.

Yahoo, el referente, consiguió alcanzar una capitalización bursátil de 125.000 millones de dólares ese año. Por aquel entonces, Internet era una gran explanada de portales con información, diseminados por todo el ciberes­pacio, a los que se accedía directamente o a través de Yahoo. Era la Roma del Imperio Romano. Los inversores estaban entusiasmados con esta nueva oportunidad y su dinero parecía estar respaldado por el acelerado crecimiento en ingresos de Yahoo, así que invirtieron en pequeñas compañías de Internet. Estas, para obtener más tráfico y crecer, compraban anuncios en Yahoo. El círculo perfecto.

Dos años antes, en 1998, dos jóvenes estudiantes de Stanford llamaron a las puertas de Yahoo para vender PageRank, un algoritmo que encontraba las webs más relevantes y las presentaba ordenadas de forma acorde a este criterio. Eran Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google. Yahoo no quiso desembolsar el módico millón de dólares que pedían por ella, argumentando que sería contraproducente buscar webs en lugar de encontrarlas a través de Yahoo: caería el tráfico y los ingresos publicitarios.

Empresas como Google comenzaron a ganar a Yahoo en su terreno: los buscadores web y los servicios de correo electrónico. Pese a su posición dominante, la compañía siguió creyendo que su marca, cuota de mercado y adquisiciones eran garantes de un éxito perpetuo. Pero la web cambió, y los portales de portales sucumbieron ante una simple caja de texto en fondo blanco que abría las puertas a más lugares. Lo mismo ocurrió con su servicio de e-mail, que fue superado rápidamente por Gmail, lanzado por ­Google en 2004.

Mientras Yahoo perdía posiciones, Google y Amazon sobrevivieron a la burbuja tecnológica y hoy están entre las más valoradas

Ese mismo año fue fundada Facebook. La red social transformó Internet en lo que conocemos hoy en día: un lugar donde no sólo se conectan personas e información, sino personas con personas. El auge de los smartphones no hizo más que disparar el efecto, y pequeñas compañías emergentes, como Instagram, eclipsaron en meses a gigantes como Flickr. Yahoo fue vendida a Verizon por 4.800 millones en 2016, poco más de lo que pagó la misma compañía por AOL, otra de las dominantes en la era de las puntocom.

Compañías como Google y Amazon no sólo sobrevivieron al estallido de la burbuja, sino que actualmente se encuentran entre las más valoradas del mundo. La caída de Yahoo y el auge de Google y Amazon son una muestra de cómo las empresas alcanzan el éxito con la misma velocidad que se hunden. Apple es otro ejemplo de estos rápidos vaivenes. Fue fundada en 1976 y poco después revolucionaría el mercado de los ordenadores personales. En los noventa estuvo a punto de quebrar. Desde hace unos años se ha convertido en una de las empresas más exitosas.

Pocos lograron comprender en 2007 el impacto que causaría el iPhone en el mercado y la sociedad. El auge del smartphone transformó el mundo al conectar a las personas de forma constante y en cualquier lugar. En un móvil se buscaba un bonito diseño y un tamaño reducido, o una gran capacidad de lectura y escritura fluida de correos electrónicos para los ejecutivos. A Steve Ballmer, entonces presidente ejecutivo de Microsoft, le entró la risa cuando la prensa le preguntó qué opinaba del iPhone, que carecía de teclado físico y costaba 600 dólares. El iPhone es hoy uno de los productos más exitosos de la historia, y Windows Mobile está muerto.

Apple comenzó a cambiar todo lo que se entendía que era un móvil. No intentaron introducir un sistema operativo en un dispositivo minúsculo, sino que volvieron a pensar todas las formas en las que el usuario accedería a información, música y comunicación a través de una pantalla táctil. Google respondió pronto con Android, adoptando las ideas claves, introduciendo más funciones y ofreciéndolo a los fabricantes de teléfonos: “Vosotros ocupaos del hardware, nosotros os damos el software”. Esta estrategia permitió a Google abarcar una cuota de mercado inmensa y expandir sus servicios de e-mail, mapas y tienda de aplicaciones a miles de millones de personas.

Nokia era
la líder indiscutible en
el mercado de los nuevos teléfonos en 2007. Ahora su división de móviles es solo un logo, una licencia

Los fabricantes se quedaron por el camino. La taiwanesa HTC fue pionera en el desarrollo de teléfonos inteligentes con Android. Su calidad de materiales, diseño e innovación la situaron como la alternativa clara al codiciado y poco asequible iPhone. No obstante, pronto entraron más fabricantes interesados en este enorme mercado en el que, al igual que en la burbuja de las puntocom, lo más importante parecía ser la cuota de mercado. Los componentes eran cada vez más baratos y no había que realizar una gran inversión en software ya que, gracias a Android, los fabricantes comenzaron a competir en precio. Como consecuencia, los innovadores, como HTC, cayeron estrepitosamente.

Samsung Electronics logró crecer y vender modelos de gama alta gracias a su gran inversión en marketing y acuerdos con las operadoras, pero pronto sufrió una gran caída en China ante rivales que ofrecían teléfonos de especificaciones parecidas a mitad de precio. Apple siguió compitiendo sólo contra sí misma: tenía la marca, el ecosistema de aplicaciones y el software.

Google y Apple son los vencedores, Nokia el vencido. La finlandesa era el líder indiscutible. En 2007, acaparaba más de la mitad de las ganancias de todo el mercado de telefonía móvil. Fue el primer fabricante en entender los teléfonos como complementos de moda, sus innovadores diseños e ingeniería siempre eran sinónimo de los más altos estándares de calidad, y dispositivos como el 3310 marcaron época. Pero eran una compañía de hardware, y no supieron detectar que, a partir del iPhone, el software en los teléfonos sería igual o más importante que sus componentes físicos.

Hoy la división de móviles de Nokia es sólo un logo, una licencia, para el fabricante de dispositivos Android HMD Global. De Nokia queda su negocio de telecomunicaciones y la esperanza de que en el futuro su división de dispositivos enfocados a la salud se convierta en un negocio relevante.

Es difícil adaptarse al cambio del mercado cuando tú no formas parte de él. Ya pasó con Internet, con los teléfonos móviles y tal vez vuelva a ocurrir con el mercado de los automóviles. Ahora el software se está comiendo el mundo: el petróleo ya no es el recurso más valioso del mundo, son los datos. Amazon, Facebook, Google, Microsoft y Apple son las refinerías, los proveedores de servicios y dispositivos para acceder a la información y a las personas. La inteligencia artificial creará otro escenario de vencedores y vencidos y, quien no esté suficientemente preparado, caerá independientemente de la exitosa posición que ocupe en la actualidad.

Fuente: El País