Hemos leído y escuchado mucho cuáles serán los beneficios que traerán los robots a nuestras vidas: nos librarán de hacer tareas aburridas y tediosas y nos harán el día a día más fácil. Pero aún queda por ver cómo interactuaremos con ellos, al menos con los que son algo más que un programa informático. A día de hoy sabemos que algunos nos generan inquietud y desconfianza. Sobre todo, los que tienen una representación física y se parecen mucho a los humanos. ¿Son esos ojos que parece que miran permanentemente al vacío? ¿Su forma mecánica de moverse? ¿La sonrisa forzada? ¿Esa sensación de autonomía difícil de controlar? ¿Todas las películas y series que hemos visto en las que los robots se rebelan y acaban con la humanidad? No se sabe. Aún no hay acuerdo sobre los motivos por los que algunos robots nos producen cierto rechazo, pero hay varias teorías que estudian este fenómeno.  

Una de estas hipótesis es la teoría del valle inquietante, que dibuja una función que relaciona el grado de parecido de varios objetos con un humano y el sentimiento positivo de familiaridad que genera en quien lo ve. Defiende que los objetos que se parecen a un ser humano nos gustan solo hasta que llega un punto en que son demasiado parecidos. Ahí la curva que representa los sentimientos positivos cae en picado. Pero si llegamos a descubrir que ese objeto es realmente humano, la sensación se dispara en sentido opuesto. Es decir: pasamos de sentirnos muy inquietos a una sensación de relajación y confianza. Esa bajada que se ve en la función es lo que su creador llamó «el valle inquietante». La sensación de inquietud se dispara si el objeto está en movimiento: un robot que se mueve nos genera más intranquilidad que uno que permanece parado. 

Esta teoría no es nueva: fue desarrollada por el profesor y especialista en robótica Masahiro Mori en el año 1970. Ya entonces intentaba esclarecer las reacciones que experimentan las personas ante la presencia de un robot con forma humana, pero ha cobrado fuerza con el desarrollo exponencial de la tecnología en los últimos años y con la proliferación de los robots androides y las animaciones hiperrealistas en 3D y realidad virtual.

Una de las explicaciones que ofrece es que lo que nos genera malestar es la duda. Es decir: un robot que tenga características humanas no nos perturba si está claro que es un robot, como este:

Pero uno que se parece tanto a una persona que no tenemos claro si es humano o máquina, nos genera malestar. Como este:

Algunas explicaciones a esta respuesta emocional tienen que ver con el temor a lo desconocido —un miedo evolutivo que desarrollamos para asegurar nuestra supervivencia—, a lo que nos parece imprevisible —la incapacidad de controlar la situación o de anticipar el comportamiento de la máquina— y ver comportamientos humanos forzados en una máquina que no lo es: esperamos que el robot se comporte exactamente igual que lo haría una persona (porque tiene apariencia de persona) y cuando no lo hace es cuando tenemos la sensación de extrañeza y desapego.

La hipótesis del valle inquietante es la más conocida de las que dibujan esta respuesta emocional ante los robots, pero no deja de ser una teoría más. Una de las críticas más comunes que ha recibido es que todavía no hay tantas máquinas que parezcan humanas como para hacer un estudio y sacar conclusiones fiables y válidas de cómo influyen en la percepción de las personas, aunque genera un debate interesante de plantear.

  • Miedo más allá de la apariencia

El temor que sí se ha retratado en varios estudios científicos es la tecnofobia —por definición, miedo a la tecnología— que se extiende poco a poco conforme aumentan los avances tecnológicos. Este temor no está tan relacionado con los robots en sí, sino con el desarrollo de la inteligencia artificial en general y cómo puede cambiar nuestras vidas, valorando la posibilidad de que podrían dejarnos sin trabajo. La investigación ¡Estás despedido!, dice el robot valora cómo se relacionan el aumento de la automatización y el miedo al desempleo.

Según las conclusiones que se pueden leer en el estudio, los grupos minoritarios de la sociedad son los que más temor tienen a que las máquinas evolucionen y acaben comiéndose nuestra parte del pastel. Los resultados también apuntan a que aquellas personas que no saben mucho sobre la situación del desarrollo de los robots también tienen este temor que impacta en sus niveles de ansiedad y su inseguridad financiera.

Fuente: El País