Medio mundo parece buscar soluciones “nacionales” a sus problemas, pero nadie parece saber en qué consisten. ¿Cuáles son esas políticas nacionales que van a mejorar la cada vez más inestable situación internacional, el cambio climático, la desigualdad social, el control de las tecnologías, el futuro de los jóvenes o las relaciones laborales? Soluciones nacionales proclama Trump con su America First; soluciones nacionales pregona el Brexit y el eco se oye en muchos movimientos nacionalistas del mundo. Se supone que lo primero que habría que exigir es conocer las políticas concretas incluidas en esas proclamas patrióticas. Pero no resulta fácil encontrarlas. Ni en Washington, ni en Londres, ni en los grandes movimientos que quieren aislar a Estados Unidos y a Gran Bretaña, ni en los pequeños movimientos que quieren dibujar un único pueblo en Hungría o Polonia, ni en los más pequeños aún que quieren desgajar nuevos países, Cataluña, las islas Feroe, Córcega.

Es muy cierto que la hiperglobalización iniciada en los años ochenta del siglo pasado ha traído consecuencias penosas y que la crisis de 2008 ha terminado por hacer enormes agujeros en las redes que se habían tejido cuidadosamente al final de la II Guerra Mundial para hacer frente a esos desequilibrios. Los grandes acuerdos de liberalización comercial traen ganancias, pero también, siempre, dolor. Lo sabían los dirigentes políticos que crearon la Comunidad Europea y que extremaron su cuidado para paliarlo en buena medida. Pero desde la caída del muro de Berlín y el fortalecimiento de los teóricos y de los políticos neoliberales, el sólido mecanismo que proporcionaban los pactos sociales para controlar esos daños ha ido deteriorándose. “Tomemos el NAFTA (el tratado que abrió el comercio entre Estados Unidos, México y Canadá, en vigor desde en 1994)”, explica el economista Dani Rodrik. “Un reciente estudio demuestra que una importante minoría de trabajadores norteamericanos sufrió una sustancial reducción de ingresos… el crecimiento de los salarios de las industrias que perdieron su protección cayó 17 puntos en relación con otras industrias no afectadas”. Y en lugar de afrontar esa realidad y recomponer las fuerzas en los dos lados de la balanza, lo que hicieron los hiperglobalizadores fue lanzarse al peor de todos los errores, sigue Rodrik, “promover la globalización financiera”. El dinero se volvió loco y empezó a moverse sin normas ni control. Y cuanto más se mueve, más difícil es hacerle pagar impuestos. La izquierda paga ahora el precio de su indiferencia ante la presión enorme del nuevo orden liberal, creyendo que si aumentaba la riqueza, algo podría redistribuirse. Pero lo que se distribuyó no fue riqueza, sino solo crédito y llegó 2008.

Comprender bien los riesgos de la globalización (y las consecuencias de la hiperglobalización financiera) es muy necesario, pero también lo es comprender el enorme riesgo de una renacionalización que en absoluto promete coordinar los impuestos, ni controlar ese capital desregulado, sino más bien competir con el vecino para ofrecerle aún mejores condiciones. ¿Qué políticas ofrecen los partidos nacionales para combatir la globalización financiera y sus monstruos? ¿De qué manera creen esos movimientos que podrán rehacer la deficiente estructura del euro? ¿Se podrá frenar ese nuevo orden liberal con un nuevo orden nacional? Si mirando hacia atrás se piensa en el futuro, no se vislumbra otra manera de frenar ese nuevo orden económico que en un marco multilateral. La Unión Europea, con sus evidentes defectos y sus muchos errores, podría ser aún, quizás, el único escenario real en el que intentar recomponer un pacto social y un orden internacional pacífico. Nada garantiza que se logre, pero tampoco tiene por qué estar condenado al fracaso. Lo único que lo está es la renacionalización europea.

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Fuente: El País