Estamos perdiendo la batalla contra el calentamiento global. De acuerdo con la NASA, la tierra sufre los niveles más elevados de CO2 en 600,00 años. La temperatura media del planeta ha subido 0.9 grados centígrados desde fines del siglo XIX y la mayor parte del calentamiento es reciente: los cinco años más cálidos han sido registrados desde 2010. Este calentamiento se nota a simple vista: las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida se han reducido, todos los glaciares disminuyen de tamaño y la nieve en el hemisferio norte ha disminuido sustancialmente.

Existen dos obstáculos principales a la acción: en primer lugar, la dificultad política a la que se enfrentan todas las democracias para tomar las (costosas) decisiones necesarias, debido en particular a su impacto en la desigualdad (como hemos visto recientemente en Francia con los disturbios de los “chalecos amarillos” tras la subida del impuesto sobre el gasóleo) y el crecimiento. En segundo lugar, y relacionado con la primera, el oportunismo de algunos países, que prefieren que el esfuerzo lo hagan otros. Para ambos obstáculos se han propuesto recientemente soluciones novedosas.

Para entender el problema desde un punto de vista económico, el punto de partida es entender el papel habitual del sistema de precios. Los precios son una señal que sirve para coordinar el comportamiento de todos los consumidores y productores. Si hay una helada en Brasil, y la cosecha de café desaparece, el café será más escaso. ¿Podría un sistema centralizado, incluso usando los ordenadores más potentes, decidir quién va a consumir menos café, qué camiones van a dejar de transportar café, qué repisas del supermercado deben de dejar de dedicarse al café? No. Nadie tiene la información necesaria para tomar esa decisión: nadie sabe cuánto necesita su taza de café un consumidor concreto.

El sistema de precios coordina todas esas decisiones de forma voluntaria en un sistema descentralizado, donde cada uno toma su decisión de forma independiente. El café subirá de precio, y cuando vayamos al supermercado, los que no tenemos gran interés en el café compraremos té. Los supermercados, a los nuevos precios, venderán menos café y ajustarán las repisas. Lo mismo harán los transportistas y las fábricas de café.

Para que esto suceda así, los recursos tienen que tener un precio. Pero algunos recursos no tienen precio. En economía hablamos de “externalidades” para describir estas situaciones. La contaminación es un ejemplo. No hay ningún mecanismo que haga que los conductores elijan conducir menos cuando el calentamiento global empeore, porque el echar CO2 en la atmósfera sale gratis.

En estos casos, la teoría económica nos enseña que debemos usar el sistema impositivo (o alternativamente, un sistema de permisos transferibles) de forma que los consumidores se enfrenten al coste real de sus decisiones. Así, una empresa que tenga que elegir que máquina comprar, tendrá el incentivo adecuado para comprar la que genere menos CO2.

El problema es que esta forma de actuar, como hemos visto en Francia de forma gráfica, tiene un claro efecto distributivo: si subimos los impuestos sobre los combustibles, los que tienen menores ingresos y los que viven en zonas más rurales y por tanto conducen más, deberán enfrentarse a mayores costes.

¿Qué solución podemos dar a este problema? El climatólogo y pionero en la lucha contra el cambio climático James Hansen ha hecho una inteligente propuesta, que podría ser viable políticamente: la denomina “tasa y dividendo”. Se trata de introducir un impuesto sobre el consumo de energías fósiles y devolver todo lo recaudado, con un dividendo idéntico por cabeza, a todos los ciudadanos. Las trasferencias que esto supone son grandes y tienen un efecto progresivo: supondrían un aumento del 10% en los ingresos de las familias más pobres.

El segundo problema al que hemos hecho referencia es, si cabe, aún más complicado. Como todos los países se benefician de los esfuerzos de los demás para mejorar el clima, cada país prefiere no hacer lo que le toca. Como los antivacunas, que confían en no coger una enfermedad grave aprovechándose de la inmunidad de los demás, muchos países (especialmente ahora los EEUU) prefieren que el coste de recortar el uso de petróleo y carbón lo incurran otros. El problema es que la inmunidad y el medio ambiente limpio, como la seguridad en las calles, son bienes “no excluibles” es decir, no podemos excluir a nadie de disfrutarlos.

El economista William Nordhaus explicó una inteligente solución a este problema en el discurso que dio con motivo de su recepción del premio Nobel en Estocolmo el 8 de diciembre pasado (discurso que, por cierto, ilustraba con una diapositiva del “Coloso” un cuadro del Prado, del período negro de Francisco de Goya que ilustra, para él, el riesgo para el planeta del cambio climático). Se trata de formar un club con los demás países que sí hacen su parte contra los combustibles fósiles. Los países que no estén en el club, tendrán que pagar un impuesto equivalente (en EEUU se habla de un “border adjustment tax”) para poder exportar a los miembros de este club. Este impuesto a las importaciones podría ser diseñado con un nivel suficientemente elevado para que a los países de fuera del club les terminara interesando (incluso actuando egoístamente) introducir sus propias medidas para reducir el consumo de energías fósiles.

En definitiva, el problema del cambio climático es un problema político: conseguir que las sociedades occidentales, y de los países en desarrollo, quieran incurrir los costes necesarios para resolver el problema. Las dos soluciones que he sugerido aquí, “tasas y dividendo” para evitar los efectos redistributivos negativos, y “clubs climáticos” para hacer que a todos los países les interese actuar, pueden hacer que un problema que es, en principio, casi intratable, se convierta en algo que termine interesando a todos los países. Falta el coraje para poner en marcha soluciones a un problema que es existencial para nuestro planeta.

Luis Garicano es profesor de Economía y estrategia en el IE Business School y responsable de Economía de Ciudadanos. Su libro “El Contrataque Liberal: entre el vértigo tecnológico y el caos populista”, será publicado en enero de 2019.

Fuente: El País