Cathy la robot me miraba fijamente. Inmóvil. En silencio. Frente a ella, ante el pequeño mostrador, la humanidad iba a medir sus fuerzas con la implacable Robotonia.

Rebobinemos. Había quedado en el Mobile World Congress con dos buenos amigos de Madrid y decidimos tomar un café juntos. En el camino, un estand llamó mi atención por el gentío que congregaba a su alrededor. No supe resistir la tentación de acercarme más. Entre la multitud conseguí descubrir el objeto de tan pública expectación: Cathy, la robot que sirve cafés a quien se lo pide.

Soy poco amante de participar en exhibiciones públicas, pero pensé: “Ya que vamos igualmente a tomar café, ¿por qué no probar?”. Además, era gratis y ya saben que esto a los catalanes siempre nos tira. Así que, ni corto ni perezoso, me situé delante del mostrador.

Ahí estábamos, frente a frente. Cathy la robot, mecatrónico adalid de Robotonia, contra la humanidad (representada por un humilde servidor). ¿Sería Cathy capaz de servir un café mejor de lo que lo hacen Erika y Jairo con gran amabilidad y rapidez cada mañana en el Dublins? ¿Lo haría más eficientemente? El reto estaba servido. ¿Quién ganaría la contienda?

Cathy dio un paso al frente, se presentó con una cálida voz y me preguntó cómo podía atenderme. “Quiero un café, por favor” dije. Cathy se quedó pensando. Me contestó con suma amabilidad: “Muchas gracias señor, voy a preparar su café”. Cathy había superado la primera prueba. Entendía lo que se le pedía, contestaba con cortesía, respondía servicialmente. El marcador lucía 0 a 1 a favor de Robotonia. ¡Tiembla Alan Turing! Mientras me preparaba para la experiencia, no pude evitar pensar en si Cathy podía ser un anticipo de la distopía que se acerca. Si un robot puede hacer de camarero (o camarera en este caso), ¿será verdad que el trabajo humano tal como lo conocemos está en peligro de extinción?

Varios estudios predicen que estamos entrando en una nueva revolución tecnológica. Por primera vez en la historia las máquinas sabrán desarrollar muchas tareas hasta ahora reservadas al ser humano. Las predicciones varían: unos análisis sugieren que un 5% de las profesiones está en peligro a corto plazo, otros prevén un impacto superior al 30% hasta 2030. Los pronósticos se centran en todo el espectro de tareas automatizables: no solo incluyen aquellas que son teóricamente mecanizables; también los trabajos intelectuales que la llamada inteligencia artificial podría reemplazar.

Desde el punto de vista de los primeros, la base de la disrupción es el incremento exponencial en las capacidades de robots y sistemas. Estos permiten en la actualidad realizar tareas complejas, con flexibilidad y adaptabilidad. No hablamos ya de soldar un trozo de metal en una cadena de producción, sino de trabajar codo con codo con un humano en tareas de precisión o mover de forma autónoma cualquier material. Algunos de estos nuevos robots empiezan a salir de su hábitat natural hasta la fecha, las fábricas. Los vemos en quirófanos, almacenes logísticos y hasta –como en el caso de Cathy– entreteniendo al personal.

Para los segundos, el riesgo está en aquellas profesiones cuyo día a día se basa en combinaciones de tareas más o menos repetitivas y predecibles, por definición automatizables. La inteligencia artificial puede hacerlas prescindibles incluso aunque incorporen cierta gestión relacional. Operadores de call center, contables o administrativos de ventas son buenos ejemplos, pero se podría aplicar también a chóferes, mozos de almacén y operarios de manutención. En el extremo alejado estarían profesores, diseñadores o terapeutas, profesiones que añaden una componente de creatividad o gestión emocional que las máquinas todavía no pueden replicar.

El coste de estos sistemas se reduce anualmente, acortando el tiempo para amortizar la inversión en automatización. Industrias como el automóvil (la mayor empleadora de robots) han demostrado que la productividad aumenta exponencialmente al incorporar tecnología masivamente. Otras como la electrónica sueñan con tener fábricas oscuras, en las que no será necesario tener luz porque no habrá humanos. Visto desde esta perspectiva nuestro futuro laboral parece más bien negro. Oscuro al menos.

¿En qué medida deberían intranquilizarnos estos augurios? El acelerado avance en las tecnologías digitales y la velocidad de computo debería ponernos en alerta. Sin duda algunas profesiones se harán prescindibles si su contenido puede ser automatizado. Por otra parte, ninguna actividad humana permanece inalterable, ya que la propia demanda de capacidades evoluciona paralela al progreso. La automatización per se también puede inducir empleo: genera competitividad industrial; mejores productos, más baratos de producir y con mejores precios. Se crea demanda de bienes y servicios y la misma tira del empleo.

Las revoluciones industriales llevan su tiempo y la 4.0 no será una excepción. No nos autojubilemos todavía, es posible reaccionar a través de una adecuada transición si nos lo proponemos. Ha sucedido siempre en cualquier revolución industrial pasada.

Se preguntarán cómo acabó la historia de Cathy. Se quedó con el brazo extendido ante el vaso de café, como si algo no acabara de funcionar en sus circuitos. Pasó un tiempo. Dio media vuelta hasta su posición de origen. “Lo siento”, se disculpó, “Cathy no ha podido servir su café”. Di una segunda oportunidad a Cathy. Con cierta lentitud, finalmente el café apareció frente a mí.

Respiremos tranquilos. Es posible que algún día un robot nos acabe quitando el trabajo, pero ni será hoy ni pasará tras la barra de un bar. Eso sí, el café estaba muy bueno.

Pedro Nueno es Socio director de InterBen

Fuente: Cinco Días