Cuando su empresa le propuso por escrito un ascenso, Cristina Rodríguez decidió comunicar que se acababa de quedar embarazada. Eso, confesó a sus jefes, no iba a mermar su compromiso con la compañía ni con su nueva responsabilidad. Dos días después fue despedida. “Me sorprendió, no lo entendía”, confiesa ahora. Fue, paradójicamente, el principio de un proyecto vital mejor. “Empecé a ir a entrevistas de trabajo, la barriga era evidente y me daba cuenta de que por mi estado me descartaban para cualquier puesto”. Entonces decidió plantarse

“Me considero una escritora frustrada, y veía de que con las nuevas tecnologías los niños se estaban apartando cada vez más de la lectura. Me daba muchísima pena, porque yo he pasado momentos maravillosos entre libros”. Comenzó a darle vueltas a la idea de construir cuentos donde los menores fuesen los protagonistas. “¿Qué niño se iba a resistir?”. A esta publicista le bastó con hacer una pequeña maqueta y probarla con su sobrina de cuatro años para pensar que podría funcionar un negocio de cuentos personalizados. En año y medio ha vendido más de 50.000 y su empresa Mumablue, alojada en el Campus Google de Madrid (donde sólo hay siete startups) sigue creciendo.

La idea era que cada niño fuese el eje central de una historia que transmitiese valores. Pero el camino al éxito es muy esquivo y llegaron los primeros tropiezos. “Primero monté un pequeño estudio fotográfico, tenía mi cámara y un croma [técnica por la que se sustituye un fondo plano por cualquier imagen]”. Sus cuentos fotográficos personalizados ambientaban a los niños dentro de un escenario hiperrealista, «pero las familias tenían que desplazarse al estudio y someterse a tediosas sesiones con sus críos”. Acababa agotada. “Además me daba cuenta de que los niños tienen cientos de fotografías, se aburren viéndose a sí mismos”. Por el contrario, su reacción era mucho más interesante cuando se contemplaban convertidos en dibujos.

El avatar

En el año 2013 se puso a trabajar en una plataforma para definir las características físicas de un pequeño. Color y forma de ojos, tono de piel, tipos de cabello, gafas, pecas, audífonos… logró construir una base donde cada personaje puede combinarse de 300.000 formas posibles. “En el mercado había cuentos personalizados, pero eran muy básicos, algunos se limitaban a pegar la fotografía del niño”. Paralelamente, las historias fueron fluyendo en su cabeza: “Ya no era el osito o el perrito el que resolvía el conflicto, era el niño. Pensé que era más efectivo para abordar temas como la autoestima o el acoso escolar”. Su marido, sus amigos, colegas psiquiatras y psicólogos infantiles le ayudaron a perfilar cada historia. “El ilustrador era el único que cobraba al principio y no sabíamos si iba a funcionar”.

Una publicista todoterreno

  • Perfil. Publicista, con base de dibujo artístico. Máster en animación.
  • Facturación. Mumablue supera el millón y medio de euros.
  • Productos. Libros personalizados con las características físicas de los menores disponibles en seis versiones. Cada una remite a una serie de valores o aporta herramientas para afrontar casos como el ‘bullyng’ o los miedos nocturnos

Mumablue fue concebida en 2013, cuando Cristina tenía 31 años. Cruzó los dedos en septiembre de 2015, cuando lanzó la plataforma. El primer día vendieron un libro. “Ese libro trajo a otros dos, esos dos a otros cuatro… Empezamos en España porque era el mercado que conocíamos. Pensábamos: si lo conseguimos aquí podemos tener éxito en cualquier sitio”, sonríe. Después vinieron Francia, Alemania, Reino Unido y, desde hace poco, Estados Unidos y varios países de Latinoamérica. Cada volumen cuesta 29,9 euros y puede solicitarse en siete idiomas. “Conseguimos que los chavales se vean identificados. Al final de cada ejemplar los padres pueden escribir una dedicatoria personalizada con su foto real”.

En un mercado donde hay cuentos por cinco euros y apenas se le da valor a la lectura, conseguir buenas ofertas fue uno de sus caballos de batalla. “Si llevas a encuadernar una tesis te pueden cobrar 40 euros. Las imprentas están muy acostumbradas a trabajar con tiradas grandes de ejemplares idénticos. Pero cada uno de nuestros libros es distinto”. Encuadernación artesanal en tapa dura, cosido a hilo con cinco puntadas, troquel… “Es una locura. Nadie quería trabajar con nosotros”. De nuevo, sacó provecho de una mala circunstancia. Pactó la producción con una imprenta de Madrid al borde de la quiebra. “Aceptaron porque no tenían muchas opciones, ahora su negocio ha reflotado”.

El segundo campo de batalla fue formar equipo, encontrar personas cualificadas que, además, no rompiesen la armonía del proyecto. “Nos llevamos muy bien, y eso que hay gente de todas edades”. Como cualquier emprendedora, Cristina se convirtió en mujer-orquesta, aunque echando la vista atrás no lo ve tan complicado. “Las cuentas, las contrataciones, la negociación con proveedores… al principio no controlas de estos temas, pero al final acaban saliendo si le dedicas un poco de tiempo cada día”. ¿Recibió ayudas? “no existen, yo no las veo”.

En el Campus Google, donde se aloja la empresa, jóvenes armados con un café y un portátil se concentran en la planta baja pese a que Cyndi Lauper suena con su Girls Just Want To Have Fun de forma atronadora. “Esta iniciativa tiene que ver con la idea de Larry Page [uno de los fundadores] de crear un ecosistema que facilite que pasen cosas. Ayuda a startups que tienen posibilidad de triunfar”. El proceso de selección fue duro, pero ahora está satisfecha del resultado: “Cada libro acerca a los menores el interés por ciencia el respeto entre culturas el compañerismo…”. Desde su móvil muestra el último mensaje que ha recibido de una clienta: “Mi hijo ya no tiene miedo por las noches desde que leyó el cuento”. Cristina Rodríguez tampoco parece que tenga miedo al futuro de su proyecto. “¿Si me pueden copiar? Buff, es como todo, siempre se corren riesgos, pero plagiar es un delito. De todas formas tenemos historias originales y calidad gráfica”. Otro de sus desvelos al inicio es si iba a ser capaz de crecer para mantener al equipo, algo que parece superado. “Tenemos beneficios, pero todavía estamos pagando deudas”. Su próximo proyecto: vender peluches con tarjeta regalo y no pensar en el cuento de la lechera. “Soy bastante realista, me baso en números. No me sirve de nada pensar en lo que voy a vender, sino en lo que vendo ahora. Si las estimaciones se superan… fenomenal”.

Fuente: El País