Aunque ahora un fabricante español puede presumir de haberse adelantado, Volvo lleva al menos cuatro años coqueteando con la idea de los coches sin llave. Turismos que se abren y se arrancan exclusivamente con el móvil, que se controlan a distancia con un dedo.

Los automovilistas de hoy desconfían de los coches de mañana. Probablemente por miedo a perder el dominio de la situación. A ser degradados de conductores a pasajeros. Pero la solución, según parece, solo la puede aportar la tecnología: cuando la inteligencia artificial comprenda de verdad las laberínticas emociones humanas, las personas se fiarán completamente de las máquinas. 

Por eso la evolución tiende hacia los coches que empatizan con el propietario, que cambian la música, la iluminación y el ambientador según el estado de ánimo de este. Hasta que eso llegue, las marcas se afanan en conseguir que el coche sepa poner la calefacción cuando se le pide en voz alta, y que no entienda avenida del Ebro en lugar de avenida del Euro. Esa es la promesa de los nuevos sistemas de interacción natural: poder hablarle al coche.

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Comunicación con el coche

En realidad BMW propone algo todavía más complejo, un sistema en el que intervienen voces, miradas y gestos. Si el conductor está hablando con el copiloto, podrá manejar el menú de su coche con un breve gesto y una mirada; si no quiere apartar los ojos de la carretera ni un instante, preferirá los comandos de voz y tal vez combinarlos con el movimiento de las manos.

“Los clientes deberían poder comunicarse de una forma totalmente natural con su vehículo inteligente y conectado”, sostiene el vicepresidente senior de BMW Group Electronics, Christoph Grote. Y los conductores lo necesitan cada vez más: un estudio de la Northwestern University (Illinois, EE UU) confirma que los usuarios de coches autónomos confían mucho más en estos cuando los vehículos son en cierto modo humanos y poseen nombre, género y voz. “La gente no debería tener que pensar qué estrategia operativa ha de emplear para conseguir lo que quiere”, añade Grote.

Los coches conectados deberán entender e interactuar con nuestro entorno.

BMW aspira a estrenar esta tecnología en 2021 en el futurista iNext. Desde el habitáculo inteligente de este modelo, los pasajeros podrán incluso interactuar con el entorno. Señalar con el dedo y preguntar: “¿Qué hay en ese edificio? ¿Cuánto tiempo está abierto ese negocio? ¿Cómo se llama este restaurante? ¿Puedo estacionar aquí?”. Con el avance de la conectividad, el conductor podrá reservar una plaza de aparcamiento, ver cuánto cuesta y pagarla. El internet de las cosas será un pasajero más.

En el sistema de la marca alemana, la cámara de gestos utiliza una señal de luz infrarroja que captura los movimientos de las manos y los dedos en tres dimensiones, y al mismo tiempo registra la dirección de la cabeza y de los ojos. El resto lo hacen el decodificador de las instrucciones de voz y la inteligencia artificial, que optimiza la interpretación de los datos constantemente. Aprendizaje automático para que la relación máquina-persona sea lo más fluida posible.

El otro gran exponente de la naturalidad como argumento es el de Mercedes- Benz y su sistema multimedia Mercedes-Benz User Experience (MBUX), estrenado durante el último año en varios de sus modelos. Bastan dos palabras (“Hey, Mercedes”) para entender lo que sus creadores pretenden: cercanía, entendimiento, casi campechanía. Es el comando básico con el que el conductor puede entablar algo parecido a una conversación.

Del resto se encarga el sistema Linguatronic, capaz (y no solo en teoría) de reconocer una dicción natural, entender incluso una pronunciación extranjera y descifrar el lenguaje indirecto. Si alguien dice “tengo frío”, el coche capta el mensaje y sube la calefacción. Ese es el camino: lo siguiente será, probablemente, que la máquina arrope al conductor.

Fuente: El País