Las movilizaciones de jubilados de las últimas semanas han reabierto el debate sobre las pensiones. Prueba de lo que interesa el futuro de estas prestaciones —y preocupa, tal y como revela el último sondeo del CIS— son las reacciones de los lectores a algunas de las informaciones publicadas sobre el tema. Aunque mi propósito es abordar las quejas más recientes, no quiero dejar de mencionar las que me enviaron varios lectores, como Vicente Martín y Rogelio López Rodríguez, sorprendidos al no ver reflejadas en la portada del diario del 23 de febrero las manifestaciones del día anterior. Quejas que no pude recoger en mi artículo quincenal, ya cerrado.

Muchos de ustedes leerían la columna del exdirector de este diario, y colaborador habitual de la sección de Economía, Joaquín Estefanía, del pasado lunes. Titulada Pensiones, pensionistas e impuestos, Estefanía reproducía en ella el monólogo de un pensionista anónimo (“de los que se manifestaron la semana pasada por la madrileña Puerta del Sol”, especificaba a pie de página), que denunciaba el hecho de que las pensiones estén gravadas con el IRPF, cuando, “se fueron generando durante toda la vida laboral y con el cobro de los salarios ya fueron sometidas al IRPF”. Lo que venía a ser, decía, una “doble imposición”.

Un lector, Fernando Gutiérrez Gómez, me ha escrito “escandalizado” tras leer el artículo que califica de “muy extraño”, en el que ha creído ver reproducido “el bulo” que lleva circulando en las redes sociales más de un año, “sobre la supuesta doble imposición de las pensiones”. El señor Gutiérrez publicó en la web un comentario en el que decía: “Las cotizaciones a la Seguridad Social o a entidades similares son rendimientos que se deben restar al ingreso bruto antes de calcular el rendimiento neto por el que se calcula el importe del impuesto. Por ello, se les aplica el IRPF cuando, finalmente, percibimos su importe cuando nos jubilamos”. Posteriormente me escribió para rogarme que solicitara una explicación al autor “sobre el porqué de este texto” entrecomillado.

Es lo que he hecho, y esta es la respuesta que he recibido de Joaquín Estefanía: “No había nada extraño en que el texto fuese entrecomillado ya que se trataba de las palabras de un pensionista, como se explicaba en las dos últimas líneas del artículo. Era su opinión, no la mía. Me interesó esa opinión —errada o no, como todas las opiniones— porque era la de una persona formada que cree que la solución a las protestas de los pensionistas no es subir sus jubilaciones en relación con el IPC sino cambiar su carga fiscal. Ese fue el porqué del artículo. Lamento el escándalo del lector”.

El interés por las pensiones se ha dejado sentir en los mensajes recibidos

Las columnas son piezas de autor, y cuando el autor da voz en ellas a otras personas, a menos que contradiga o refute expresamente sus argumentos, hay que considerar que asume como propia esa voz. Máxime cuando, como en este caso, la voz es anónima.

El suplemento Negocios del pasado domingo dedicó también a los mayores de 65 años un amplio reportaje titulado Los ‘viejenials’ toman la calle. Pero ese término inventado les ha parecido “irrespetuoso” e incluso “vergonzoso” a varios lectores. Uno de ellos, Joaquín Solana Oliver, plantea una objeción diferente. En su carta, opina respecto al titular que “es mejorable y podría ser también igualmente llamativo. Los milenials reciben el nombre por el cambio de milenio no por calificativos asociados a la edad (…) No es una queja, es una petición de avanzar en madurez en un mundo cuya esperanza de vida tiende a los 100 años”.

María Fernández, la redactora de Negocios que firma el reportaje, explica: “El viejenials que se utiliza en el artículo es un guiño a una declaración literal que hace una de las fuentes del mismo. En cualquier caso, en ningún momento pretende tener una connotación ofensiva (viejo, según la primera acepción de la RAE, significa: ‘Dicho de un ser vivo: de edad avanzada’). Creo que nos equivocaríamos si no pudiésemos utilizar palabras que definen estados asociados a la edad —en este caso, para describir la realidad de un grupo de consumidores— que son perfectamente válidas”.

Es obvio que el titular no pretendía ofender sino llamar la atención de los lectores, aunque quizás era demasiado atrevido.

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Fuente: El País