Un pequeño grupo de manifestantes se pasea por los callejones vegetales del madrileño Jardín Botánico. Son niños y niñas ataviados con camisetas pintarrajeadas de soles, árboles, plantas, satélites. Exclaman: «Estamos a tiempo, ¡manifestación! Reciclar es salvar, reciclar es salvar». La comitiva, alumnos del colegio Nuestra Señora de la Concepción de Navalcarnero (Madrid), es la voz audible de 200.000 escolares que se han plantado ante los males del planeta. Lo han hecho explayándose por escrito: entre todos han compuesto el manifiesto Somos la Raíz, un documento que recoge 64 demandas medioambientales que caben en una: que los adultos les dejen la casa limpia.

«El Ministerio ha pedido la voz de la sociedad y esta es la de los niños», afirma Rodrigo de Salas, director de responsabilidad social corporativa de Leroy Merlín, empresa impulsora del manifiesto junto a organizaciones como WWF, Ecoembes o Fundación Global Nature. El proyecto nació hace dos años, cuando esta compañía inició una campaña por colegios de toda España para impartir talleres de formación ambiental. «Cuando íbamos a los centros nos decían cosas como ‘es que no los mayores no cuidan las cosas’, o ‘no les importan como a nosotros'», prosigue De Salas. «Y habilitamos un portal con un cuestionario para los alumnos compartieran los problemas que veían en su entorno».

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La última vez que De Salas miró este buzón había más de 800 correos que aglutinaban los deseos de los 200.000 niños. Decidieron entonces sintetizarlos en un manifiesto y agrupados en siete categorías: Bosques, Mares, Cambio Climático, Consumo, Ciudades, Energía y Agua. «El objetivo ahora es presentarlo ante el Ministerio de Medio Ambiente y darle difusión», adelanta De Salas. «La plataforma ha creado una petición en change.org y está impulsando distintas acciones (retos, cadenas de favores) en las redes sociales». En esencia, el papel está alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, unas metas ambientales, económicas y sociales que España y los países miembro de las Naciones Unidas han de abordar para definir un plan de acción de aquí a 2030. Repasamos algunas de sus peticiones que quizá no se te habían pasado por la cabeza.

BOSQUES. Plantar dos árboles por cada uno que se tale. Plantar al menos un árbol por cada niño o niña y ver cómo crece con los años.

Más árboles. ¿Por qué? Porque, a grandes rasgos, reducen la temperatura urbana, absorben CO2 y proporcionan cobijo a miles de especies. Y porque mejoran la salud física y mental de los que pasean bajo su sombra. En España, según estima la FAO, la superficie verde aumentó un 33% entre 1990 y 2015. Pero en la balanza global el planeta pierde: desaparecieron unos 130 millones de hectáreas, un 3% del total boscoso. El plantar un árbol por cada niño o niña podría ser el siguiente paso a lo que se hizo a finales de los noventa en la Comunidad de Madrid: cada ejemplar recibió el nombre de un recién nacido.

MARES. Informar a la sociedad de las consecuencias de verter aceites por el fregadero o de tirar residuos por el WC.

No más freir unas patatas y tirar el aceite por el desagüe. Según el Ministerio de Medio Ambiente, hoy ventilamos de esta fea manera dos de cada tres litros de aceite usado y tan solo uno basta para contaminar 10.000 de agua. Esta práctica, además, dificulta el trabajo de plantas depuradoras y erosiona las redes de alcantarillado. Lo adecuado es llevarlo a un punto limpio para su posterior reciclado: de él pueden salir jabones, velas, combustibles vegetales y productos para el barnizado de muebles, entre otros. Igual ocurre con bastoncillos, botes y plásticos: tirarlos por el inodoro alimenta a diversos monstruos subterráneos, como por ejemplo la “enorme bola de grasa” que bloqueó el pasado septiembre un tramo del sistema colector de Londres (Inglaterra).

CAMBIO CLIMÁTICO. Que todos los países se unan para cuidar del medioambiente.

Lo más cercano a un concilio mundial por la salud del planeta es el Acuerdo de París para el Cambio Climático, un pacto internacional que insta a los 197 gobiernos signatarios a anunciar un porcentaje de emisiones a reducir en un tiempo determinado. Firmado a finales de 2015 en la capital francesa, solo tuvieron que pasar dos años para la primera convulsión: Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, sacó a su nación –la que más ensucia la atmósfera junto a China– del convenio. Pese a ello el acuerdo sigue su curso: hace escasos días, un estudio de la London School of Economics concluyó que todos sus integrantes ya tienen al menos una política anti cambio climático definida.

Presentación del manifiesto Somos la Raíz.ampliar foto Presentación del manifiesto Somos la Raíz.

CONSUMO. Utilizar los teléfonos móviles hasta que sean inservibles y no cambiarlos por capricho.

El iPhone 8 campea hoy en los anuncios de la tele. Compungidos, los poseedores del 7 se preguntan si ya, tan pronto, se han quedado atrás. La obsolescencia programada es eso: no solo que los aparatos duren menos, si no que sus actualizaciones se sucedan a una velocidad inasequible al bolsillo y a la tierra, que lidia con cada vez más basura electrónica. En España, estas prácticas suponen una media de 600 euros de multas al año, en datos de FACUA, que advierte que la normativa nacional, a diferencia de países como Francia –donde las sanciones pueden ascender a los 300.000 euros e incluir penas de prisión– es aún muy laxa. La Comisión Europea estudia medidas para 2020 que obligarían a los fabricantes a informar de la vida útil exacta de sus productos. Aguanta con tu móvil si aún sigue vivo. Y si se estropea, repáralo: iniciativas como Alargascencia listan más de 1.000 comercios que ofrecen este servicio para casi cualquier artículo.

CIUDADES. Que el carril bici sea siempre seguro. Ir a los sitios en patinete, patines, bicicleta…

En 2017, la capital marcó el récord de usos de BiciMAD, su sistema público de alquiler de bicicletas. Madrid registró 12.389 usos diarios, un 19% más que el año anterior, tal como contabiliza la EMT. Sus homólogos en Barcelona (+14% en 2016), Sevilla o San Sebastián también van al alza, y el Barómetro de la bicicleta estima que una cuarta parte de los españoles utilizó las dos ruedas para sus desplazamientos cotidianos. Para que este modo de transporte siga acelerando, sostiene Iván Villarrubia, reponsable de En Bici Por Madrid, falta incidir en la educación viaria y perder algunos miedos: «La gente cree que estorbar a alguien con coche es un delito, e intentan correr mucho o echarse a un lado. Es un error, hay que ocupar todo el carril y circular a una velocidad que seamos capaces de controlar».

ENERGÍA. Un día sin suministro de energía para aprender a valorarla.

No un día, pero sí sesenta minutos: la Hora del Planeta es un apagón símbolico mundial que este año, en España, siguieron más de 5.000 personas, 500 ciudades y 200 empresas y 200 instituciones públicas y privadas. El objetivo: que cada uno piense qué puede hacer por atenuar el cambio climático. En el capítulo de la energía, según los expertos, hay dos cosas básicas que sirven para optimizar el gasto. Una, contratar una potencia adecuada, algo que supone un pago extra a las eléctricas de 7.000 millones de euros al año, según la Asociación Nacional de Ahorro y Eficiencia. Dos, adecuar nuestros consumos pico a las horas de tarifa más barata. Y un extra: «En mi casa mis padres siempre ponen la calefacción y abren la ventana. Eso no es ahorrar calefacción», dicen los alumnos.

AGUA. Lavarnos los dientes y las manos con el grifo cerrado.

Una ducha: entre 35 y 70 litros. Un baño: puede llegar a los 200. Abrimos el grifo y el agua brota con seguridad. Por ello, en la mayoría de baños y cocinas se malgasta como si fuera un bien infinito. Pero en el mundo, apunta la OMS, tres de cada diez personas carecen de suministro potable en sus hogares. Y en España, agricultores y trabajadores del campo se las ven y se las desean para sortear las sequías y regar sus cultivos. Se pueden hacer muchas cosas, pero hay tres innegociables: dúchate más y báñate menos; llena la lavadora cada vez que la pongas y, como dicen los jóvene firmantes del manifiesto, no te dejes nunca el grifo abierto.

Fuente: El País