Las sociedades modernas viven una pandemia de aislamiento. Más gente que nunca vive sola y envejece sola. Las políticas neoliberales han sido brasas sobre el fuego. Los trabajos son cada vez más precarios y, cuando el empleo desaparece es más fácil quedarse aislado. Una inercia que adquiere velocidad con el declive de las asociaciones civiles, las agrupaciones de vecinos o los sindicatos. “El sistema capitalista promueve las actitudes individualistas, lo que prende la hostilidad entre las personas. Una sociedad más moderna y sociable sería aquella que fomenta las relaciones cooperativas en vez de las competitivas como fuerza de progreso”, reflexiona Carlos Martín, director del Gabinete Económico de Comisiones Obreras.

Porque el precio que hay que pagar a Caronte resulta muy alto. Primero cuesta la salud. La soledad tiene el mismo efecto que fumar 15 cigarrillos al día y aumenta, según la Universidad de Stanford, un 31% el riesgo de morir. Es el detonante de enfermedades como la hipertensión, la demencia, los ataques cardiacos o la depresión. Después llega el pago de la moneda de plata. La New Economics Foundation estima que el coste en Reino Unido del aislamiento de las personas en edad laboral es de 2.500 millones de libras (2.800 millones de euros) al año. A largo plazo, prevé la London School of Economics (LSE), los mayores de 55 años con soledad crónica costarán 6.000 libras anuales por persona a los servicios de salud y a las instituciones locales. La pandemia recorre los meridianos del planeta y urgen las respuestas. “En algunas sociedades, y cada vez más en Reino Unido, la conexión entre los adultos mayores y los jóvenes resulta menos intensa”, advierte David McDaid, profesor de la LSE. Y añade: “Lo más importante es el contacto. La habilidad de tener una conversación enriquecedora regularmente con otras personas”.

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La primera ministra británica, Theresa May, incluía a comienzos de año dentro del Ministerio de Deportes y Sociedad Civil un gabinete dedicado a la soledad. Tiene un presupuesto de 20 millones de libras para afrontar un problema que acorrala a 1,3 millones de adultos británicos. La consultora Forrester Research ha estudiado esta sombra. Se ha fijado en “los menos aptos para el futuro”. Son quienes contribuyen en menor medida al trabajo y expresan mayores sentimientos negativos hacia sus compañeros. Viven en los arrabales del aislamiento. “El 50% de la población es la mitad de productiva de lo que podría serlo si fuera ‘apta para el futuro’. Si tomamos esta medida literalmente, vemos que se pierde el 25% de toda la productividad porque esa mitad no alcanza su potencial”, observa James McQuivey, analista de la firma.

Impacto sobre la salud

Sin embargo, a pesar de que es difícil trazar la econometría del desamparo, la Universidad de Stanford y la AARP, el poderoso lobby que reúne a los estadounidenses de más edad, han seguido su pista. De los 30 millones de mayores incluidos en el Medicare (el seguro público sanitario de EE UU), unos 4 millones están socialmente aislados. “Estas personas son propensas a tener peor salud. Sufren hipertensión, síntomas precoces de demencia, mayor riesgo de enfermedades del corazón, gripe. Esto supone al Medicare unos gastos sanitarios extra de al menos 6.700 millones de dólares anuales”, calcula Lisa Marsh, presidenta de la fundación AARP.

El problema es un escalofrío. “La soledad nos está matando”, afirmó con angustia el senador republicano Ben Sasse. Ha cerrado los ojos y ha visto pasar miles de túmulos de tierra. Corresponden a los 45.000 estadounidenses que este año se suicidarán y a los 70.000 que morirán por sobredosis de drogas. Este dolor se ensaña con las personas con menos recursos. La brecha del aislamiento — sostiene un trabajo de septiembre de la AARP— es 13 puntos superior en quienes ganan menos de 40.000 dólares al año frente a los que ingresan más de esa cantidad. El desafío surge inmenso porque detrás del álgebra hay vidas reales. “Para paliar la pobreza que produce la soledad deberíamos actuar en el entorno personal (familia, amigos, vecinos) de quienes se sienten solos y a la vez reducir el coste de sus gastos básicos como la alimentación o el mantenimiento de la vivienda”, recomienda Paco Abad, fundador de la consultora Empresa & Sociedad.

La envejecida sociedad japonesa se ha convertido, según la OCDE, en el país más solitario del mundo. Hace unos meses, un semanario nipón titulaba en su portada: “4.000 muertes en soledad a la semana”. Es el retrato de una alarma nacional y también la consecuencia de un viaje que el país empezó en los años sesenta. La obsesión por el crecimiento y, más tarde, una dolorosa estanflación que afectó, sobre todo, a la generación anterior ha deshilvanado familias y comunidades. Y ahora se ven atrapados en una encrucijada demográfica. Vivirán más tiempo, pero nacen pocos niños. La soledad extrema de los ancianos resulta tan habitual que a su alrededor ha crecido una nueva industria que se dedica a limpiar los apartamentos donde son encontrados sus restos en descomposición. “Es tremendo porque la forma en la que mueres dice mucho de cómo has vivido”, defiende Laura Ferrándiz, una octogenaria que vive sola en el centro de Madrid. La fotografía es dura pero real. “Las consecuencias sociales del aislamiento son enormes. Necesitamos cambiar la forma en la que interconectamos entre nosotros y centrarnos en construir comunidad. Necesitamos conectar”, alerta Marissa King, profesora en la escuela de negocios de la Universidad de Yale. “Por cada dólar gastado en prevenir la soledad se podrían ahorrar tres”, estima.

Esas cifras que cuentan para EE UU no existen en España. Falta un trabajo como el de la New Economics Foundation que revele la factura de la soledad. Sin embargo, el aislamiento deja sus huellas. “Los grupos más afectados son los mayores, las personas sin hogar, quienes están en situación de pobreza, los parados y los inmigrantes”, desgrana Juan Carlos Alcaide, profesor de Esic. “Además, cada vez hay más gente que vive sola. Un 25,4% de los hogares en España está formado por un único individuo”. Hablamos de 4,7 millones de personas. Crece el desarraigo y Caronte se cobra su tributo en la salud. El coste de las enfermedades mentales, según OCDE, supone el 4,2% de la riqueza del país. Más de 48.000 millones de euros. Esta cifra tan alta sería inimaginable sin la alargada sombra de la soledad.

Un nuevo tipo de consumidor

En la radiografía del consumo en España se revela el silencio. Un 25% de los hogares tiene un único miembro. Representan el 16% del gasto total que los españoles dedican a llenar la despensa con productos de gran consumo. Y cada año destinan más dinero. Fue el tipo de hogar donde más creció (un 5,9%) el año pasado el desembolso en esta clase de artículos. Pero ¿qué imagen revelan los rayos X? “Compran tres veces por semana y prefieren lugares cercanos, tiendas de surtidos cortos y especialistas”, relata Carmen Ana Lorenzo, experta del Panel de Consumidores de la consultora Nielsen. Son personas que se reflejan mucho en el espejo. “Estos hogares se preocupan más por ellos (tratamiento facial, maquillaje, cuidados corporales) y por sus mascotas, e incluso hay mayor espacio para los caprichos (chocolates, frutos secos, dulces de Navidad)”, sostiene Lorenzo. Un consumidor que escucha sus propios ecos.

Fuente: El País