En mayo del año pasado, las góndolas de lácteos de los supermercados argentinos no tenían su aspecto habitual. Habían desaparecido los productos con el logo azul y blanco de la histórica marca Sancor. Los faltantes, que duraron varias semanas, se debieron a que la empresa cooperativa, líder de la industria lechera local junto con La Serenísima, estaba tocando el fondo de una larga crisis y había paralizado todas sus plantas. La medida puso en evidencia la gravedad de su ahogo financiero, a la vez que marcó el inicio de una etapa de reestructuración por la que se aboca en estos días a una alianza con la neozelandesa Fonterra, una de las mayores industrializadoras de leche del mundo.

Sancor nació en 1938 como una asociación de cooperativas de productores de leche de una zona limítrofe entre las provincias de Santa Fe y Córdoba (centro-este), las más importantes de la cuenca lechera de Argentina. La empresa, con sede en la localidad santafesina de Sunchales, ha sido históricamente la mayor exportadora de lácteos del país y el tradicional rival de La Serenísima, el gran operador del mercado nacional. Las crisis fueron recurrentes a lo largo de casi dos décadas. El ciclo puede remontarse al colapso económico del país de 2001, que dejó a la empresa con un alto endeudamiento en dólares, y más tarde incluyó episodios como un rescate financiero del Gobierno de Venezuela en 2006 y un fuerte intervencionismo en los precios al consumidor de muchos de sus productos durante los gobiernos kirchneristas (2003-2015).

Pero en 2016, los crecientes problemas financieros que acarreaba la empresa se combinaron con una caída histórica de la cotización internacional de la leche en polvo, el producto de referencia, y la combinación resultó fatal. Aunque en la cooperativa no lo confirman, en el mercado se descuenta que la compañía de Nueva Zelanda está muy cerca de convertirse en el accionista mayoritario, lo que marca un cambio de época para una empresa a punto de cumplir 80 años.

Tan emblemática es Sancor dentro de la industria de alimentos de Argentina, que el presidente del país, Mauricio Macri, hizo su propio diagnóstico de la situación de la cooperativa, que en el pico de la crisis acumulaba cuatro ejercicios de pérdidas, con un saldo en rojo de 2.421 millones de pesos (unos 96 millones de euros) a mediados de 2016, el último resultado que hizo público. En un discurso en Santa Fe hace casi un año, el mandatario no solo criticó la «mala política láctea» del gobierno anterior, de la que destacó un sistema por el que el Estado capturaba buena parte de la rentabilidad de las exportaciones cuando los precios internacionales superaban un determinado nivel. Mencionó también un «enorme caos interno con serios problemas de gestión» y un «pésimo convenio laboral, con un Estado que no actuó con equilibrio en las negociaciones», en referencia a unas exigencias sindicales ampliamente cuestionadas en el sector.

Mercado. La cuota de mercado de la cooperativa alcanza un 27,2% en mantequilla, 43% en quesos rallados, 21% en leches UAT, 20% en quesos procesados y 22% en quesos untables y dulce de leche, según datos de la empresa de 2017. Exporta sus productos a más de 30 países y cuenta con filiales en Brasil y Estados Unidos.

Capacidad. Aunque puede procesar 4,2 millones de litros diarios, en 2016 la leche que compró a sus proveedores estuvo por debajo del millón, lo que la dejó en un deslucido sexto lugar en la industria, según el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina.

Estructura. En plena reestructuración, la empresa opera ocho de las 12 plantas que tenía al inicio de la crisis y el número de empleados cayó de 5.100 a fines de 2016 a unos 3.200 el mes pasado.

En los resultados publicados a mediados de 2016, la empresa atribuyó el mal desempeño económico del ejercicio a otros factores. Además de los bajos precios internacionales de la leche y la «evolución inflacionista» del periodo, en la cooperativa destacaron los problemas climáticos. Una extensa área de las zonas productivas del país sufrió inundaciones que golpearon duramente a los tambos (o granjas lecheras) y perjudicaron a toda la cadena. Recordaron, asimismo, la demora de los pagos de su principal cliente externo, Venezuela, sumido en una grave crisis económica (el Gobierno de Hugo Chávez había dado una ayuda financiera a la empresa a cambio de lácteos y de asistencia técnica para el desarrollo de su industria, lo que impulsó los vínculos comerciales). Por último, el balance menciona un «hecho desafortunado de magnitud»: por si algo faltaba, en abril de 2016 se produjo una explosión en una planta deshidratadora de Sunchales que dejó paralizada las instalaciones durante un tiempo.

Seis años cuesta abajo

Para una empresa sana hubiera sido un año muy difícil, pero para Sancor, que tuvo pérdidas en seis de los últimos diez ejercicios, fue el empujón que le faltaba para derrumbarse. El pico de la crisis fue hace casi un año, cuando paralizó sus 12 plantas, dejó de distribuir sus productos y aplazó los pagos a sus proveedores. Con pueblos enteros que dependen de su actividad, sobre todo en Córdoba y Santa Fe, la paralización de la cooperativa se convirtió en un problema político.

En los meses que siguieron, con inyecciones de dinero estatal mediante, la empresa inició una etapa de saneamiento que incluyó la venta de varios activos importantes (la española Alaisa se quedó con una planta de la localidad cordobesa de Brinkman), un acuerdo con sus acreedores con una quita en los montantes adeudados y una reducción de su dotación de empleados, que pasaron de 5.100 a finales de 2016 a unos 3.200 a fines del mes pasado, según fuentes de la industria. Con el descalabro de Sancor como telón de fondo, en octubre pasado las patronales del sector firmaron un acuerdo con el sindicato para mejorar la productividad, que habilita la multifuncionalidad de tareas de los empleados y la posibilidad de contratar colaboradores por tiempos parciales.

Según el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina, las empresas del país producen una media de 800 litros por empleado por día, mientras que en Europa la media es de 2.000 y en Oceanía, de 3.500. Aunque puede atribuirse en parte a un retraso tecnológico, ligado a las mayores dificultades de acceso al crédito en el país, en los distintos eslabones de la cadena láctea es extendida la visión de que la situación laboral de Sancor era un ancla para ese ratio de productividad.

Fuente: El País