Unos días después de que el presidente Trump jurase el cargo, Benjamin Wittes, director del influyente blog Lawfare, publicaba un sucinto resumen del nuevo Gobierno: «Malevolencia atemperada por la incompetencia«. Un año después, eso parece más cierto que nunca. De hecho, esta ha sido una gran semana para la malevolencia. Pero la columna de hoy se centrará en la incompetencia, lo peor de la cual apenas empezamos a vislumbrar.
Arranquemos con unos cuantos casos recientes.
En su discurso sobre el estado de la Unión, Trump dedicó parte de una frase al desastre en Puerto Rico, golpeado por el huracán María. «Estamos con vosotros, os queremos», declaró. Pero los residentes de la isla, casi un tercio de los cuales siguen sin luz cuatro meses después del temporal, no sienten ese amor, sobre todo porque el mismo día en que Trump pronunciaba esas palabras, los responsables de la Agencia para la Gestión de Emergencias (FEMA, en inglés) habían declarado en la radio pública estadounidense que el organismo iba a poner fin a su trabajo en la isla. La FEMA afirmaba más tarde que había sido un error de comunicación. Pero como mínimo indica una falta total de atención.
Ah, y para que conste, no creo que Trump, que dedicó buena parte de su discurso a culpar a las personas de tez morena de una oleada de delitos inexistente, quiera a los puertorriqueños. Trump declaró también, como ha hecho en el pasado, que está «decidido» a tomar medidas contra la epidemia de consumo de opiáceos. Pero lleva un año en el cargo y no ha hecho básicamente nada. Lo que sí ha hecho, sin embargo, es nombrar a un excolaborador de campaña de 24 años, sin experiencia relevante antes de entrar en el Gobierno —y que parece haber mentido en su currículo— para un alto cargo en la Oficina de la Política para el Control de Drogas, que es la que debería estar coordinando el programa (si existiese).
Por otra parte, la directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) nombrada por Trump dimitía después de que Politico informase de que había comprado acciones de la industria tabaquera después de jurar el cargo. Fue poco ético, y también una enorme estupidez. Y el CDC no es un organismo marginal: es tan crucial para proteger la vida de los estadounidenses como, pongamos por caso, el Departamento de Seguridad Interior.
El problema es que no son ejemplos aislados. Un número considerable de los dirigentes nombrados por Trump se han visto obligados a dimitir por falsificación de credenciales, prácticas poco éticas o comentarios racistas. Y pueden estar seguros de que otros muchos han hecho cosas similares, pero todavía no los han descubierto. ¿Por qué contrata este Gobierno a gente así? Sin duda refleja tanto la oferta como la demanda: las personas competentes no quieren trabajar para Trump, y de todas formas, él y su círculo próximo tampoco las quieren.
A estas alturas, todo el mundo tiene claro que el Gobierno de Trump es un cementerio de reputaciones: todos los que entran salen manchados y mermados. Solo los tontos o los que no tienen ninguna reputación que perder quieren siquiera los cargos que les ofrecen. Trump, que valora más la lealtad personal que la profesionalidad, desconfía de cualquiera cuyas credenciales pudieran dar alguna impresión de independencia.
¿Pero qué problema hay? Al fin y al cabo, la Bolsa está subiendo y la economía crece de manera constante. ¿Importa algo la competencia? La respuesta es que EE UU es un país grande y con muchos puntos fuertes, capaz de avanzar por inercia durante mucho tiempo aunque ninguno de sus dirigentes sepa lo que hace. Antes o después, sin embargo, sucede algo, y es entonces cuando la incompetencia se convierte en un gran problema, como ya ha ocurrido en Puerto Rico. ¿Qué tipo de cosas pueden suceder? Los supuestos más temibles tienen que ver con la seguridad nacional. Pero tampoco podemos contar con que la economía vaya viento en popa. ¿Y quién gestionará la turbulencia económica si se produce? Después de todo, en la actualidad tenemos al que quizá sea el secretario del Tesoro menos impresionante de la historia estadounidense.
Las cosas están un poco mejor en la Reserva Federal, donde nadie parece tener nada malo que decir de Jerome Powell. Por otra parte, ¿por qué no siguió Trump las normas habituales y nombró a Janet Yellen, que ha hecho un trabajo fantástico, para un segundo mandato? Una posible respuesta es que Trump es un tradicionalista, y pocas cosas hay más tradicionales que cesar a una mujer muy cualificada a favor de un hombre menos cualificado. Pero también sospecho que la talla independiente de Yellen le resultaba amenazadora. Y los nombramientos de otros cargos inferiores de la Fed empiezan a ser causa de preocupación. La semana pasada, los senadores presentes en la sesión de confirmación interrogaron al economista Marvin Goodfriend, a quien Trump ha nombrado candidato para la Junta de Gobernadores de la Reserva. Los demócratas señalaron que Goodfriend se había equivocado una y otra vez con la política monetaria durante la crisis, y predijo en varias ocasiones una inflación que no llegó a producirse.
Es cierto que todo el mundo se equivoca de vez en cuando con los pronósticos; Dios sabe que yo sí. Pero se supone que uno debe afrontar sus errores, averiguar dónde estuvo la equivocación y ajustar sus puntos de vista. Goodfriend se ha negado a hacer cualquiera de esas cosas. ¿Y por qué iba a hacerlas? Sus errores eran políticamente correctos; reforzaban la ortodoxia republicana. Desde el punto de vista del Partido Republicano, el equivocarse con la política monetaria de principio a fin no es un defecto, es prácticamente motivo para una medalla de honor. La cuestión es que incluso en la Reserva Federal, que está en parte aislada del reino trumpiano del error, la política estadounidense se está quedando sin expertos. Y todo el país acabará pagando el pato.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2018.
Traducción de News Clips.
Fuente: El País