Es el nuevo jefe de bodega de Dom Pérignon, o lo que es lo mismo, el encargado de salvaguardar los valores de perfección y ambición creativa de la casa francesa, que recibe el nombre del monje benedictino que en el siglo XVII descubrió el método de elaboración champenoise, y que pertenece al grupo LVMH Moët Hennessy. Vincent Chaperon (Pointe-Noire, República del Congo, 1976), hasta ahora enólogo de la casa, en la que entró en 2005, toma el relevo de Richard Geoffrey, con el que lleva trabajando desde 2000 cuando se sumó al equipo de Moët & Chandon. Entró en contacto con el mundo del vino a través de su familia, asentada en la zona de Pomerol (Francia). Ha estado en Madrid, junto a Geoffrey, para presentar la nueva añada de 2018.

¿Qué retos asume en este nuevo cometido?

Por un lado, hay que seguir cavando, hay una trayectoria del vino y de marca muy profunda. Por otro, hay que intentar seguir expandiendo el universo de Dom Pérignon por el mundo, como idea de energía de vida. Tenemos que hacer crecer el número de gente que nos sigue y profundizar en esa relación.

¿Qué cabida tiene la innovación en una marca asentada en la tradición?

Nuestro secreto está precisamente en la innovación. Cada generación, esto es cada 20 o 30 años, tiene que hacer algo nuevo, siendo fieles al ADN, a la manera que tenemos de hacer las cosas desde siempre. Un ejemplo es el champán rosado que lanzamos en el año 2000. O el P2, que representa la segunda plenitud de Dom Pérignon, el resultado de 16 años de elaboración. Todo esto hace que sea un champán único, en el que hay que seguir innovando. No tenemos miedo a cambiar las cosas.

Entonces, su compromiso es a largo plazo.

Trabajo aquí desde hace 13 años y he firmado por 40 años más. Es una manera de decir que se acepta esta propuesta porque que el tiempo en Dom Pérignon es largo. En sacar un producto se tarda diez años.

¿La paciencia es una cualidad indispensable para trabajar en la firma?

Es algo que he ido aprendiendo. Llegué muy joven, después de estudiar enología en Burdeos, a la región de Champaña, con el ímpetu de los jóvenes, con mucha energía, pero enseguida aprendí el ritmo. Hay diferentes relaciones del tiempo, por eso es importante ver las dinámicas de lo que hacemos, para ver qué somos y cómo nos relacionamos.

¿Qué perfil de cliente tiene Dom Pérignon?

Tengo que decir que tenemos un camino, el mismo que siguen los japoneses con el té, al que se puede llegar de manera superficial, pero hay otras vías en las que se puede profundizar. Todavía son pocos los que van adelantados por ese camino, pero va creciendo. Estados Unidos es nuestro primer mercado, es el más potente, y Japón es nuestro segundo mercado, pero con este país tenemos una relación cultural, filosófica, de entender la marca, de llegar a la emoción a través de la armonía. Nuestra marca inspira a los japoneses, porque es un vino que es mucho más que un ensamblaje de uvas, que abre puertas, es universal, emocional. Para eso necesitamos coherencia.

¿España es un mercado maduro en el consumo de champán?

No hay ningún mercado maduro, a pesar de que se consume más vino que antes. Lo que veo es que hay más calidad en la producción de vino, hay más sofisticación en la demanda de los consumidores.

¿El champán se consume por marcas?

Es una región de marcas, de grandes casas, que han generado un gran impacto en la creación de imagen, pero ha habido otro fenómeno como es la aparición de pequeños productores, y ahora volvemos a hablar de viñedo, de terroir. La región de Champaña se ha construido con líderes, con grandes marcas. Y Dom Pérignon ha tenido un papel fundamental como líder espiritual del champán.

Son ustedes uno de los máximos exponentes del lujo.

Sí, pero el lujo ha tomado diferentes formas. Hoy es la experiencia lo que más se valora, su sentido de hacer soñar, de elevarnos de nuestra condición humana.

¿Qué producción tienen de media al año?

Eso es un secreto. No tenemos presión por producir una determinada cantidad de champán, y esto es una manera también de poder concentrarnos en los que más nos interesa, como es el ensamblaje de las uvas. Hay escasez de Dom Pèrignon en el mundo, porque el volumen que manejamos y nuestra filosofía de hacer las cosas no nos permite crecer en cantidad. Nosotros tenemos guardado el vino diez años, y tenemos la libertad de decir que no lo sacamos si consideramos que la calidad no es excelente. Trabajamos sin presión y con otras dimensiones, como son la diversidad de países, el valor añadido, por ejemplo, en la recepción de nuestro producto. Vamos a los países donde creemos que tenemos más aceptación. En China entramos hace 20 años y crecemos muy lentamente, pero nos interesa mucho más crear imagen allí, porque además es un país muy inspirador culturalmente.

Pertenecer a un grupo como LVMH debe dar tranquilidad.

Ofrece recursos para seguir a largo plazo, para continuar creciendo y mejorando. Tenemos mucha libertad para seguir haciendo las cosas como las estamos haciendo.

Dicen que el champán de 2018 será el mejor del siglo.

Todo depende de la generosidad de la naturaleza. No sé si será el mejor porque depende de muchos factores. En cualquier caso, el nuestro no lo sabremos hasta 2028.

Fuente: El País