AlterEgo es un artefacto ensayado en el MIT para transmitir palabras en silencio. No, no es ningún sistema de escritura, con el que desde hace milenios trasladamos las palabras que salen de nuestra mente sin que vibre el aire, solo con trazos. Por el momento, este ensayo supone un aplique sobre la mandíbula, parecido a los micrófonos de diadema, aunque un poco más aparatoso, que detecta los impulsos eléctricos de los nervios que la recorren. Impulsos correspondientes a los mensajes nerviosos que mueven la mandíbula con el fin de emitir las palabras sonoras; pero en este caso no saldrá ningún sonido, solo es necesario moverlas tan ligeramente, imperceptiblemente, que casi podría ser suficiente con pensarlas.

De este modo podemos dirigirnos a un asistente o bot, sin necesidad de hablar en voz alta, o a otra persona. AlterEgo se apoya como una patilla en la oreja y se extiende por detrás de ella; ahí llegan las palabras, y por vibraciones del hueso del cráneo se transmiten para su audición. Silencio. Silencio en esta forma de oralidad digital. Ya no se ondula el aire, ni siquiera en los tramos que van de nuestra boca a un micrófono ni del altavoz al oído. Desde la radio o el teléfono aceptamos que para que la palabra llegue muy lejos, mucho más de la distancia para la que la evolución natural nos ha dotado, se sostenga en el aire, es decir, sea natural, durante solo estos breves tramos. El resto del recorrido es artificial; es más, cuando nos llega al oído es ya irremediablemente artificial, pues es la simulación de nuestra voz por una lámina que vibra, no por nuestras cuerdas vocales, que se han traducido a impulsos cuando han llegado al micrófono. Pues bien, con AlterEgo ni siquiera hay ondas sonoras en este tramo inicial.

Algo parecido experimentamos con el invento de la escritura, en un principio el maestro hablaba y el discípulo escribía. Pero a continuación deja de hablar al círculo de oyentes y se retira para escribir en silencio. Por otro lado, la recepción del texto escrito se leía en voz alta, fuera para un grupo o por un solo lector, para que las palabras entraran por los oídos. Luego, y no sin cierta extrañeza y resistencia, se comenzó a leer en silencio: las palabras ya no sonaban, entraban por los ojos. Todo el proceso de la palabra escrita se hacía en silencio. Curiosamente, ahora cuando la Red nos proporciona otra experiencia de proximidad, de presencia, que no necesita la coincidencia en un lugar de la palabra hablada, se recupera la disposición y el gusto a escuchar — eso sí, individualmente, sin derramarse el sonido por el entorno— lo que llega escrito: el audiolibro.

No podremos profundizar en la naturaleza humana ni entender el camino que ha tomado con los humanos la evolución sin la superación de esta oposición entre natural y artificial.

AlterEgo es en esta fase inicial muy rudimentario, pero la historia de la técnica ofrece un inmenso museo de cachivaches, de engendros frustrados, pero también de eslabones primordiales de una cadena que lleva a ingenios fabulosos plenamente incorporados a nuestras vidas y transformando nuestro mundo. Quizá el futuro de este artefacto del MIT sea su desvanecimiento sin pena ni gloria, pero aun así está ya indicando una exploración en este sentido a la que se sumarán otros intentos.

La historia de la palabra nos hace ver que algo tan natural y decisivo para nuestra evolución como hacer vibrar el aire y cargarlo de información (ideas, emociones…) es inseparable a la vez de los artefactos para amplificarla, es decir, para extenderla en el espacio y en el tiempo. Hasta el punto de que no habría sido posible el proceso civilizador sin estos ingenios artificiales. Con trazos de tinta, ondas de radio, ristras de ceros y unos la palabra ha llegado mucho más allá de su evolución natural. Y así con tantas otras capacidades naturales inseparables ya de su potenciación artificial. Y sin embargo nos cuesta aún superar la dicotomía, incluso el antagonismo, entre natural y artificial. No podremos profundizar en la naturaleza humana —tan necesitada hoy de reflexión y replanteamiento por el mundo tecnológico en el que cada vez nos cuesta más encontrarnos— ni entender el camino que ha tomado con los humanos la evolución sin la superación de esta oposición entre natural y artificial.

Estamos inmersos, y atormentados, en una sociedad del ruido; nuestros descendientes se preguntarán cómo hemos podido soportar esta contaminación acústica, de igual modo que a nosotros nos parece insoportable hoy el olor que todo lo impregnaba en las anteriores aglomeraciones. Quizá la nueva oralidad que a través de distintas manifestaciones está despuntando nos lleve a una vida en digital más silenciosa…, pero sin dejar de hablar.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

 

Fuente: El País