Roc Nation, la exitosa compañía del rapero Jay-Z, tiene, entre otras cosas, una división de inversión en startups. Entre sus apuestas hay jets privados o… calcetines prémium. Solo una tiene que ver con la música: Devialet.

¿Qué vio esta eminencia de la industria musical para decidir entrar en una ronda de financiación que, a la postre, sumó 100 millones de euros para la firma francesa ? “Le encanta el producto. En su oficina de Nueva York todos usan un Phantom”, explica Quentin Sannié, CEO de Devialet. El Phantom es un objeto que marca diferencias a primera vista (y primera escucha). Un altavoz con un sonido potente e impecable, impensable hasta ahora para un tamaño tan reducido —poco más grande que un balón de fútbol— y servido con un diseño elegante y de líneas puras.

La clave tecnológica del Phantom está en el sistema ADH, inventado por Pierre-Emmanuel Calmel, que hibrida lo analógico y lo digital: “Escuchas un amplificador analógico, pero el 99% de la potencia es digital”, cuenta Calmel, un ingeniero enamorado del jazz (toca el saxofón y el clarinete) que construyó su primer amplificador con 15 años. “Digamos que la parte digital es la brocha gorda, pero el pincel fino, la emoción, es la analógica”, ofrece como metáfora Sannié, la parte emprendedora de un triunvirato que completa el diseñador Emmanuel Nardin. “Nunca quise ser el genio encerrado en el garaje que vende sus patentes, quería sacar adelante mi empresa”, dice Calmel: “Por eso creé Devialet con la misma participación entre los tres y me pareció importante que viniéramos de diferentes áreas y cada cual tuviera libertad en lo suyo”. 

El Phantom se lanzó en 2015 y el año pasado se vendieron en todo el mundo 60.000 unidades, cifra estimable para un producto aún joven y eminentemente elitista (cuesta entre 1.500 y 2.600 euros). Quentin Sannié sabe que, aparte del precio, si quieren mantener los estándares de Devialet —los Phantom se fabrican en Francia y parte del proceso es manual— es difícil llegar a un público masivo.

Arriba, Quentin Sannié, CEO de Devialet. Abajo, un Phantom por dentro y el prototipo de home cinema en una pieza que se pondrá a la venta próximamente.

“Somos una marca de alta gama que innova, pero queremos socios con los que llegar a mucha más gente. No podemos poner en el mercado un producto de 250 €, pero Sky sí”. Sannié habla de Soundbox, un home cinema todo-en-uno lanzado el año pasado en conjunción con la televisión británica. Su idea es asociarse en diversos países con distribuidores de contenidos para lanzar equipos de sonido como el presentado en el último CES de Las Vegas: un pequeño altavoz, casi como el de un ordenador, con una altísima calidad.

Por ahora, descartan entrar en nichos como los auriculares (“es un mercado abarrotado: si no nos podemos diferenciar, mejor no meterse”) o los smartphones (“en un futuro sí, pero para ello tenemos que reducir el tamaño y el peso de nuestro amplificador sin que pierda calidad”). Pero sí colaboran con Renault —también accionista de Devialet— para incluir su sistema en uno de sus prototipos, el Symbioz. “Con los coches conectados y autónomos el entretenimiento va a ser cada vez más importante, porque ya no vas a tener que conducir”, señala Sannié: “Así que hemos diseñado una experiencia inmersiva con un pequeño altavoz tipo Phantom. El problema de trabajar con la industria automovilística son los plazos: tardamos 10 meses en sacar el Soundbox con Sky; con Renault son mínimo cuatro años”.

El fantasma de la ópera

“Somos una marca de alta gama que innova, pero queremos socios con los que llegar a mucha más gente».

La estrategia de diversificación de Devialet también pasa por no olvidar a los audiófilos. Por eso abrieron en diciembre de 2017 una tienda en el imponente Palais Garnier, sede de la Ópera de París. “Es la primera vez que la ópera permite algo así. Para nosotros es una declaración de intenciones”, afirma Sannié mientras una orquesta de 16 Phantoms convierte Breathe, de Pink Floyd, en algo majestuoso: “Es mágico, como conectar con el momento en que el grupo grabó la canción en el estudio. Para mí”, continúa el habitualmente comedido Sannié, “la música es emoción y este sonido facilita dejarse llevar. Yo lloré la primera vez que escuché el prototipo de Calmel”.

Fuente: El País