La propuesta la firma la Conferencia final de Ademu (por sus siglas en inglés) un proyecto para una Unión Económica y Monetaria dinámica, clausurada en Florencia. El proyecto ha involucrado durante casi un lustro a una amplia red de investigadores partidarios de profundizar en la arquitectura del euro.

La idea del FEE (The EMU after the euro crisis: lessons and possibilities, CEPR Press) encajaría (el cómo) en la del FME (el qué). Con diferencias. No busca materializar el rescate de los vulnerables doblegados por crisis y necesitados de ayuda de emergencia. Sino también “estabilizar la situación en tiempos normales”, como destacaron los profesores de Florencia Árpád Abraham (Budapest) y Ramon Marimón (Barcelona), coordinador de Ademu.

No se basa en contratos de rescate de duración limitada y por tanto asediante (de siete o diez años, como los que firma el FMI con los países necesitados de ayuda), sino de muy largo plazo, tras una auditoría sobre los riesgos que exhibe el país afectado. Con el objeto de “construir confianza, en vez de desencadenar estigma y resentimiento”.

MÁS INFORMACIÓN

No para purgar los pecados

La piedra angular de ese contrato es una nueva condicionalidad. Diferente de la que imponía el FMI a los países latinoamericanos o asiáticos, o la que aplicó el fondo de rescate comunitario o Mecanismo de Estabilidad Europeo (MEDE) en Irlanda o Grecia. Ambas tendían a una gran dureza austeritaria, como una purga contra los presuntos pecados gastadores del deudor excesivo.

Se implantaba ex-ante (con carácter previo a la concesión del apoyo, a veces de cada tramo), de manera que la población beneficiada tendía a sentirse violentada por la imposición ajena de una receta muy concreta, que no había contribuido a fraguar.

Los expertos de Ademu propugnan, por el contrario, que las condiciones partan de las propuestas del afectado, para que las interiorice (ostente su ownership, su propiedad); y que se materialicen tiempo después de iniciado el contrato, ex-post y a lo largo de un largo plazo (en torno a los 30 años). Y con flexibilidad, de forma que si la economía del necesitado mejora antes de lo previsto repague el préstamo también antes, como ha intentado España en siete ocasiones con el préstamo europeo del rescate bancario, sin conseguirlo.

No se trata de perdonar deudas gratis, sino de ayudas, siempre vinculadas a su repago. “No te perdono, pero te ayudo, pero no gratis”, resumió el profesor Giancarlo Corsetti.

La duda surge sobre si el país ayudado será responsable ante su devolución: “Hasta ahora hemos visto los efectos no siempre positivos ni efectivos de las sanciones o la amenaza de sanciones; nosotros creemos más en la eficacia de las zanahorias”, porque lo que se juegan no es un palo en los nudillos sino su prestigio y su futuro ante los mercados, razonó Marimón.

La filosofía de incentivar más que de castigar vale también para los países prósperos o superavitarios que tienen también dificultades, pero inversas a las de los vulnerables y deficitarios.

Porque el planteamiento huye de las —ya consagradas como perversas— transferencias permanentes de ricos a pobres. Los mejor colocados también pueden sufrir mañana crisis o choques asimétricos, y el FEE, que en época de bonanza podrá nutrirse de sus aportaciones, tendrá entonces que rascarse el bolsillo para sostenerlos.

El FEE debería en este ámbito vincularse al Procedimiento de Desequilibrios Macro (PDM, de 2011). Este persigue teóricamente —pero prácticamente jamás sanciona— a quienes como Alemania ostentan superávits (comerciales o fiscales) excesivos: no por su éxito, sino por no aplicarlos a multiplicar el crecimiento económico doméstico y en consecuencia de la eurozona.

Pues bien, la ausencia de sanción “perjudica la credibilidad” del mecanismo. Y otra vez la zanahoria resolvería el dilema: esos países podrían “contribuir al fondo con parte de lo que les correspondería como multa teórica”, defiende Ademu. Y en coyunturas débiles podrían aprovecharse, ellos también de las reservas que acumularon como hormigas.

Fuente: El País