El pulso a la economía mundial, arroja síntomas actuales de preocupación al confirmarse aquellos que se asocian a un cambio de ciclo, después de años de sostenido crecimiento económico que sucedieron a una de las más penosas y largas crisis que se recuerdan. Bien es cierto, que la tendencia a corto plazo del crecimiento a nivel mundial se mantiene, aunque con falta de homogeneidad en lo que respecta a las distintas áreas geográficas, al pasar estas por momentos del ciclo diferentes. Lo que hace que les afecte también con distinta intensidad el agotamiento del mismo, algo que se viene constatando desde el pasado año.

Entendiendo reiterativo, por la proliferación de comentarios que se vienen sucediendo en la actualidad sobre el epígrafe, insistir en fenómenos como: el desenlace del Brexit; el pulso entre EEUU y China por la guerra arancelaria, con el proteccionismo como amenaza; el final del mandato de Merkel, también el de Dragui; elecciones (en España, van a coincidir, europeas, regionales y, posiblemente, generales), la evolución de petróleo y materias primas… Aunque todos de una u otra forma van a ejercer su protagonismo y tener su incidencia a lo largo del año. Falta por ver de qué forma, cómo lo toman los mercados, en qué porcentaje vienen ya descontados y, si es uno o son varios los fenómenos que coinciden, de forma que los efectos sean más leves o graves, tengan mayores o menores consecuencias.

Coincido con muchos analistas en que el ciclo, está en una fase madura, pero en absoluto parece estar aún agotado, conviviendo con unos crecimientos todavía aceptables, tasas de inflación controladas y unas cifras de empleo que, en algunos casos, EEUU, son sorprendentemente positivas. En tal sentido, lo que puede ser de interés es detenernos en aquellos fenómenos que, como suele ocurrir, pudieran alteran con un cambio brusco ¿cuántas veces ocurre? La mera tendencia de ralentización o desaceleración, que se percibe por ahora.

Uno de los barómetros más indicativos de estos cambios en la economía, viene siendo el comportamiento de los bonos de EEUU. Cuando La diferencia entre las rentabilidades de los bonos a corto y a largo plazo se aplana, aún peor si se invierte y rinden más los bonos a corto que los de a largo plazo, lleva a pensar que el final del ciclo ha llegado. Actualmente ésta curva ya está plana y cercana a invertirse. Desde la segunda guerra mundial, antes de cada recesión en EEUU se ha invertido la curva de tipos. También es cierto, que desde que la curva se invierte siempre ha transcurrido un plazo de unos meses hasta que la desaceleración se convierta en recesión. Pero este plazo puede ser muy aleatorio, dependiendo del sentimiento de los inversores y del grado de saturación que han alcanzado las bolsas y los mercados de aquel país.

Ello nos da pie a tocar otro punto caliente, el propio del crecimiento de la economía americana que en este 2019 se convertirá precisamente en el más largo de la historia, aunque teniendo en cuenta que la recuperación de su economía ha sido mucho más moderada que en ciclos expansivos anteriores. Ese ciclo, no podemos olvidar, se viene prolongando ahora porque tanto la inversión como la demanda se está apoyando en la reforma fiscal de Trump, que está impulsando el crecimiento con inversiones procíclicas y en unos tipos que a pesar de las subidas continúan siendo bajos. Pero es una política cortoplacista que puede llevar consigo sus propios antídotos y que finalmente explosione vía precios o déficit. En su contexto, también alertar del desmesurado comportamiento de las de Wall Street, con las tecnológicas sirviendo de motor y siendo las principales responsables del periodo alcista más largo de aquel mercado.

Centrado en la tracción de compañías como Apple, Amazon, Microsoft y Google. Pocas y muy potente, por ello sin el cortafuego de la diversificación. Las dudas recientes sobre las ventas de Apple y la incertidumbre que sufre por la guerra arancelaria con China, es prueba de esa debilidad. Sirva de advertencia que en el último trimestre esta Bolsa ha perdido cerca de un 20%, que es la mayor caída desde la crisis financiera del 2008. Pero, a nuestro entender, ha soltado solo parte de la espuma del descorche de un champán con el que sigue celebrando sus excesos.

Por último, el cambio de signo en la política de los bancos centrales. La FED primero, con la “expansión cuantitativa” (QE), incrementó su balance comprando bonos del Tesoro de EEUU y MBS (mortgage-backed security) por cerca de 4,3 billones de dólares, con lo que aumentaba la demanda de los mismos, haciendo subir sus precios y disminuyendo los tipos de interés. Algo que no solo creó mayor liquidez al inyectarla en los balances de los bancos, incrementando sus fondos para conceder préstamos, aumentando asimismo el apetito del riesgo de los inversores para comprar acciones y deuda corporativa buscando mayores rentabilidades. Ahora, con el “ajuste cuantitativo”, al disminuir la FED su balance, empieza a ocurrir lo contrario, restando liquidez a los bancos y en tal sentido capacidad de financiación, de crear liquidez. Algo similar ha ocurrido con un cierto retraso en nuestro continente, donde en la actualidad el BCE con una compra de deuda que ha tocado a su fin con el año y que junto con las inyecciones de liquidez a la banca, han supuesto más de 3,3 billones de euros. En vista de las circunstancias del cambio de rumbo de la economía, existe el compromiso por parte del BCE de renovar los vencimientos del año en curso.

En su caso Jerome Powell, presidente de la FED, empeñado en la política de subidas de tipos gradual emprendida, a la vista de los síntomas de ralentización observados, declaraba recientemente “estamos preparados parta cambiar el curso de nuestra política monetaria de manera significativa si es necesario”, gesto que encontró la inmediata respuesta positiva de las bolsas. En esas estamos, se ha inflado el globo: el endeudamiento mundial está por las nubes (la deuda total acumulada en el mundo es un 60% superior a la que había en el 2007, justo antes del estallido de la crisis financiera, y equivale a 182 billones de dólares) y la sobrevaloración de los activos alcanzando precios irreales. Desinflarlo sin que estalle es un riesgo evidente, de ahí la prudencia ¿temor? de la que hacen gala ahora los bancos centrales. Un riesgo latente más en este escenario del 2019, donde acabamos de pasar su felpudo.

Todos los repasados, sin descartar los cisnes negros inesperados, pueden constituirse en espoleta para un cambio que acelere la dirección actual del ciclo, al que en condiciones normales todavía le quedaría cierto recorrido.

Antonio Pedraza es Presidente de la Comisión Financiera del Consejo General de Economistas

Fuente: El País